Museo de puertas abiertas

1 comentarios martes, 24 de noviembre de 2009





















Ubicado en la Provincia de Buenos Aires y en una esquina de Vicente López, Alsina y Monasterio, el local de Guillermo Pastene sobresale del común apenas la puerta de entrada se traspasa. Cientos de objetos pequeños y grandes, de diferentes épocas y relacionados o no con el mundo de un local comercial, dan la bienvenida. El término museo no le queda grande. “Pastene es una institución dentro de Vicente López, y con el paso del tiempo intentamos hacer un pequeño museo que pudiera contar la historia del partido. Lo traté de ambientar como me gusta a mi”.
Pensado o no, los objetos más grandes son los que están en la parte superior, mientras que los más chicos se ubican debajo, lo que permite ver todos y cada uno de los elementos que Guillermo ¿juntó o ya tenía?. “La verdad es que, teniendo 11 años, empecé en este lugar ayudando a mis padres. Pasaban botelleros todo el tiempo y les compraba metales. Al principio hacía lámparas con lo que podía conseguir. Luego algunas cosas guardé y otras las conseguí”.






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Revista Superventas: el misterio de saber exhibir

1 comentarios jueves, 19 de noviembre de 2009
La estrategia de vender
Toda empresa necesita como objetivo final vender. El consumidor reconoce el producto y lo adquiere. A modo de nexo entre ellos se encuentra el dueño del comercio, con sus propias necesidades de venta.

Una empresa mediana o grande de cualquier rubro posee un presupuesto con el que se ajustan y preparan campañas de publicidad para instalar la marca en el público. A partir del recurso económico, todo producto es potencialmente conocido y reconocido.

Sin embargo la estrategia para ser puesto dentro de un autoservicio no se ha modificado en más de 3 o 4 canales efectivos de venta.



Pasillos: del frío al calor
Más que nada en locales con sucursales, la disposición de los productos a vender se establece por cantidades. Lo que permite sacar conclusiones en cuanto a la ubicación de una marca.
La técnica, dentro del mundo de la publicidad se llama Marketing.

Kotler, una de las principales voces dentro del mundo publicitario, la define como “la actividad que se desarrolla en el punto de venta, e involucra técnicas de exhibición para lograr que un producto se destaque e importe, estimulando la compra impulsiva”.

Con lugares de mayor circulación el producto será más recordado y tendrá más chances de ser adquirido. Los dueños de autoservicios también tienen su idea respecto de las marcas, y si bien pueden diferenciarse los intereses de la empresa de los del dueño, existen maneras o formas de acordar.

Temporada de caza (de clientes)
Cuando se logró definir la ubicación de cada producto, se inicia la auténtica carrera: las empresas salen a la caza de las ventas, y así atrapar al consumidor.
En su libro “Dirección de Mercadotecnia”, Kotler dedica un capítulo a la llamada promoción de venta. “Consiste en incentivos a corto plazo adicionales a los beneficios básicos ofrecidos por el producto o servicio, para animar la venta del producto o servicio”.

Vale decir que, entonces, en la estrategia también ingresa el dueño del autoservicio. El objetivo de las promociones al canal –enumera Kotler- incluye:

Motivar a los detallistas para que incorporen nuevos productos y que tengan más referencias.
Convencerles para que hagan publicidad al producto y le den más espacio en las estanterías del punto de venta.
Por último, persuadirles para comprar más de ese producto, para tener existencias en el futuro.

A modo de resúmen. Clientes para una empresa son tanto los dueños de comercios, como los consumidores finales de los productos.
Los encargados de la tarea
Repartir mercadería para que los exhibidores siempre tengan el producto requerido. Esa es la tarea que, para la empresa Fargo, personas como Ariel Osores y Hugo Sandoval hacen diariamente con el camión de reparto.

Sandoval nos da algunos datos que explican su trabajo. “Hay dos tamaños de exhibidores que Fargo tiene. En el más chico pueden entrar hasta 100 envases de pan”. Dependiendo del recorrido (en este caso 25 a 30 clientes por día, tres veces a la semana) un camión lleva hasta 160 bandejas en las que se ubican unos diez o doce panes en cada una de ellas.

La entrega del producto también es un factor importante, ya que la reposición inmediata significa la presencia en las góndolas ante una demanda importante.

Esto marca una diferencia entre los productos frescos y de primera necesidad, respecto de los demás. Para el caso de las marcas “de heladera” o de pan, necesariamente reparten mercadería en cada negocio tres veces a la semana.
El poder de conocernos
La oportunidad de darnos a conocer es la de exhibir; las empresas, poniendo todos los recursos en ser aceptados por el comerciante primero, y luego por el cliente.

Los dueños de locales en tanto, no son un nexo silencioso: también con sus decisiones pueden ejercer influencia para beneficio de sus propios intereses comerciales.
Al fin y al cabo nadie obliga a nadie a modificar una ubicación de mercadería.

Por último, tercer eslabón, es el del rol del cliente, con la decisión final de comprar ya sea por moda, por comodidad, por la oferta, por la calidad o por los colores del envase…todo es posible porque cada eslabón de la cadena sigue siendo imprevisible.

Cada sector depende del otro y estará también en la capacidad de conocerse, el éxito para cada uno.
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Lo que hay detrás de la puerta: doble trabajo, doble responsabilidad

1 comentarios miércoles, 18 de noviembre de 2009

La frase es bastante conocida y lamentablemente vieja: “con un solo trabajo no alcanza” es una realidad para muchos. Y lo que ocurre puntualmente con aquellos que recién comienzan el camino laboral es que desde el momento en que deciden estudiar ya tienen muchos una forma de mantenerse a nivel gastos o viàticos propios del que cursa una carrera u oficio.

Cuando se termina de estudiar a veces se està en la duda de si dejar aquello que quizás nada tenga que ver con lo que se estudió, o iniciar algo referido a lo nuestro.

Nadie aconseja dejar un trabajo en este momento. El tema es si no satisface lo que esperamos, sobretodo de nuestras aspiraciones personales. Para muchos la opciòn es no dejar nada y esperar la oportunidad de trabajar en aquello que se estudiò. Cuando se logra, hay dos trabajos a la vez.

La alegria o el peso de la tarea, es lo que sigue a eso. Como fuese, es una realidad que llevar dinero a la casa està complicado, y nadie puede juzgar cuando de mantener un equilibrio de plata se trata. Los tiempos se acortan, los descansos son pocos y entre un trabajo y otro recièn se da, algunas veces.
Conoci durante mi etapa como estudiante en la Facultad a una persona, un chico, que tenìa dos trabajos a la vez. Y eso hacìa que le fuera complicado integrar grupos para hacer pràcticos, porque no podìa reunirse con sus compañeros debido a que en general estaba trabajando. Todas estas cosas condicionan a alguien y tambièn le exigen el doble de esfuerzo.

Lo màs sencillo de pedir serìa consideración para este tipo de casos, pero pocos tienen en cuenta el detalle. En una Facultad o lugar de estudio un profesor puede considerar el esfuerzo. Ya en un empleo y con un jefe puede resultar màs difícil.
Hay personas que no aclaran en un trabajo que lo hacen tambièn en otro, y hablamos de aquellos que por primera vez consiguen trabajar. Por temer que les den la opciòn de abandonar uno, no dejan ninguno de los dos.

Quizàs el esfuerzo sea recompensado con algo que haga dejar dos labores y poner el foco en algo que satisfaga. Quizàs nunca llegue ese momento. Como fuera, para lo que se haga se tiene que contar con ganas. Personas con un solo trabajo pueden no tener ganas y alguien sin un segundo de tiempo libre, si.

El destino, pero sobretodo còmo se tomaràn lo que les ocurra, marca con fuego de allì en màs al que recièn comienza.
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Lo que hay detrás de la puerta: ¡alguien lo hace mejor que yo!

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En un mundo laboral bastante inestable y en donde no hay momentos de calma en cuanto a seguridad del puesto de trabajo, saber que una tarea es responsabilidad de nosotros y no de terceros otorga tranquilidad. Porque creemos que eso es el salvoconducto hacia cierta permanencia, que nos valoraràn a partir de esa acciòn especìfica y hasta en una de esas nos felicitan. ¡Hace cuanto que no me felicitan por hacer bien las cosas!.

Pero hemos hablado en algún momento de la diferencia según los ámbitos que un trabajo puede tener. Si las acciones estàn delimitadas, son inamovibles, o hay muchos que realizan tareas similares.
Esto es, trabajar o no junto a muchos compañeros en una oficina, por ejemplo. En donde realizan labores iguales màs de una persona.

Cuando la sensación al trabajar es de comodidad, funcionan ciertos mecanismos en nosotros. Por empezar seguramente iremos de mejor ànimo, sabiendo que en un punto todo se deja llevar, fluir, y que uno acompaña lo que hace, no lo enfrenta, no lo sufre, no lo lleva como carga. Veremos todo mejor y el otro notarà que nos sucede eso.

Si la competencia està al lado de nuestro asiento la cosa cambia. Porque se termina intentando trabajar màs y mejor que el de al lado y no por hacer bien lo nuestro. Es inevitable entonces cierta competencia y tambièn el apuro. La velocidad, creemos, es necesaria y a veces se premia calidad de lo hecho y no rapidez en si, hay que saberlo.

Ante iguales posibilidades puede ocurrir de encontrarnos a alguien que puede hacer nuestra tarea mejor que nosotros. Porque no somos màquinas, porque tenemos virtudes y defectos que se dan a conocer en nuestro andar. Lejos està de ser debilidad, sobretodo si aprendemos a mirar què es aquello que nos falta. Para un principiante (y para muchos con años de oficina y lugares varios, recorridos) lo primero que surgirà es la envidia. Tampoco eso nos aconseja. ¿Què hace alguien que es mejor que yo? ¿Què tiene de bueno? ¿Lo puedo aplicar yo a mis cuestiones?.

A veces no hace falta consultar a la persona directamente, uno aprende a mirar a partir de lo que le ocurre (¡de malo!), en general. En estas palabras no hay resignación. Sòlo se trata de aprender de nuestros límites. Pero aprender. Quizàs luego, sabido lo que lo hace mejor al otro, lo hago mejor yo que los demàs.
Porque a su vez tendrà mis propios valores.

Al final, luego de un tiempo, yo soy, finalmente, quien puede hacerlo mejor que antes.
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Lo que hay detrás de la puerta: Pymes, somos pocos pero nos conocemos mucho

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Como medida para atravesar de mejor manera las permanentes crisis que ponen en peligro una actividad laboral, las llamadas pequeñas y medianas empresas sostuvieron a partir de su funcionamiento una constante salida ingeniosa para paliar la falta de trabajo.
En alguna medida con la vieja receta de las cooperativas, fuertes aun en varias provincias, las llamadas PymEs dieron su impulso al trabajo luego del tornado económico de 2001 aunque ahora se multiplican y reformulan para seguir cada vez más presentes.

La receta era subsistir de manera económica sin perder el objetivo de producir. La conformación de pequeñas estructuras que pudieran generar empleo fue una alternativa más que viable. Las grandes empresas, con crisis financieras que hacían peligrar la continuidad de sus trabajadores, dieron paso en varios rubros a emprendimientos zonales o regionales, apuntando específicamente a un área de trabajo.

Algunas directamente reemplazaron el accionar de las grandes fábricas, desaparecidas tras las crisis. Este movimiento e incorporación de un nuevo modo de producción hizo que los trabajadores se relacionen también de una manera distinta.

Si bien no es una cooperativa desde lo técnico, al ser pocos los empleados hay un criterio solidario de búsqueda y mejora permanente que deriva en el crecimiento de una empresa que, cada empleado ve, funciona a partir del esfuerzo propio y en conjunto. Se definió así un modelo de trabajo en donde aquel que formaba parte de una pequeña y mediana empresa podía sentir ese proyecto un poco como propio, en donde cada uno cumplía un rol asignado sin posibilidades de malos entendidos.

También redefinió jerarquías. Porque un empleado de una gran fábrica no podía optar ni ganar más dinero aun si a la empresa le fuera bien, pasaba eso por una decisión de su empleador. En este caso la producción en una empresa de pocos empleados es notoria, así como también las ganancias que genera una mayor producción. Lo que permite soñar (nadie dice que es inmediato) con la real chance de poder aumentar el ingreso mensual.
Como contra, el ser de número reducido impide por construcción de la idea, una mayor cantidad de empleados, lo que limita un tanto las ganas de trabajar de muchos que quieran sumarse.

El futuro parece asegurarles larga vida. Si bien nada es seguro, se ha visto, las PymEs tienen horizonte para seguir su crecimiento. En estos años muchas de ellas orientan su poder hacia exportar su material y unirse a otras para abastecer juntas pedidos en grandes cantidades. También son vistas como una oportunidad desde lo comercial y se ingresa en ese mundo con un fin totalmente económico y no está mal, si se tienen reglas claras. Los empleados ven en estos emprendimientos una oportunidad. O el objetivo de trabajar, más allá de ser pequeña o grande su labor, siempre.
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Lo que hay detrás de la puerta: exigir el doble y exigirse el doble

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En los test que en general las empresas usan para descartar o elegir a su personal, suele darse valor positivo a quien puede resolver situaciones a partir del manejo y la solución aplicable correcta. Rapidez, eficacia, inteligencia y sentido común, son cuestiones positivas y valoradas por el encargado de Relaciones humanas a la hora de quedarse con quien formará parte de una compañía o empresa.

A veces de la realidad hipotética de las pruebas hay una gran diferencia cuando se quiere aplicar efectivamente algo. Porque los imponderables, lo humano, condiciona a veces respuestas a planteos y allí comienza algo no menos importante: el saber ceder posiciones.

Y esto no es menor en un mundo en el cual…los invito a pensar mientras esto leen, quiénes a lo largo de su vida les inculcaron lo de aprender a ceder en pos de una solución en común, en el terreno que fuera…un coro de grillos seguramente escucharía!!!. Porque pocas personas nos enseñan eso, y se aprende a obedecer o no obedecer, según la circunstancia. Lo cual no está mal, pero eso que nuestros padres decían que era “la lección” a aprender, bien podría haberse enseñado para no cometer el error que derive en “la lección”.

El más claro ejemplo desde lo laboral es el trabajo en grupo. Si no se definen de entrada los roles de cada uno, es posible que si llegan las cosas a buen puerto, sea sufriendo y con desequilibrios. Sobretodo en los que creen haber hecho las cosas bien mientras veían que otros no. Esto se agudiza cuando en un grupo todos son nuevos empleados, que sin un orden del líder no tardarán los reproches en aparecer.

Como el sueño que llega cuando uno está muy cansado, el desorden se apodera de todo si no hay reglas. Buena oportunidad para nuestros superiores en que vean de qué se está hecho..la pena es que los tiempos no los maneja uno y entonces hay que actuar casi de improviso, es que de ver reacciones se trata.
Conozco un caso puntual de un familiar en una empresa, en que se “creó” un falso problema para testear las reacciones de cada uno de los empleados…con resultados desastrosos!!!. Bajo presión es diferente el análisis y la búsqueda de soluciones.

El clima armonioso lo genera un orden de realización de trabajo tanto o más armonioso. En la que se vea igual reparto de tareas y plazos. Así se generan menos rispideces a la hora de exigir que se cumplan pautas.
Puede exigir quien se sabe capaz de realizar lo pedido.

Siempre y cuando invada todo ámbito aquello que no abunda: el sentido común.
Con una pizca en cada decisión nos alcanza.
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Lo que hay detrás de la puerta: el enchufe, el cable y la patada

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Nada más concreto que aquello que hacemos a diario y nos enorgullece realizar, el sueño cumplido de ser y pertenecer. Desde levantarse y partir rumbo al trabajo hasta volver y descansar luego del esfuerzo. En algún punto nos sentimos seguros luego de hacer rutinariamente ciertos deberes.
Otras veces es un pesar que no termina nunca. Como fuera, la situación se vive según la sienta cada uno, aunque con un solo peligro. Que un día alguien decida que esa rutina en este caso laboral deje de ser tal.

Amparado en las leyes, el jefe bien puede avisarnos unos días antes la infausta noticia, con lo cual pasó de “otorgador de oportunidades” a “despreciable” a partir de su decisión para con nosotros. Durante ese lapso, entre la noticia y la efectividad de la orden, hay un vacío ya no legal, sino de sentido común. El castillo de naipes se derrumba y se vuelve al hogar pensando en cómo conseguir urgentemente algo que permita no hacer naufragar esa rutina que ya era parte nuestra.

Muchos buscan trabajo en la oficina desde donde aun son empleados a través de la red…la cabeza le dedica horas al nerviosismo de no saber qué hacer, de no creer más en nadie, de ver que el piso no era tan firme…pero uno al fin de cuentas es mucho más que el trabajo que hace. No se recibe ayuda del prójimo en general, sobretodo en oficinas de personal considerable.
La crisis (cual fuera, es permanente en la excusa) hace un tembladeral de aquel lugar genial hasta hace unos días…y entre la realidad y lo que uno cree percibir, se siente observado por los compañeros que no quieren igual suerte.

Como cuando se enchufa un equipo musical con un alargue para llevarlo lejos… si queremos desenchufarlo iremos hasta el enchufe y notarán que entre que se desenchufa y el corte de energía, el equipo anduvo uno o dos segundos más.. que es lo que tarda la electricidad en terminar de pasar por el cable.
Dentro de esta idea no están los que trabajan…o en realidad están en el extremo en el que aceptan la decisión de otros y se ven condicionados por factores externos, en un rol que viene estructurado y del que no es conveniente opinar en contra.
El “sistema” te acepta o te deja y uno es feliz en tanto trabaje…el “revolucionario” que quisiera otras reglas más equitativas, sobretodo si es joven, es generador de controversia y por lo tanto, fácil de echar.


Nos desenchufan si nos dejan sin trabajo…tarda la orden unos días en hacerse efectiva y luego…fin de la música. Lo que si es semejante en la comparación es la patada…en ambos casos trae consecuencias y nos dolerá.
Por eso, confiar en las iniciativas propias y ser capaces de superarnos desde lo nuestro podría ayudar a la causa. Y un buen par de zapatos con suela de goma…para estar a salvo de las “patadas”. Precavido vale por dos.
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Lo que hay detrás de la puerta: entre el ser y el parecer

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Cuando la inestabilidad económica se hace dueña del sistema (y en el que mal o bien estamos inmersos) todo tipo de decisión pasa a tener razones o justificaciones propias que el espectador ajeno no comprende.
Algunos ejemplos claros.
La precariedad laboral no es real problema, Simplemente es el pequeño precio que se debe pagar si se quiere pertenecer como pasajero a un tren que no para.

El nulo reclamo sobre condiciones de trabajo hace imposible cualquier otro cuestionamiento: salarial, imposible. Las exigencias propias chocan con la realidad impuesta.

La famosa serie norteamericana “Lost” muestra la lucha de un grupo de personas por sobrevivir en una isla. En el inestable mundo laboral actual no hay grupos, y cada uno vive en su propia isla, donde existe –para qué negarlo- canibalismo laboral. Esto es, que uno mata por el lugar del otro.

Desde lo personal también se nota el tembladeral que implica el peligro de la pérdida del empleo. Como a todos les ocurre lo mismo, el clima en una oficina es algo parecido a la asfixia lenta. La cosa es no ser el primero de la lista.

Imposible obviar cierto poder extorsivo en quien brinda la oportunidad, y el recordatorio –a través de palabras o de hechos-de cuántos esperarían que uno se vaya de un lugar para ocuparlo.

Existe además una idea que consiste en creer que si la labor es de menor remuneración, más bajo debe ser el tono de la queja, lo que considero erróneo. Los derechos y obligaciones corresponden a todas las escalas salariales.
Esto lo sabe perfectamente el empleador, pero duda en manifestarlo el empleado. Básicamente porque el miedo no es zonzo, diría mi abuela.

Por último, aunque no menos importante. El rol que como empleados tenemos y ejercemos. O no. Alguno podría decir que es más sencillo regatear un precio en vacaciones de verano que pedir aumento de sueldo. ¡Qué novedad!. La cuestión es si creemos que un pedido puntual es técnicamente un reclamo. ¿Lo es?.
Dependen los casos. Exigir ciertas reglas claras no parece ser más difícil –entonces- que regatear el precio de un pullover en Mardel. ¿Somos capaces de modificar la realidad?. ¿Aspiramos de corazón con hacer eso?.

El aguantar, la resignación, no son buenas herramientas.
Ojalá ésta columna fuera de solución. Por lo pronto intenta ser de opinión.
A sobrevivir, jóvenes.
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Lo que hay detrás de la puerta: fin de año...¿y a mi por qué me miran?

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“En la oficina del trabajo llegado el año nuevo, todos se pelean por ese maldito ascenso”, reza el tema de León Gieco. La primera interpretación del fragmento podría ser la de trabajo seguro y al final del año, querer más. Con el paso del tiempo asegurarse mínimamente lo obtenido ya es un verdadero triunfo.


Cada uno tiene un termómetro de su propio rendimiento laboral. Y medimos no sólo la efectividad de aquello que nos piden, sino qué cosas hemos realizado más allá de lo exigido.La otra parte de la cuestión es acerca de lo que somos dentro del mercado y para el mercado. El trabajador efectivo, si bien nada es seguro en la actualidad, está dentro de una estructura que arriba o abajo, lo contiene. Los nuevos empleados saben eso y aprenden a esperar, si es que la felicidad siempre es el ascenso.Distinto es el caso del contratado. Hay que ser de corazón fuerte cuando el fin de año se acerca y todo lo hecho parece poco ante los otros.


La consagración sería pasar a ser empleado permanente pero la solución salomónica es la más aplicada, y en general más sencilla para el empleador: contrato por un año más.Conozco personas con más de diez años como contratados, literalmente en relación de dependencia. Pero entre lo que parece y lo que es, hay un trecho. No le asisten iguales derechos y es un arma de la que se valen aquellos que no quieren problemas.


Es difícil exigir algo en esas condiciones.Desde que nací escucho el término “crisis económica”, salvaguarda de empresas siempre dispuestas al recorte. Estamos dentro de una crisis, ya mundial hoy. ¿Qué rol debe cumplir el que legítimamente exige mejoras?. Creo que no se debe olvidar que en una negociación se avanza y se cede. Un sano término medio surge cuando hay dos hábiles negociadores.


En mi opinión el pedido por la eliminación de arbitrariedades o intentar dejar de trabajar precariamente, exceden las fluctuaciones del momento y pasa a un primer plano el sentido común. A disgusto ni un empleado ni un jefe son productivos. Las cuestiones a mejorar en ese caso quizás no sean las monetarias sino las diarias, puntuales.El mensaje es: soporta esta nueva y vieja etapa. Se llama fin de año. Tú puedes.
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Lo que hay detrás de la puerta: porque me tratas tan mal, me tratas tan bien

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A través de la vida siempre vamos dejando etapas, como cascarones que ya no nos sirven porque crecemos y no los necesitamos. Cuando un hijo se va de las casa de los padres es uno. Casarse bien podría ser otro (aunque dejamos para otra ocasión qué tan independientes seremos en tal caso), y quien abandona el primer trabajo logrado en pos de mejorar, sin dudas se anota también en la lista de cascarones dejados.


Otros factores nos “ayudan” en la decisión. Y lo escribo entre comillas ya que la naturaleza trimestral de los contratos laborales que mayoritariamente abundan nos empujan, cerca de los dos meses y 28 o 29 días, a decidir por nosotros o esperar (rezar en algunas ocasiones) que esta vez no seamos nosotros los “elegidos” para irse. La caminata hacia la posibilidad de ser efectivo en una empresa es tan larga como sinuosa, en donde no llevamos las de ganar.


Pero aun dentro de este panorama las etapas están presentes y en nosotros siguen existiendo.No se pone en peligro ninguna inversión empresarial con lo que escribiré, pero la precariedad laboral es semejante a la de aquellos que trabajan en negro, solamente que se ve legalizada a través del cumplimiento estricto de la ley, que marca la trimestralidad de los convenios. Dichosa ley no ampara al trabajador o en todo caso se nutre de reclamo sólo cuando a éste se lo despide, pero no durante su estadía en la labor. Tenemos de esta manera permanentemente personas que trabajan, índices bajos de desocupación, pero empleados que aprendieron a saltar de un lugar a otro cada noventa días, o si se tiene suerte algunos trimestres más.


Dos temas quiero rescatar. El primero es que nadie como uno sabe en dónde se siente a gusto, más allá de las ventajas económicas o de otra índole que nos hagan dudar. En buena parte de los lugares la capacidad de negociar un mejor pasar de parte del trabajador es nula. Igualmente con leyes a favor o en contra algún poder de decisión tenemos si en la jungla aplicamos el sentido común, nada sencillo se sabe. Lo segundo es el error que implica el creer que como a todos les pasa lo mismo así son las cosas cuando de trabajar se trata.


Nadie pretende vacaciones todos los días pero sí respeto y reconocimiento, para empezar, al tiempo específico que cada uno cumple en su trabajo, no hablamos de capacidades. Después sí, porque el empleador ve o no qué hacemos, pero remarco la idea de no creer que es inexistente la queja ante arbitrariedades. En esto los sindicatos llevan las de ganar para quienes estén afiliados a ellos, porque son el órgano más respetado (¿temido?) de los jefes.


Así que ante los gritos ensordecedores de un superior, el trabajador decide. En un mundo ideal los jefes y las leyes nos ayudarían, pero ¿podemos decidir cambiar?. Al menos para empezar, si algo nos pica, decirlo. Para que los jefes y las leyes nos traten un poco mejor.
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Lo que hay detrás de la puerta: felicidad laboral, cara de portaretrato

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En un mundo ideal podríamos encontrar sólo dos tipos de personas: aquellas que son efectivamente felices y las otras, que sólo creen que lo son.

Con seguridad en ese mundo ideal todos sus habitantes consiguen, y una vez que obtienen disfrutan, de su trabajo. Hoy hablamos de las personas y la felicidad laboral que los rodea, contiene. Aquellos que necesitan ser pellizcados y aun así creen estar soñando. Lo que llamaremos de aquí en más risueñamente “cara de portarretrato”: cuando uno va a comprarlos siempre habrá un rostro en la foto inmensamente feliz.

Revelaremos aquí el motivo de tanta alegría en este tipo de personas: el trabajo, como la vida, es felicidad o tristeza según cómo te lo tomes. Incluso aplicado a las labores más insalubres.
Existe una gran carga de subjetividad en todas las visiones. Alguno puede sentirse realizado por el lugar físico que ocupa y en donde desarrolla su labor (por ejemplo una linda oficina, amplia y con ventana al río) y en un segundo plano deja qué es exactamente lo que hace. Y también lo contrario. Una persona en un lugar diminuto puede sentirse a gusto con la tarea que lleva adelante.

Las políticas económicas (vaya si ocurre ahora) tienen mucho de esto. Se la llama “Teoría subjetiva del valor”, que es ni más ni menos que darle una forma y carácter a algo que siempre estará condicionado por nuestra propia opinión.

“Tiembla la bolsa”, “Los Bancos respiran”, “Mercados alterados”, son expresiones que comúnmente leemos u oímos. Si nos preguntan cómo nos fue en el trabajo tal vez diremos “Hoy estuvo tranquilo” (¿el trabajo o uno?), “Nos hacen trabajar cada vez más” (¿más horas o cumplir más en menos tiempo?).

Como fuera, la mirada parece ser aquello que nos rige el camino. Por eso existen quienes ven no uno, sino todos los trabajos como injustos. Y la injusticia siempre es para con ellos. Ni está todo como para decir que el trabajo es como caminar entre flores, ni tampoco es Vietnam o un campo minado. En todo caso la senda siempre estará elegida por nosotros.

Algún lector fuertemente capitalista puede preguntarse con todo derecho en dónde entra el tema del dinero en la idea de felicidad en el trabajo. En la pirámide de cuestiones importantes cada uno ubica al dinero en el escalón que prefiera. Es lo más subjetivo de todo este espacio porque entre “querer ganar” y “aceptar ganar”, el trecho será grande o pequeño según la paciencia del trabajador.

Los que ríen desde sus portarretratos deben ganar bien, imagino. Pero la reflexión es: pelear por la calidad del trabajo es parte de nuestra felicidad laboral.
O el largo camino hacia ella.
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Lo que hay detrás de la puerta: no me llames, yo te llamo

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Difícil negar la contundencia de la frase del título y más complicado aun es cuando se percibe lo vacía que en general suena en la mayoría de los casos. Si ante un desengaño amoroso la frase es definitivamente dolorosa, escucharla luego de intentar convencer a alguien de nuestras habilidades nos deja claramente en la lona.

Frase de compromiso de cabecera, no exactamente refleja que uno no sirve para lo que cree saber. Ciertas veces aquellos que deciden la repiten sin dudar pero sin sentirla. Si la cantidad que requiere un lugar de trabajo está a criterio de la superioridad y consideran no cambiar nada, igual le brindan la oportunidad al desesperado de desplegar sus humildes armas de seducción. Pero el que decide sabe en el fondo que nada puede hacer por él.

La tecnología sirve para evitar ciertos momentos indeseables, y el “compromiso” de escuchar súplicas pasa por dejar vía mail un currículum que tendrá el seguro destino de papelera de reciclaje. Aclaramos que no es así en todos los casos, que existe una especie de “banco de suplentes” de personas que tienen un currículum más que interesante y son tenidos en cuenta para una eventualidad. Esto se da en las empresas a gran escala, en donde Recursos Humanos suele dividirse en tantos Departamentos como personas haya en él. Pero aun así, destaco que algunos realmente tienen en cuenta el dejar los datos y tomar nota de ellos.

Si bien tratamos de ser más descriptivos de una realidad que formalmente opinadores de la cuestión, lo que se puede aconsejar al que pasa por esta situación, muchos, es que la insistencia tiene su premio. La diferencia entre la sutileza del pedido y el fastidio que el constante pedido puede generar, es “un hilo delgado por donde hace equilibrio el sentido común”, como leí en un libro hace algún tiempo.

La presencia en la mente de quien está en condiciones de tenernos en cuenta es bastante clara, desde que la computadora modificó costumbres. Se pueden mandar mails diariamente a algún sitio en donde han dicho “por ahora no”, que es también una frase condicional llena de intrigas. Percibir en dónde es posible, exige tanto de nosotros como el conocimiento que tengamos para una tarea. La jungla laboral en donde todos quieren trabajar de lo mismo así lo ha impuesto.

Por último destacar que no existe más (y es una pena) el concepto de “acuse de recibo”, que es un término quizás postal, pero que no deja de ser de cortesía. Donde envié mis datos, ¿sé que lo reciben?. Es un cumplido que el que desea trabajar lo valora siempre. Ojalá el empleador lo supiera.

La tarea del que necesita trabajar es lograr, de movida, no escuchar la frase del título. Después el resto es a suerte o verdad.
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Lo que hay detrás de la puerta: el eterno trabajo precario

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A los pocos meses de nacer un bebé aprende a dar sus primeros pasos. No hay una ciencia exacta pero más tarde o más temprano todos aprendemos primero un paso y luego otro que lo siga. Y con la realidad laboral de cada uno ocurre lo mismo. El problema es que los pasos parecen eternos algunas veces y a diferencia de la niñez, se es plenamente conciente de qué tan lejos o cerca está la posibilidad de dar un paso seguro laboralmente hablando.

En general hay un margen subjetivo ante el primer trabajo. Pero, el que lo otorga tiene su subjetividad y el empleado otra distinta: la cuerda de ambos lados se tensa diferente. El empleado aguanta injusticias o falta de mejoras durante un lapso que cree, es el que tiene que pagar por derecho de piso. Intenta aplicar el sentido común.

La situación puede aceptarse como algo inherente a subir escalas en un trabajo. La extensión en el tiempo de esta situación es el problema. Muchos de los empleos están sujetos no a la capacidad de quienes lo encarnan, sino a los humores del momento del país, o a decisiones que exceden largamente la nuestra.

Describir esto implica un humilde juicio de valor a quienes otorgan chances pero no les interesa el crecimiento de alguien, sino su “fuerza de trabajo” (gracias, Marx), renovable permanentemente.

Como pasa en las calesitas de las plazas, cuando se obtiene la sortija hay una vuelta más. Y esto sentirá quien está subido a la aventura de crecer. El tema es que cuando deciden que alguien se baje de allí, ¿cuáles son las oportunidades que existen de volver a subirse a la chance de un trabajo?. ¿Existen?.

Lo único real es una legitimación ni siquiera encubierta ya, de una forma de trabajar que podemos llamar precarizada, y somos amables con el término. Para quienes son los responsables no se les puede pedir que cambien, pero sí que haya control. La búsqueda de un índice bajo de desocupación no puede hacer subir a “la calesita” a todos simplemente para que den los números.

Hay empleados que en negro tienen más beneficios que aquellos que están en blanco, y de estos últimos pocos terminan haciendo labores para los que fueron solicitados, y todo por el mismo sueldo, claro. La situación no es nunca la ideal si se sostiene una manera de inserción laboral que no es justa.
Y como dicen en yoga, nunca se cambiará aquello que se tolera. Cuando algo cambie las soluciones dejarán de ser precarias, como los trabajos.
Mientras tanto podemos esperar. Pero que se apuren.
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Lo que hay detrás de la puerta: cuando yo soy mi primer empleado

1 comentarios lunes, 16 de noviembre de 2009

Sin dudas podemos confirmar la teoría cada vez más extendida que habla de cierta tendencia al individualismo, una idea definitivamente presente sobre todo en las acciones diarias, las que marcan cómo somos en realidad. Las explicaciones desde lo social o psicológico hablan de una manera de buscar aislarse para, se supone, funcionar mejor sin depender de lo exterior, o sea los otros. Algo parecido a decir que el mundo es una caja de remedios, y dentro de esa caja cada uno es una cápsula, junto a otras tantas cápsulas.

Esto puede verse en distintos ámbitos o en el propio comportamiento. Dentro del mundo del trabajo también se manifiesta y ya es común creer que alguien que defiende su puesto de trabajo no lo hace por ascender o por simple amor a su profesión, sino que su “pasión” es la de no irse nunca de allí, de poner candado a su puesto.
Si esto es equivocado o no, cada uno en su interior sabrá con qué armas defiende lo suyo y por qué. Lo que intentamos ver a partir de este análisis es que no en todas las profesiones se piensa desde lo individual y sí de manera grupal.

Los otros días en un programa de televisión se mostraba la labor de una escuela de oficios que tiene mayormente a mujeres que buscan una salida laboral que desde su hogar puedan realizar. Una acción muy loable y destacable. Pero me llamó la atención que, entrevistadas las mujeres que estudiaban diseño y costura (aproximadamente unas treinta), a la pregunta de si al terminar de estudiar alguna pensaba asociarse con otra y lanzar una marca de ropa o trabajar en conjunto, nadie levantó la mano. O sea que allí había treinta personas y treinta “miniempresas” en la idea de todas ellas. ¿A ninguna se le ocurrió al menos hacer un dúo, buscar asociarse con otras?.

Quizás sea posible una explicación, y es que nuestro individualismo supera a la profesión que tenemos. Que la felicidad individual nos parezca más rápida y efectiva, al hecho de compartir un logro y dividir réditos. Como concepto puede funcionar para algunos trabajos, pero seguro que no para todos. Un abogado puede recibirse para ser cabeza de un estudio jurídico o parte de un pool de abogados especialistas en algún tema; un arquitecto es posible.

Pero un Profesor, un Periodista, un médico clínico o de otra especialidad, no parecen dar cabida al trabajo en conjunto ya desde su concepción. Podemos abarcar otras actividades y veremos el mismo panorama: un albañil, un encargado de edificios, un electricista, un plomero, un cocinero. Todos soñarán triunfar dentro de un mundo que parece ya no tener más lugar para tantos haciendo similares labores

La solución desde la óptica del recibido, pasa por agudizar la pericia. Y con esto quiero decir permitirse rodearse de otros en iguales condiciones. Claro que no todos son la horma de nuestro zapato y tampoco es idílico el camino hacia la estabilidad laboral. Pero sí es concreto que embarcados hacia un futuro siempre es mejor estar acompañados. La idea de asociarse implica unidad de criterios, más allá de la cantidad de integrantes, y ponerse de acuerdo en cuestiones ya de por sí es una labor.
Pero en un mundo que exige más y mejor, si ofrecemos opciones grupales además de las individuales, podremos soñar con una empresa en sociedad y en donde yo seré mi primer empleado.
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Lo que hay detrás de la puerta: primer empleo, peligro de estancarse

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Dicen que peor que avanzar o retroceder es estancarse. Porque como parte de un proceso cualquier acción que lo detenga en general no conduce a buenos resultados. En otras ocasiones, y ya desde el enfoque laboral, se elige estar en un lugar a la espera de una oportunidad que, creemos, ya llegará. En breve.

Para el mundo laboral el primer trabajo no debe de ningún modo ser el único que tengamos en nuestra vida. Sencillamente porque ese primer empleo, esa posibilidad que alguien nos brinda con más esperanza que certezas en nosotros, es la puerta abierta a todas las posibilidades de avanzar. Si bien se elige una carrera y de allí una forma de vivir de aquello que se eligió, son demasiados los casos de personas que estudian una cosa y trabajan de otra que en nada “colabora” en el aprendizaje.

Es más. La realidad algunas veces nos lleva a optar y entre un trabajo actual y medianamente remunerado, se prioriza eso por sobre estudiar una cantidad de años algo que no se sabe cómo será aplicado a mi futuro. Esto no se puede solucionar sólo con educación al alcance de todos. Se trata de modificar estructuras sociales que hagan valer el esfuerzo de “ser” alguien, al cabo de unos años de estudio.

Pero a no celebrar. Porque estudiar y mientras trabajar de lo mismo durante toda la vida no implica la felicidad envasada. Al menos trabajar siempre en el mismo puesto todo el tiempo…el equilibrio no lo da la alta calificación que hayamos tenido en el promedio, sino elegir bien. Y si hay que irse, elegir irse bien.

¿Hay instituciones que enseñen cómo debo “irme” o “quedarme”?. No, se trata de sentido común, o lo que otros podrán llamar corazonada o impulso. Pero para cualquier resultado primero habrá que tener opciones que me pongan en la duda de si irme o no a, se cree, superar y superarme laboralmente.

¿Qué opciones me quedan?. Si no se puede elegir otro trabajo nadie puede pensar en irse de allí, por más mal que se lo trate. Pero quien tiene ansias de mejorar va a pensar ¿yo quiero esto?...no…¿puedo hacer algo por mejorarlo?...no lo sé…¿y si lo intento?...

Si se intenta, bienvenidos a aquellos que no quieren estancarse.
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Lo que hay detrás de la puerta: vengo por el aviso, soy el recomendado

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Motivos para justificar la llegada a un puesto de trabajo puede haber muchos, comenzando por una básica, que es la necesidad. Pero en otras ocasiones es inevitable decir (en voz baja, claro) “¿cómo pudo llegar tamaño personaje a este puesto?”.

Si bien la personalidad no necesariamente va de la mano con los altos cargos ejecutivos, lo primero a pensar son dos teorías: o es familiar directo de “alguien”, o ingresó por recomendación de “alguien” tanto o más importante que el mismo jefe. Sino, no se explica.

Los sueños y deseos de muchos, puestos en un currículum, suelen descansar juntos en algún rincón de la mesa de quien toma la prueba. Y allí, de entre todos, elegirá según le parezca. ¿Qué es un Gerente de Recursos Humanos entonces?. Alguien con la difícil tarea de seleccionar con qué se queda.
Pero…siempre hay un pero. Porque el orden de llegada del currículum puede verse…alterado si de un recomendado hablamos. Es bueno aclarar que en sí una persona que es bien vista y considerada está en su derecho de llevar carta de recomendación, tarjetita y cualquier medio que testimonie que hace bien sus tareas.
El tema a debatir eternamente es la aptitud que para un cargo se tenga y la importancia que entonces toma la recomendación.

¿Cómo “rebotar” al hijo de un amigo que sabe de números lo que yo de veterinaria?. Algunas veces pedir explicaciones o darlas son caminos más largos y estrechos que la mentira directa, la que me saca el problema de encima. O a lo sumo lo patea para adelante para que no lo vea. Entonces algunos se quedan donde están.

No existe una solución mágica o bueno la hay, que es ser inteligente. Para pensar qué quiere el otro de mí y para orientar la búsqueda cerquita de lo que se está pidiendo. Algunas profesiones tienen cientos de postulantes, pero la Carrera está en la otra orilla de un río, imposible llegar.
Por eso es mejor usar la inteligencia. La que el currículum dice que aplicamos a nuestros estudios, y aquella que el momento requiere.
Mi recomendación es ésa, ante todo.
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Lo que hay detrás de la puerta : trabajo...aptitud para lograrlo, actitud para buscarlo

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Mientras la persona que puede ser capaz de provocarnos o una gran alegría o una gran pena lee nuestros datos en el currículum, la espera se vuelve rezo para unos o interminables segundos para otros. Por un momento olvidamos que todo (todo) es considerado parte de nuestro proceder. Hasta leímos que no hay que cruzar los pies, que las manos no deben temblar, que cada palabra tiene que sonar segura.

Finalmente levanta su cabeza; parece que algo va a decir, pero no encuentra cómo…¿será malo?. Ya nos incomoda su incomodidad en no decirnos nada. Hasta que parece, se anima. Aquí se bifurcan los caminos. La respuesta más maravillosa tiene un sendero que más o menos podemos imaginar, y que uno no va a exteriorizar hasta bien seguro de estar alejado de miradas.

Pero hoy me detengo en la parte de “los derrotados” momentáneos. Porque aunque haya bibliotecas repletas de frases de usos y costumbres, lo que uno siente cuando lisa y llanamente rebota es que no sirve para nada. Y si bien es humano sentir eso los primeros diez minutos luego de no alcanzar un objetivo, tan cierto como eso es la gran posibilidad que se abre. En general necesitamos ser evaluados por el otro y a partir de un parámetro, saber más de nosotros.

Por ejemplo es común que se deje a alguien fuera de una chance porque o no califica o sobre califica un puesto. Una vara es saber qué estudiamos y creemos en qué podemos aplicarlo, pero desgraciadamente las empresas tienen otro librito distinto al nuestro. Y algunas veces un par de cursos complementarios de nuestra carrera no nos abre posibilidades, sino todo lo contrario, más si se trata de un puesto que podríamos llamar medio. Vale decir entonces, que de todas las experiencias aprendemos.

Para no ser un rebotador crónico de cuanto trabajo a uno le ofrezcan, es mejor saber “leer” que ven los otros de nosotros. Porque quizás sepamos reconvertirnos en algo parecido a lo que se busca, sin caer en olvidar para qué estudiamos.
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Lo que hay detrás de la puerta : la teoría del Estado "benefactor"

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Fuentes laborales de naturaleza privada, riesgos que una empresa toma y que se nutre de gente desesperada por ser parte del mundo del trabajo. Estas son las pautas más o menos generales para la mayoría de las personas aptas y deseosas en comenzar algo.

Pero no solamente una empresa privada necesita personal. También el Estado –en cada una de sus reparticiones- precisa en ciertas ocasiones de más gente. Claro que esas ocasiones son las menos.
Es inevitable hablar de política. O en todo caso de políticas aplicadas a la solución de la inserción laboral. Cada nuevo gobierno parece reiniciar cualquier plan trazado, lo cual impide la continuidad de una idea más allá de cuatro años de un gobierno.

La idea general sostiene que “el Estado somos todos”, aunque esto no deja de hacerlo ver como una especie de vaca lechera que provee a quien pudiera de un sueldo seguro.

Y hablando de seguro, para algunos el Estado es asegurar trabajo para la descendencia, ya que si alguien consigue entrar, hará ingresar más tarde o más temprano a un familiar. Me pondré aquí en abogado del diablo en defensa del Estado. ¿No ocurre eso en casi todos lados, sea privado o estatal?. Pensemos.

El Estado benefactor fue la manera de denominar a la intervención gubernamental luego de la segunda guerra mundial, que implicaba la ayuda en países arrasados con motivo del conflicto bélico. Luego se utilizó como sinónimo de función social regulada por el gobernante de turno.

¿Qué queda hoy de eso?. Si se apunta a la posibilidad laboral, las noticias no son buenas. Porque sigue sin haber políticas que estén dirigidas a los recién salidos al mercado, y porque el Estado como empleador no lo haría con todos.
Para evitar suspicacias quizás la solución para la toma de empleados por parte del Estado sería un concurso abierto, en el cual cada uno pudiera calificar para cada puesto pedido. Como el mundo ideal no existe, por lo menos cercano al cono sur, la esperanza es nada más ni nada menos, que sea bajo ciertas reglas claras y que no discrimine antiguos empleados de los nuevos. Ergo, que estén legalmente en blanco.

Si el Estado contempla sin solucionar problemáticas atinentes a él, casi seguro que el arreglo se aleja. Cuanto más lejos, lo arreglarán otros.

Profesionales recién salidos de las facultades y demás personas que ponen dedicación y tiempo en aprender a ser algo, esperan que el Estado vuelva a ser benefactor.
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Lo que hay detrás de la puerta: ¿una piedra en el camino?

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Para buena parte de las cosas a las que aspiramos no solo corresponden a nuestra exclusiva incumbencia realizarlas. Se necesita también una intermediación: los que profesan religión encomiendan a alguien su pedido; aquellos que no, o creen en sus propias fuerzas o hasta en objetos de la suerte, para qué negarlo.

En la búsqueda laboral nada de lo descripto queda al margen y el aspirante a un puesto necesita (lo hemos señalado ya) “encajar” dentro del sistema como una pieza de rompecabezas. También hemos comentado el cuello de botella que significan muchos egresados que intentan cubrir trabajos que cada vez se piden menos por abundancia o sobreabundancia.

Los sitios laborales (hablamos dentro de Internet) concentran todos los pedidos y ofrecimientos, canal necesario y utilizado si alguien es joven, con ganas y sueños.
Llevar el currículum en mano a una empresa o mirar una cartelera de pedidos en busca de un número para contactarnos con alguien se usa cada vez menos.

Aunque no queramos las empresas de búsquedas laborales son nuestras intermediarias. Así que desde el inicio se acatan órdenes “superiores”. La experiencia personal y algunas otras que se encuentran apenas se plantea la cuestión, transitan los mismos carriles.
Para muestra, este ejemplo. Se pide en general que se aclare tipo y clase de trabajo; ocurre algunas veces que las opciones dadas son tan generales que uno termina eligiendo trabajos en profesiones distantes de nuestro objetivo.

Con el tema del currículum ocurre algo parecido. No basta con el orden en que esté confeccionado o el plus que lo haga más interesante: en los sitios se deben cargar todos los datos y armarlos dentro de parámetros dados. Vale decir entonces que en realidad terminamos adaptándonos a ítems que descartan lo específico, cuando quizás debería ser al revés.

Planteados interrogantes, algo así como una piedra en el camino, llega el momento de esperar resultados. Algunos sitios ¡permiten! que uno pueda dejar su dirección de mail y otros necesitan que nos registremos y con eso poder entrar en las páginas diariamente a revisar nuestra suerte.

Como dicen que a la suerte hay que ayudarla, no todo es esperar sino sortear desde el vamos, estas dificultades. Ojalá entonces que el próximo mensaje que reciban y por el que tanto se ha luchado aparezca en sus casillas, ése que nos sirva para empezar a ser.
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Lo que hay detrás de la puerta: nuestro vaso medio lleno

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Si bien aquello que uno puede aportar desde su visión pretende ser la mirada del alumno que sale del cascarón universitario hacia “la vida”, pocas cosas nos unen a todos como la búsqueda laboral. Con mayores o menores pretensiones, currículums extensos o vacíos, todos queremos de nuestro futuro algo así como un trabajo “decente y permanente” (ustedes pongan los dos términos en el orden e importancia que deseen).

La realidad en los números nos muestra una oferta laboral para ciertos rubros, que no necesariamente tienen que ver con los universitarios o terciarios. Basta que se decida llamar a alguien para cortar el pasto que se verá que a Dios gracias, trabajo en general no les falta. Esto también les cabe a albañiles, pintores, electricistas, cortineros, maestros mayores de obra, plomeros y entendidos en informática que quieran ser empleados realizando más que nada labores muy específicas.

Otros rubros no corren con igual suerte. Porque existe sobreabundancia y también, porque cuando el diario se abre no hay oferta de aquello que se es. La conclusión primaria nos muestra una realidad tras los números positivos de la economía. Algo así como una “matrix” en la que o se está dentro de ella, o se la contempla.

Ergo: la inserción laboral es lenta, o básicamente dependiente de ciclos. Vale decir, cuando una profesión está de moda y todos quieren ser parte de una actividad. Queremos “subirnos” a esa matrix, pero parece que no somos los únicos en querer hacerlo. Y el mercado se agota en pedidos muy puntuales.

Las nuevos términos para definir al simple empleado nos eximen de mayores comentarios:“Senior”, “semi Senior”, “Junior” “semi Junior”…

Hace unos días me puse contento ya que cerca de mi casa alguien puso un cartel en su inmobiliaria buscando empleados. Algunas personas había en la fila y les pregunté qué se precisaba…”Empleado principal o Senior para desempeñar tareas relativas a la profesión”. Si alguien no comprendió, se pide experiencia para atender el teléfono, sacar fotocopias, concertar entrevistas, realizar una agenda de contactos…
Lo triste es que si bien exigir condiciones por parte de un empleador es su derecho y en esos términos gana el que mejor preparado esté, tampoco es sano tener que ser Abogado para coordinar por teléfono reuniones de otros. Mejor dicho, no es justo.

Nuestras posibilidades son siempre el vaso medio lleno en la historia de buscar trabajar. Confiar en la experiencia debe ser tan determinante como también lo que nosotros hagamos ante una chance, una puerta que se abra. Si la supervivencia es la del más apto, allí se verán nuestros reales valores.
Por las dudas, para no quedar fuera de la matrix, es bueno empezar por confiar en lo que cada uno siente que es luego de recibirse. Ese y no otro, es el vaso medio lleno.
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Lo que hay detrás de la puerta: el trabajador en su laberinto

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Cuando hablamos de primeras oportunidades dadas, la persona que lo hizo posible no será jamás olvidada. Fue quien confió en que nosotros podíamos y de paso, nos dimos cuenta que algo de razón tenía. Ciertas veces otros confían más en nuestros valores que nosotros mismos.

Existen matices. Como en todo, cuando de relaciones humanas se trata. Para saber diferenciar lo que el empleador quiere de cada uno, la tarea de averiguarlo resulta sencilla: ¿nos paga por nuestro trabajo?. ¿No?. Pues entonces estamos en presencia de la temida condición de “a prueba”. Y aunque aprender de la práctica nunca está mal, sí lo está el abuso del tiempo, el generar el “estado permanente” de nuestra condición.

Las soluciones no están en quien recién comienza. Laberintos de un sistema que en general nos pierde dentro de sus caminos, estamos en medio de todas las decisiones que otros toman. Una protección legal la dan aquellas empresas que buscando dentro de las Facultades, quieren en condición de pasantes a alumnos. Para ir fogueando a aquellos que se están por recibir.

Aunque se puede envidiar a los que son elegidos, nada es un lecho de rosas. Porque uno aprende si le enseñan, además de lo que uno observa. La cuestión es si quienes contratan buscan enseñar las cosas, o sólo a quienes lo hagan rápido y sin chistar. Mejor, no sabemos. Pero, rápido.

Nuestra ilusión de luz al final del túnel nos guía en el laberinto. Mientras, el tiempo pasa, para puro beneficio de quien nos “toma una prueba”. Por eso la recomendación (y les aseguro que con una base empírica importante) es aclarar todo lo necesario desde el principio. Aunque uno quede como estructurado y amigo de los formalismos. Pero es que después no hay derecho a la queja. Es algo así como la letra chica de la compra de un microondas. ¿Quién lee que el representante de la marca atiende en Uruguay?. Nadie. Así que en lo posible, fijarse de aclarar puntos.

A veces ocurre que se sabe cómo es la labor diaria, aunque el empleador no impone otras reglas ya que las da por entendidas. Pero no todos tenemos la lógica de un empleador. Nunca está demás consultar, y a veces hasta con suerte uno ha inaugurado un estilo de trabajo sin quererlo.

Siempre es mejor que en el laberinto sólo quede el Minotauro y nadie más.



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La canción de la semana!!: "Volver a empezar"

1 comentarios sábado, 14 de noviembre de 2009

El tema sin dudas es fuente de inspiración, pero llevarlo a las palabras es lo más difícil. Porque uno analiza desde dentro y no a partir de una lejania, es totalmente subjetivo. Y porque lo veo en cuanto ámbito se intente congeniar criterios. Un sólo tema que pueda ser en común basta para el despliegue incómodo de la realidad, el rechazo, el enfrentamiento.


La siguiente descripción pueden aplicarla a los grandes temas nacionales, y hasta en una reunión de consorcio, o en las elecciones de una sociedad de fomento, da igual.

No hablo de política internacional, no hablo del conflicto de los empleados de la ex Terrabusi, no hablo siquiera de la modificación de leyes esenciales para los ciudadanos. Hablo de una reunión de ex alumnos de un colegio primario. El re-encuentro, o en tal caso el "neo"-encuentro de aquellos que eran y ya no son, en un punto.

Desconozco el mecanismo, o en tal caso no sé cómo explicarlo. Pero la decisión de saber qué fue de la vida de aquellos que algún momento de la vida compartieron con uno es primero fragmentada y luego grupal.

Esto es, primero surge de la curiosidad de una persona, que contagia a otra y asi la idea de "volver" se expande. Pero la vida no es tan lineal como una linda teoria escrita. Y expandir una idea en este momento (del año y del país) choca con cientos de cuestiones.

Repito...veo esto en cualquier ámbito que involucre a más de cinco personas. El recuerdo en la mente de cada uno es traer delante lo que ya habia quedado sepultado por la vida, los momentos, los años, que son las personas. Los recuerdos no hablan por teléfono, no chatean, no hablan delante de otros. Son nuestros. Pero cuando esto del contagio inicia la rueda, surgen qué tan lejos o cerca están.

Mi abuela Juana solía decir que no se pueden acomodar diez medias en once pies. Los nuevos recuerdos, hechos personas, se acomodan a una vida ya hecha, la del otro, como pueden. Algunos generan este espacio y otros no, se niegan. Y es perfectamente entendible. Forma parte de cierta tranquilidad que mejor no perder. Por eso la idea de contagio algunos la pueden tomar como sinónimo de virus y se alejan (no van a la reunión...de colegio...de consorcio...de la sociedad de fomento). La idea se torna debate, somos asi. Se opina, se discute, se idealiza, se deforma la realidad a como querriamos verla.

Cuando finalmente se llega a la puesta en común, diría el profesor de una materia escolar, a veces es tarde.Los primeros impulsores de la idea se han ido, se han cansado, se han olvidado. Llegado el dia, los presentes recuerdan a los ausentes, y los ausentes necesariamente querrian estar presentes, sino fuera por ellos mismos, que se lo impiden. Queda el disfrutar, no todo es malo.

La reunión de consorcio, la elección en una sociedad de fomento, la reunión de ex alumnos, tienen un costado positivo. Lo que finalmente resulte es el fruto del esfuerzo en conseguirlo.

A pesar en general, de nosotros mismos.

Los dejo, me esperan mis compañeros del primario.






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Lo que hay detrás de la puerta: esperanza, lo segundo que se pierde

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En un mundo laboral inestable la esperanza es lo segundo que se pierde. Lo primero, claro, es el trabajo.
Las aspiraciones tienen el color de nuestros sueños y cuando el acostumbramiento al lugar en que alguien se inicia laboralmente es total, se piensa “¿No habrá algo mejor?”.
Nadie necesita ser un perceptivo para notar comodidad o incomodidad. Porque si para todo nuevo empleado cualquier mínima tarea es al principio costosa, bien sabido es que el resto no le facilitará las cosas. En su gran mayoría. Y más si, como comenté en columnas anteriores, la jerarquía se tiene que remarcar a partir de iguales labores.

Algunas veces ocurre que tomamos la decisión de irnos cinco segundos antes de ser echados: esto es, que nuestro jefe…ya lo venía pensando pero no sabía cómo decirnos tamaña noticia. Otros “perciben” que el lugar, como una especie de Titanic, se hunde y deciden rumbear hacia otros destinos, o en realidad buscando aun su propio destino, su lugar indicado para estar.

Todos estos movimientos son decorados por la necesidad de trabajar. De no mirar lindas caras o generosas ayudas. Lisa y llanamente trabajar para cobrar un sueldo. La esperanza en ese caso no está en cambiar, sino en vivir el presente cuestión que sabemos que es complicado y no discutible.

Se machaca desde ciertos ámbitos la floja preparación estudiantil y es una realidad. Forman personas profesionales que se suman a un mercado que les exige ser otras cosas. Y se vuelve tan complicado como desagotar una pileta de natación con un vaso. Porque la proporción entre trabajo y posibilidades son ésas.

El estudiantil no es el único factor. El nivel exigido no pasa por conocimientos básicos, sino por caprichos empresariales. Contratar hasta cierta edad es uno de esos preconceptos. O la paradoja (argentina y no griega) de pedir experiencia y a la vez juventud de un aspirante. La búsqueda de condensar en una sola persona experiencia, juventud, metas firmes y que cuando le pregunte cuánto quiere ganar, no diga disparates…

Ante tanta descripción agorera, el rincón esperanzador. Podemos a pesar de las circunstancias ser en lo posible felices. O para empezar, podemos ser. Que no está mal, tampoco. Si trabajar ya no es trabajar de lo que nos gusta, hay algo que anda mal. No alcanza con una visión positiva de las cosas. Alcanza y sobra, en realidad, con sentido común. Formarse y luego exigir sabiendo que estamos preparados
Sino, seguiremos desagotando la pileta con un vaso.
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Lo que hay detrás de la puerta: trabajando por un sueño (sin Tinelli)

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Las preguntas existenciales siempre son bienvenidas y sobretodo por la mañana, momento exacto en que frente al espejo alguien puede plantearse lisa y llanamente “¿quién soy yo?”.

En mi opinión, estamos dominados por el realismo. No el de García Márquez, justamente: su “realismo mágico” no vive en Argentina. Hablamos de aquel matiz que vuelve a algo crudamente verdadero. Eso y un toque de resignación, nos hace ser realistas.
Cuando trabajamos aceptamos reglas a partir de las cuales una persona adapta también sus propias reglas a aquellas. Vale este ejemplo: si un jefe imparte una orden podemos decir “sí, Señor jefe, cómo no”, mientras se piensa y calla cualquier cantidad de improperios. Aplico así una idea práctica y realista: hasta que no se consiga otro trabajo mejor, existirá el doble discurso.

Describo esa situación sin estar de acuerdo con ella. ¿Podrá existir un término medio?. Yo creo que sí…aunque dudo que sea en nuestro primer trabajo.

La persona realista intenta quitarle el sentimiento a sus acciones para obrar según la circunstancia lo dictamine. En el mundo de la Política se encontró una bonita definición: pragmatismo. Se dice de aquella persona que no está atada a una estructura política y sí a las mejores ideas, que es pragmático. Y hasta les da una positiva imagen frente a los demás.
¿Se puede aplicar entonces a todos los órdenes de la vida?. A mi me parece que no, porque antes que todo está la conducta. Sino, nos daría todo lo mismo. Y eso más que opinable, sería criticable.

Pregunta crucial. ¿Estamos preparados para escuchar otras opiniones, además de la nuestra?. Quizás ocurra que al primer jefe no me anime a plantearle mi pensamiento, pero ¿él lo escucharía si lo hiciera?.
Segunda pregunta crucial. ¿Estamos preparados para escuchar críticas constructivas?.
No parece estar abierta la chance de debatir cuestiones que tengan que ver con nuestro diario vivir. Casi, en ningún ámbito. Las decisiones ganan por imposición.

Ya sea para formar parte de la maquinaria del trabajo específico, o si se piensa en apostar a liderar algún día desde una empresa, cada uno de nosotros persigue sueños. El ser realistas hace que esos sueños sean mirados por nosotros mismos con misericordia. Lo adaptamos a lo que hay.

Si el objetivo es llenar mensualmente el bolsillo, ser realista es una necesidad que no se discute. Los clasificados de los diarios muestran qué se busca.
Pero, si es uno el que no sabe lo que busca, no colaboro a “la causa”: intentar llevar mi sueño a buen puerto.
Aunque, en este mundo realista, todos los barcos parezcan el Titanic.


(imagen gentileza http://www.ecofield.com.ar/)
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Lo que hay detrás de la puerta: el trabajo es un libro de quejas

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Para el recién egresado de una Facultad el primer día de trabajo en aquello que estudió durante años es de temer, porque se puede encontrar en un ambiente desconcertante: al fin las cosas no eran como se habían soñado y lejos estará el clima de espíritu de grupo que alguna vez disfrutó. Y así como se fijan en cada uno de nosotros durante la infancia las cuestiones básicas de la personalidad, el primer día trabajado casi define una postura de allí en más frente a lo que se viene.

Uno sabe lo que hace en tanto su cerebro esté despejado de presiones que no lo sorprendan, pero cuando todo es nuevo hay que ejercer la tolerancia. No todo es como uno lo imagina y en un trabajo se acatan órdenes. Si son de las impuestas o las de sentido común, se sabrá al tiempo de estar adaptado al lugar.

En mi caso particular el primer día de clases en la Universidad busqué a alguien que estuviera tanto o más desesperado que yo, porque no entendía nada. Y lo encontré en alguien que desde aquel momento es mi amigo. Cuando se ingresa a un trabajo en cambio, se buscan aliados. O al menos alguien que perciba nuestros nervios, pero entendiéndolos.

Desde ya que se pueden dar grandes amistades en el ámbito laboral, aunque la competencia lleve a razonar al corazón: antes que amigos, primero son compañeros de trabajo. Y eso hasta que uno pretenda hacer mejor las cosas que el otro, momento en que las “cuestiones de piel” hagan o no seguir a los preparados.
Los tipos de trabajos definen personalidades. Hay ocupaciones en las que se está solo ante cualquier decisión porque hacer específicamente eso es lo que se espera de nosotros. En otros trabajos, seis o siete personas hacen lo mismo, dentro de una misma sección y en general con los mismos sueldos. Destacarse en esas condiciones es construir lentamente, pero se logra.

Todas las sensaciones son conocidas y a la vez en cada uno, muy particulares. Al tercer día de trabajo ya uno no recuerda qué le gustó y qué no, simplemente lo hace. “A mi en la Facultad esto me lo enseñaron de otra forma” es un clásico en los primeros tiempos.
El correr de las situaciones, los retos (los que son desafíos y los que son correctivos), el aprender a partir del ensayo y error, el sueldo que se hace agua en las manos mes a mes. A todo eso le llaman experiencia y otros, simple rutina.

No todos reaccionan igual ante algo determinado. Mientras, pasa el tiempo.
¿Cómo era, Darwin?. El medio condiciona al hombre, ¿no?.
Al menos en el primer trabajo, sí, tenías razón.


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Lo que hay detrás de la puerta: mirame!! yo lo hago mejor

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Ante un mismo trabajo y con iguales responsabilidades y tareas, el futuro directamente no lo imaginamos para sentirnos mejor, o a lo sumo veremos que será semejante al de quienes nos rodean. Imaginemos a los que trabajan en los ahora llamados call – center, una nueva “salida laboral” propia de la mano de obra barata que lamentablemente representan los que quieren tener el primer trabajo. El porvenir es tan acotado y asfixiante como los cubículos desde donde atienden llamados de España o Estados Unidos.

Las universidades no tienen la tarea de “entregar” a la sociedad alumnos que no puedan destacarse en lo suyo. Si bien la estabilidad monetaria despertó a ciertos rubros y a profesiones alicaídas, las oportunidades laborales no parecen salir de aquellas con las que alguien puede “bancarse” los estudios hasta llegar al final de su carrera.
Luego de terminarla, el trabajo que se consiguió continúa: esta vez, para mantenernos todos los días. El esfuerzo por ser mejor cuando se estudia, parece no prosperar afuera de las aulas.

Un buen aprendizaje es el saber que la igualdad de oportunidades le cabe a los que se prepararon y a los que no. Y que se esté o no de acuerdo, la sociedad pide y da moviéndose dentro de estos preceptos.
Lo que nos diferencia respecto de otros es nuestra preparación. Que es mucho más que un elevado número en el analítico final como promedio: significa poder resolver situaciones y aplicar lo que sabemos en lo que entendemos.

Por supuesto que los que egresan siempre estarán de un mismo lado del mostrador, y esperando que alguien se apiade de un currículum con más ganas que antecedentes. La especialización es una solución moderna o al menos, que está de moda. Poder enfocarse en una actividad dentro de lo que estudiamos y desde allí hacer carrera. Apostar a las propias fuerzas y encontrar quien reconozca eso. Nada menos.

Párrafo final para la búsqueda de ejemplos. Llamado a la solidaridad: si usted conoce un ejemplo a seguir en su profesión, alguien a quien usted admire y crea que su constancia y dedicación explican su buen presente, se ruega aferrarse a él. Lo que en Política podría denominarse apatía o crisis de representatividad, también lo sufren quienes recién salen de la universidad y buscan su futuro. En general pensamos que “si uno es vivo” (en tanto llegar con malas artes, pero rápido), hace las cosas bien.

Pero, si las carreras que elegimos se parecieran a un campo listo para cosechar, cada paso que damos significa sembrar algo que al que viene detrás le servirá. Lo que quiere decir que en tiempos de sequía, uno debe tratar de formar un buen ejemplo a partir de sus propias acciones. Y mientras, esperar que el jefe sepa que como nosotros no va a encontrar a otro empleado en ningún lado. Todo llega.



(imagen gentileza http://www.ehib.es/)
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Lo que hay detrás de la puerta: la vocación y la formación

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Nuestra vocación tiene que ver con aquello que nosotros elegimos ser (y hacer) en un momento de la vida, y de allí hacia adelante. Separamos aquí la educación básica y general que todos recibimos y que nos prepara antes de nuestra elección, aunque hoy las escuelas medias cuenten con una orientación que de alguna manera puede ayudar al estudiante a decidir.

Superado el momento de la elección, llega el turno de la formación. En este rubro, y es materia opinable, el paso hacia los estudios terciarios universitarios resulta cada vez más una cuestión de buena suerte en la carrera y Facultad elegida. Porque el que quiere saber puede averiguar, pero tanto vale eso como el poder asesorarse debidamente. Y la impresión es que aun no se encuentra cómo hacer no frustrar en el intento a aquellos que no tienen la suerte de elegir bien. O que lo dado en las materias en realidad no cubre con sus expectativas.

Entonces con la vocación y la elección definidas, quizás en la formación radique el problema. Qué cosa y de qué manera se llega al que estudia. Algún lector de estas palabras puede ser un ejemplo del tema: hay muchas personas que se recibieron de cosas que, o nunca ejercerán, o que el mandato familiar los llevó a realizar. También todo es cuestión de confiar en la propia meta de uno, y de saber que cuando elegimos lo hacemos pensando en nosotros y en nuestras posibilidades.

La formación, cuando es directamente relacionada con una rápida salida laboral.
Obstáculo insalvable y determinante en nuestra realidad. Cantidad y calidad en general no van de la mano, y más para trabajos en donde se destaca la puntual tarea, la específica. Si bien se buscan matriceros, fabricantes de insumos o torneros, donde escasean personas son en las carreras más técnicas, centradas en un rol y dependientes de un buen conocimiento.
Para esto hay que invertir, pero en uno: nada se soluciona sin tiempo, hay que estudiar y ser pacientes. El tema es que no se cuenta con esa paciencia.

Llegamos por fin a la disyuntiva. Si se estudia para comer a futuro, o se estudia para comer ya mismo. El análisis social de porqué se llega esto corresponde a especialistas, pero de algo estoy seguro: algunas veces la felicidad no entra en ninguna de estas dos opciones. La disposición, el ánimo, para encarar un proyecto aun es propiedad de nosotros y no de las circunstancias.
Ojalá en todos los futuros estudiantes vocación, formación y ánimo sean las armas para destacarse y poder estar orgullosos de saber… que saben.


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Lo que hay detrás de la puerta: la cima y la sima

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Algunos saben lo que realmente se siente cuando se llega bien alto o se cae en lo más bajo. Y digo algunos, porque en muchos casos la vida de los hombres (genéricamente hablando) transita por un cierto carril de tranquilidad todo el tiempo. Algo así como ir en auto por una autopista de eterna velocidad mínima.

Pero como la subjetividad brota siempre por todas partes, a mares, cada persona que lee estas líneas sabrá en qué casillero su vida transcurre. Las buenas y malas tendrán forma de racha, de designio familiar, de saber aprovechar su momento.
Todo lo que nos ocurre no sería de tal manera si no tuviéramos conocimientos adquiridos. Por eso se dice que a alguien puede irle mejor en la vida en tanto su preparación estudiantil sea mayor.
De afrontar un futuro laboral en sociedad, hablamos.

¿Esto significa que cuando se estudia mucho y bien se es mejor?. No parece, si nos detenemos a ver las acciones lamentables de verdaderos profesionales. Llegar a la cima (1) es otra cosa: si hablamos de sentirnos bien, cualquier circunstancia vale para permitirnos sentir “que llegamos” a algo. Y los conocimientos fueron las herramientas para alcanzarlo, pero no pueden explicar nuestra felicidad. ¿Uno es feliz porque sabe, o porque puede demostrar lo que sabe en algún momento?.

Un celestial coro de voces sostendrá “Entonces, para saber si somos felices, hay que empezar a trabajar. ¿y quién me da la chance?”. Obviamente no le podemos buscar el más mínimo sentimiento a una página de avisos clasificados. El que da la primera oportunidad en general nos tiene a prueba un poco, en todo sentido. Nuestro primer jefe tendrá otras urgencias, básicamente no caer en la “otra” sima (2), un poco más oscura y menos poética.

En medio y como siempre, los egresados. Si alguien piensa que sentirse bien es solamente tener un trabajo tiene razón a medias, aunque el sentido común ya nos avisó que lejos están de ser sinónimos, ciertas veces. Nadie parece que puede ser feliz cinco minutos antes de su propio tiempo.
La primera oportunidad de demostrar conocimientos y el camino en busca de ser felices, va a llegar porque depende de cada uno.
A velocidad crucero, o en eterna mínima velocidad. La cima espera.

(1) Cima: lo más alto de un monte o árbol. Cúspide.
(2) Sima: cavidad profunda en la tierra. Parónimo de cima.



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Lo que hay detrás de la puerta: la ética de nuestro propio código

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Dos fuerzas poderosas, algunas veces reñidas con el sentido común, se hacen presentes una vez que deseamos llevar algo a la práctica. Por un lado aquello que se nos ha inculcado en términos de estudios: primarios, secundarios o universitarios. Por el otro nuestros valores, esos que podemos usar ante cualquier eventualidad como parámetro.

El sano ejercicio de hacer lo que queremos, y porque para eso se ha estudiado, nos lleva en alguna instancia a plantearnos cuándo aplicar o no lo que aprendimos.
Empezamos a redactar con hechos nuestro código de ética.

¿Me sirve lo que estudié como teoría llevada a la práctica?.
¿Uno se destaca frente a otros con idénticos sueños por todos los conocimientos previos, o logrando mirar qué se necesita exactamente de mi?.

De primera impresión, no se duda. La teoría escrita en una hoja se ve muy bien, pero de ahí no se mueve; el ser observador de la realidad en la que estamos inmersos es la respuesta que más contentos deja a todos. De hecho es la fórmula más aplicada en el mundo laboral de hoy en día. “El que sabe sabe, y el que no es jefe” lo resume a la perfección.

Me permito desde esta columna levantar la bandera del equilibrio entre los dos conceptos, al menos para empezar. En nuestro sentido común queda registrado no todo lo que se nos ha enseñado, pero sí los conceptos que creemos que nos sirven.

La realidad nos da la chance de ver si podemos aplicarlos. Y así como hay leyes y normas, la construcción de nuestro propio código de ética tiene su comienzo en el exacto momento en que decimos “No estaba tan mal aquello que me dijeron alguna vez” y saber cuándo es el momento apropiado para usarlo.
A vivir e intentarlo.
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