La noticia menos censada

1 comentarios jueves, 28 de octubre de 2010

Se habían creado las condiciones para el evento que por extraño, la gente tomó como unas vacaciones en queja: no había ningún lugar abierto y era un feriado forzado por la imposición. Las rutinas cambian cuando ya no contamos con el control de ellas, y eso es como ceder parte de nuestro territorio, entonces nos resistimos. El 27 de octubre había que estar a la espera de la aparición del censista para luego acomodar el resto de la jornada, dándole el plazo de 12 horas que se estipuló. Quienes viven en casas podrían espiar si sus vecinos estaban siendo censados mientras que en los edificios de departamentos la opción de atender a la persona en el palier sonaba más sensata que la visita unidad por unidad.


Me levanté a las siete de la mañana, desayuné y preparé un café al que sumé una taza más, por si la persona con planilla en mano me caía simpática y así le podría servir también. No tenía nada para acompañar y al instante maldije al censo, ya que todo estaba cerrado. Decidí que no le daría café al censista, mitad por enojado.


Esperando al censo y sus preguntas, prendí la radio y la computadora. Cerca de las nueve de la mañana nada se dejaba escuchar entre mis vecinos y comprendí que empezarían por otras zonas. Vivo en un edificio que es el único de departamentos en toda la cuadra, pero era posible que eligieran primero destinos más sencillos, casas. Me llega un mensaje de texto que por la hora y por la forma de redacción no comprendí muy bien: “Kaput Kirchner. Rumores”. Lo bueno de tener ex compañeros que han estudiado Periodismo es el contacto, pero nunca se sabe si me hablan a mí directamente o siempre desde su profesión, aunque reconozco que no me molesta la diferencia.


Prendí la computadora que ahora mismo uso, pero nada decían los portales de internet. Prendí la radio y empecé a buscar en el dial, sin suerte. Un medio se anticipó a comentar que algo había ocurrido, sin dar precisiones y entonces seguí buscando hasta dar con una radio, con periodista en tono apesadumbrado, aunque cauto. Y ahí me quedé, uno a través de la voz percibe lo que se dice y lo que no se dice, a veces. Pregunté por mensaje de texto alguna confirmación y volvían los mensajes con rumores. Hasta que el periodista en la radio se sinceró: “lo voy a decir”…y lo dijo.


Eran cerca de las nueve de la mañana y no hacía frio, aunque lo sentía. El día ya era extraño en sí, y con esto muchísimo más. El tema impuesto, el censo, era devorado por la realidad como siempre pasa, y pone en un orden que nos excede a todo lo demás que ocurra. Escuchamos hablar del orden de prioridades, qué cosas son realmente las que debemos tener en atención y cuáles no. Hechos como estos nos hacen repensar el orden del listado que cada uno tiene de lo que llama “problemas”.


Pensé primero y no sé por qué en el censista. Si seguiría con su labor, si todo este operativo armado en mitad de semana serviría al final para algo, si no responder formaba parte de la situación inesperada. Me hice otro café y me quedé sentado, mirando de lejos la pava tomando temperatura. Y me pregunté por qué me sentía así. No tenía que ver con mis simpatías políticas y sin embargo ante este puntual hecho y otros que por época me han tocado, la sensación inmediata es de profundo vacío. Nadie analiza emociones de momento y humanas, no haría eso conmigo, me senté a mirar la pava sin mirarla, pensando en que el sistema argentino tiene estas cosas. Por ser presidencialista cuando una persona fuerte ya no está, surge una sensación de indefensión. La manera en que se ejerce el poder por estos lugares del sur hace que todo tenga un costado paternalista, en cuanto a cómo nos tratan y en cómo nos dejamos tratar.


En eso pensaba pero a la pava no le importaba: movía la tapa chillando y volví con mi mente al café. ¿Y ahora?.


Y ahora…a esperar que me censen, pensé. Bajé a planta baja para comprobar que la chica ya estaba haciendo su trabajo y de paso presentarme. Le dije la información, abrió los ojos grandes y se tocó en su cintura el celular, como quien ante una noticia se lleva la mano al corazón. Los tiempos cambiaron, o el corazón se mudó de lugar en el cuerpo, pero ciertas reacciones ahora pasan por saber si el celular está con nosotros, ahí. Latiendo de señal. Y me dijo “me tendrían que avisar qué tengo que hacer”. Yo le dije que por favor decidiera así sabía los pasos a seguir, y volví a la hora y media. Recibió la orden de seguir y el portero me dijo que me avisaría mediante el timbre de mi departamento.


A las cuatro horas de esa promesa ya creí que algo o andaba mal o alguien tenía mucha gente viviendo en una casa y tardó en censar. Bajé y la chica se estaba yendo. El portero me dijo que tocó el timbre y yo no salí, e interpretaron que me había ido. Les dije que estando ellos en la puerta y viendo que no había pasado por ahí, salvo que decidiera bajar por el balcón, tercer piso me parece alto para la hazaña, difícil que me hubiera ido de mi casa. Al final me tomó los datos, o en realidad respondí las preguntas.


Respondí lo que me preguntaron, porque la mayoría de las preguntas las respondió ella sin consultarme. Me preguntó mi nombre y mi fecha de nacimiento. Se centró en mis estudios o yo percibí eso. Duración, formación y qué nivel alcanzado, año en que rendí la última materia de la carrera. Luego me dijo “listo…gracias” y me extendió la mano, al mejor estilo “lo vamos a llamar”, con que un gerente despide a quien nunca más piensa ver. Yo la miré y enfoqué en su bolso transparente y le pedí la oblea que certifica el censo. “Se me terminaron, a la tarde paso y dejo algunas”. Me acordé del café y le dije que como no subió se lo perdió. Se fue, apurada.


Volví a mi casa y a evaluar qué tan productivo fue todo hasta ese momento. Y antes de terminar de defraudarme, puse la tele buscando precisiones sobre el tema que se comió al otro tema. Como siempre ocurre, y nos ocurre. Los medios de comunicación imponen indirectamente un ritmo de noticias, pero siempre pasará todo por la forma en que uno se tome las cosas, y en eso somos siempre de la misma forma. Impulsivos y desconfiados, siempre vivimos caminando mirando a los costados y no hacia adelante. Sentía que el censo no servía y a la vez que a nadie le importaría eso. La oblea del censo nunca me llegó. Y la noticia del día tampoco había sido censada. Marche otro café.
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Antes y Despues Ciro

1 comentarios sábado, 23 de octubre de 2010
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Flashdance - Lady, Lady, Lady (Joe Esposito) 1983

1 comentarios sábado, 16 de octubre de 2010
Recuerdos de la infancia!!
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El sur del mar (letra para concurso)

3 comentarios jueves, 7 de octubre de 2010

Mis ganas de empezar la mañana frente a vos
tienen el color y la sal en el viento,
donde somos por fin nosotros
cuando tenemos el alma como espejo
y ese sur de firmamento.

Buscando la paciencia, perdiendo en la creencia
de tu paz en plena tormenta.
Respiramos sin el cuerpo, escuchando los latidos
en sonidos y rugidos de presencia, de vos y la marea
que sube y me lleva hasta tu danza perfecta.

Tremendo regalo sin autor declarado,
ante vos, mi dueño sin solución.
El invierno es la traición pensándote a lo lejos,
el verano es el pacto, vos siempre ahí,
cuando te busco soñando y pensando
el sur del mar azul.

Mi mente un velero en auxilio
rodeado de agua calma, luz de sol a mi emergencia
rescatando lo mejor de entre lo peor.
Una mano de espuma lleva a la orilla
todo lo que soy sin mis ojos abiertos
por miedo a lo oscuro que temo y no enfrento.
Dulce espina, sin tenerte rendida
quiero creer que aferrar lo que miro me inspira.
Pero el engaño tiene para mí un crímen perfecto:
el mar me devuelve la ambición como espejo.

Contra eso no lucho, perdiendo te tuve,
consuelo de agua calma
que busco y en vos renuevo.
Mi reflejo siempre eterno,
tiene tu color de azul sin miedo.

Tremendo regalo sin autor declarado,
ante vos, mi dueño sin solución.
El invierno es la traición pensándote a lo lejos,
el verano es el pacto, vos siempre ahí,
cuando te busco soñando y pensando
el sur del mar azul.
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"Los zapatos embarrados" (texto para concurso)

1 comentarios miércoles, 6 de octubre de 2010

Elena miró hacia arriba y la claridad de la mañana terminó de encandilarla en plena calle, lo que hizo que cerrara por un momento sus ojos y tratara de ubicarse para seguir caminando. El sol parecía de estreno pero para ella lo único de estreno, aunque algo incómodos los dedos de los pies todos apretados, eran esos zapatos de color negro que terminaban en punta. Se fijó en cómo lucían, una especie de tic que nunca dejaba de hacer. La mañana del 25 de julio no era tan fría como para el tapado oscuro que había elegido y caminaba ya pensando en donde lo dejaría colgado cuando viniera el mediodía.
Faltaba una cuadra y media para llegar y Florida era el ruido que la gente hacía al caminar, mezcla de murmullo y tránsito de autos cuando cruzó Corrientes. Su amiga Nilda le había conseguido la oportunidad de un trabajo nuevo y hacia allí iba, pensando luego en contarle cómo le había ido. Llegando al 400 de Florida, aquello le parecía cada vez más grande y todos sus conocimientos cada vez más pequeños.

La entrada al local de perfumería tenía dos grandes vidrieras repletas de productos mayormente importados. Más de una vez pasó por ese lugar y ahora le prestaba real atención, como al cartel de las “ofertas de temporada 1952”.De primera impresión todo muy ordenado y colorido: se sintió como una niña mirando una juguetería.
Tenía estantes de madera en distintos tamaños casi hasta el techo, en donde se exhibían cientos de frascos al lado de su correspondiente caja. No fijó su vista en algo puntual, repasó con sus ojos delicadamente para que no se note su asombro hasta que una señora que la había observado llegara desde el final del salón. En esos cuatro segundos miró el piso, blanco y reluciente, y el techo, con los extremos de la sala trabajados artísticamente como los antiguos locales que conocía. Se presentó y tenía algo preparado como para romper el hielo, pero la señora le dijo que se llamaba Mirta, que la estaban esperando y que pasara hacia el interior del local.

Detrás de la señora, Elena iba pensando mil cosas a la vez, egoístamente sólo en ella y en realidad egoísta es la sensación del primer trabajo, un premio como el de aprender a caminar y lograrlo. Lo diferente es que esta vez se sentía consciente de eso y resopló entre nerviosa y satisfecha. Una oficina impecablemente ordenada con una mujer que hacía juego con el entorno, fue quien le dio la bienvenida. No vio libros contables a primera vista y se puso a buscarlos más detenidamente con la mirada. Había sido elegida para llevar los registros contables y sin embargo no estaban ante sus ojos ni uno solo. La mujer que le hablaba parecía amable pero una no escuchaba a la otra. Elena le preguntó cuestiones que la señora no oyó y tuvo que esperar que terminara de hablar.

Cuando se hizo un inevitable silencio para tomar un segundo de aire se preocupó en saber el tema de la vestimenta, porque ella tenía una blusa blanca y vio que dos o tres mujeres estaban de color azul. “La ropa reglamentaria es camisa y pollera azul”, le dijeron. Tragó saliva y pensó en su placard, con tres camisas de color blanco y una de color crema. Empezaba al día siguiente lo cual le iba a permitir teñir esa noche una camisa para que fuera lo más azul posible a las que vio. El horario para entrar era las ocho de la mañana y las presentaciones formales quedaron entonces para el 26 de julio.

Tiñó su camisa y la puso a secar en el patio, rezando para que aun húmeda igual quedara bien. Su hermana menor la observaba en silencio y la madre ya se había acostado. A las cinco y media de la mañana sonó la sirena de la fábrica que llamaba a sus trabajadores, y que era el mejor reloj puntual que un barrio podía tener. Temprano aun, se levantó y preparó el desayuno que al final casi no probó. Se hizo la hora, salió y esperó el tranvía que la dejara en el centro, calculando la hora como un físico matemático. Llegó y caminó sin tanto conflicto con sus zapatos, el cuero ya estaba flojo por usarlos el día anterior.

En la puerta dos chicas de su edad la saludaron con un beso y la mano sobre su brazo, como quien reconforta al que empieza, cosa que le generó una electricidad en el cuerpo positiva. Resopló y se sintió a gusto de inmediato, contando y escuchando a mujeres que pasaron por lo de ella y esas expectativas ante lo que no conocían. Un hombre desde adentro subió las persianas y ellas entraron, casi al mismo tiempo que llegó la señora Mirta. La saludó y ambas fueron otra vez hacia la oficina en la que ayer había estado. No veía los libros contables y la curiosidad la estaba matando. Un escritorio de madera con una silla mullida aunque algo vieja parecía ser su centro de importancia de allí en más.

Mirta le contó detalladamente el funcionamiento del local, el de las otras sucursales, quienes venían cada día y el movimiento de la caja, a cargo de una de las chicas que ya había conocido. Le pidió permiso para pasar frente al escritorio y así mostrarle el gran truco: el cajón debajo del centro de la mesa de madera era rectangular y se abría llevando hasta el fondo uno de los cajones de los costados. El mecanismo hacía que se destrabara el del centro y se abriera, con tres libros contables bastante importantes. Su herramienta de trabajo estaba por fin a la vista.

El primer día fue bastante rutinario y la única preocupación era no equivocarse en la fecha cuando se asentaba: 26 de julio de 1952. Se fue contenta con su labor aunque no le permitía el contacto con el resto y ella quería conocer más de sus compañeras de negocio. Los cuatro siguientes días serían inolvidables por otros motivos y ella no lo sabría aun.

Su felicidad por el primer trabajo no se correspondía con el ánimo en la calle y menos en el local, tras la muerte de Eva Perón. La orden fue la de ver en el momento qué se hacía, ya sea porque el gobierno decretara duelo o simplemente desde la central se optara por cerrar. Hombres de brazalete o algún crespón de color negro y las mujeres de ropa rigurosamente oscura dominaron la semana. Como decisión general de la empresa se habían apagado las luces de las vidrieras y si bien no era exactamente de su incumbencia, el hecho no le parecía correcto. Notaba que las actividades en el local habían bajado y su trabajo ya no era tanto, cuestión que compartía con el resto de sus compañeras y comenzaba a hablar a diario. Iba y venía del escritorio hacia adelante donde estaban todas, cada vez más. Indicaba poco trabajo.

El velatorio hizo que las personas formaran fila de cuadras de largo, que llegaron hasta la puerta misma del local de Florida. Muchos estaban apoyados contra la persiana baja y el hecho de abrir el local causaba molestia; les dijeron a todas las empleadas que intentaran limpiar la entrada con agua y así poder “desarmar” la fila para ver si se podía abrir.

La orden incluía a Elena, que trapo en mano ayudó a sus compañeras, que trataban de limpiar sin a la vez molestar. Se arremangó pero de a poco fue más espectadora que protagonista. Se quedó mirando a la gente y el aspecto triste que tenían, tan lejos a su felicidad por trabajar. Vio la punta de cada zapato algo mojadas y pensó en cuidarlos, alejándose del charco con agua y obsesionada con no estropearlos. Pero por primera vez sintió que ese tic era visto. Y no por una sola persona sino por varios de quienes estaban en esa fila. El tic consistía en juntar los pies y bajar la cabeza casi como quien reza, para verse la punta de ambos zapatos y comprobar si estaban manchados. La acción casi mecánica esta vez la vieron muchos y al darse cuenta se sonrojó, como cuando alguien es encontrado haciendo algo indebido. Ella intentó no mirar a la gente a la cara para no ponerse aun más colorada y terminó mirando los zapatos de todos. Le llamó la atención que muchos estaban con barro. No era momento para preguntar nada pero ese detalle funcionó a la inversa: le sacó todo valor a sus propios zapatos y sintió valorar otros.

Se quedó pensando en tantas cosas a la vez que un tirón en la pollera no la sacaba de sus cuestiones, hasta que vio que una nena de unos siete años estaba a su lado. Intentó mirarla a la cara pero tenía el pelo ensortijado y le tapaba una parte. Se agachó y con cariño movió los rulos y se sorprendió. La tomó de ambos hombros más para no caerse ella misma: era su propia hermanita, que la reconoció y se acercó a saludarla. Cuando la alzó la sintió con la piel fría y le pasó su mano por uno de los brazos mientras buscaba a su madre con la mirada, a quien vio un poco más adelante.

“Tengo que trabajar, disculpen”, dijo a modo de súplica. Las saludó y volvía para la perfumería sin ver aquel gran charco que evitó y ahora no consiguió esquivar.
Frenó enseguida sin salir del agua. Se agachó y los miró, juntos y ya sucios a sus propios zapatos.
Le parecieron maravillosos porque eran de ella. Y cuando terminó su trabajo, también se puso a hacer la fila.


Daba
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Comerciales Clío - Serie Bíblica

1 comentarios sábado, 2 de octubre de 2010
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Billy Joel - I Go To Extremes

1 comentarios sábado, 25 de septiembre de 2010
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El último día de Ordoñez (parte cinco)

1 comentarios jueves, 23 de septiembre de 2010

Nada mejor que buen café a la mañana para Ordoñez. Elegía hacerlo él para no tomar el de la máquina, y se iba a un pequeño cuarto que tenía una hornalla en donde calentaba el agua. Todas las mañanas batía con la cucharita el café en polvo y ese ruido particular también le servía para despertarse del todo, aunque ya estuviera vestido y lejos de su cama. En tiempo de descuento por su jubilación a fin de año estaba dispuesto hasta de disfrutar tan mecánica acción diaria.


Era temprano y había quedado en reunirse con dos personas. Marcela, la chica que le había mandado el mail con los detalles de las acciones de Gutiérrez (las que todos sabían que estaban mal pero nadie hacía nada) y con Franco, el empleado nuevo de otro sector y que fue sin quererlo testigo de ciertas maniobras para cobrar trámites que no se deberían.


La oficina vacía a media hora del comienzo de la actividad era bastante deprimente. Sólo se oía el ruido de la cuchara revolviendo el café en la taza y en eso Marcela aparece y lo saluda. De nuevo Ordoñez siente que es con ese afecto propio del que lo hace con quien se va, que es tan incómodo como respetuoso a la vez. Se quedan ambos hablando de cosas de momento y la pava avisó que el agua estaba en punto así que entró al pequeño cuarto y terminó de armar su café. Llega Franco también y los tres están en ese lugar, aunque ellos dos viendo cómo termina la obra del café hecho líquido. Se sientan alrededor de una mesa de la oficina que es rectangular y color crema como casi todas y Ordoñez pone una hoja en blanco para apoyar el café. Les dice “hola de nuevo” y los tres sonríen sabiendo que algo a escondidas van a hacer y suena a maldad como cuando uno es chico y disfruta de algo planeado.


Franco es el menos enterado y en cinco minutos Marcela le cuenta el contenido del mail que le había escrito a Ordoñez y entonces todos quedan con la misma información. “Yo no puedo hacer nada solo, esto lo tienen que saber. Presentarme con una denuncia ante las autoridades implica que necesite testigos y pruebas, si no es posible que la ligue yo, y acá saben que eso es una mancha que no sale ¡y hay varios manchados ya!”, aclaró Ordoñez.


Se refería a quienes tuvieron también indignación en su momento ante los hechos que para todos eran claros, los cobros por trámites, pero al no ser probados la carga se invierte y pasan a ser señalados y hasta mal vistos. En un ámbito pequeño como una oficina, ser mal visto es poco menos que la muerte. Por eso Ordoñez realmente pedía la ayuda de ellos dos, para lo que había que ponerle el cuerpo a la situación, además de apoyar la sospecha. Los otros dos dijeron que sí y que no tuviera dudas de eso. Marcela por cansancio de tanto tiempo de injusticia vista sin poder reaccionar y hacer algo, y Franco porque ya estaba jugado: él había conocido a quien pagaba por un trámite como si fuera parte de la normalidad.


No había plan creado, faltaban pocos minutos para que el resto de la gente llegara y las palabras sobraban, así que la idea era actuar. Marcela tenía contacto con la encargada de hacer reunir a proveedores de la empresa, y con ese listado podría saber en los momentos que vendrían quienes eran parte de la maniobra ya habitual y quienes no. Las versiones hablaban claramente de una persona y a esa fue a donde se apuntó como para dejarlo al descubierto. Franco relató la sensación de miedo que genera tanto Gutiérrez como el proveedor y que acusarlos directamente implicaba que cuando supieran de donde venía la denuncia temiera represalias.


Se llegó a una conclusión: lo que se debía denunciar era además del nombre y apellido de los involucrados, la maniobra en sí. Con una sola prueba que generara sospechas, todas las anteriores serían revisadas. Pensarlo así era una apuesta pero Ordoñez no tenía más que tiempo de descuento en la oficina y encontró gente con ganas de ayudarlo, ellos perdían más que él si no salía bien.


Marcela pidió a su amiga el listado de proveedores. Encontró a quien era el más sospechado, aquel que franquito vio alguna vez, y esperó el día en que apareciera.


Se le había ocurrido algo que comentó luego por mail a sus dos “cómplices” en esto, y le dijeron que era una buena idea. Como le resultaría imposible estar presente en la reunión entre Gutiérrez y el proveedor y grabarlo sería peligroso, resolvió que podía ser ella misma una especie de anzuelo. La maniobra era sencilla: cuando el hombre estuviera relativamente cerca de la oficina ella lo “atajaría” para explicarle que Gutiérrez no lo podría atender, y que lo que debía dejarle a él se lo diera a ella, porque ya estaba “informada”.


Llegado el día Marcela estaba muy nerviosa porque ella sí tendría un grabador para que todo quedara registrado. Se le ocurrió que el del celular, que nunca usaba, podría ser porque llevándolo en la mano no generaría sospechas. La clave era hacerle decir sin que resultara forzado que el dinero entregado a ella era para Gutiérrez, y formaba parte de lo “mensual” que el hombre llevaba. Cuando apareció ya era mediodía, y Marcela tenía hambre y cierto miedo, las dos cosas juntas.


Lo vio acercarse a la puerta de la oficina y ella acomodó su pollera hacia abajo y se arregló el cuello de la camisa celeste. Respiró hondo, igual a cuando alguien se mete en una pileta de agua fría, evitando la sensación. Miró los pasos de él y esperó hasta un punto medio del pasillo, en donde salió a su encuentro. La grabadora ya estaba prendida y la luz del celular apagada para que no lo notara. Debía ser rápido y a la vez claro el diálogo, Gutiérrez mismo podía salir de la oficina y era el fin del plan.


Apenas la miró el hombre quiso seguir pero ella lo detuvo, gentil. “El señor Gutiérrez no puede ahora atenderlo…¿quiere dejarle algo dicho?”.

Miró Marcela hacia el maletín del hombre como invitándolo a dejar “eso” de siempre, pero ese gesto no sale en una grabación de audio, no alcanzaba. El hombre la miró a los ojos buscando reconocerla y Marcela tembló, creyó ser descubierta.


El hombre se disponía a hablar. ¡Ya sabremos de qué!.
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Cuento de los atajos (extraído del libro "El combustible espiritual")

1 comentarios lunes, 6 de septiembre de 2010

Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa: “Querida, voy a salir de la casa. Voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna. No sé cuánto tiempo voy a estar lejos, solo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo esté lejos seas fiel a mi, pues yo te seré fiel a ti”.


Así, siendo joven aun, caminó muchos días a pie, hasta encontrar a un hacendado que estaba necesitando de alguien que lo ayudara. El joven se ofreció para trabajar y fue aceptado. Luego pidió hacer un trato con su patrón, lo cual fue aceptado también. El pacto era el siguiente: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que yo debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya, entonces usted me dará el dinero que yo haya ganado”.


Una vez puestos de acuerdo, aquel joven trabajó durante veinte años, sin vacaciones y sin descanso. Pasado ese tiempo se acercó a su patrón y le dijo “Patrón, quiero mi dinero pues quiero regresar a mi casa”. El patrón le respondió “Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo antes quiero hacerte una propuesta ¿está bien?. Yo te doy tu dinero y te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”.


Él pensó durante dos días, finalmente buscó al patrón y le dijo “Quiero los tres consejos”. El patrón le recordó: “Si te doy los consejos, no te doy el dinero”. Y el empleado respondió: “Quiero los consejos”.El patrón entonces le dijo:
1. Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.
2. Nunca tengas curiosidad por aquello que represente el mal, pues esa curiosidad por el mal puede resultar fatal.
3. Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.


Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven: “Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa”. El hombre emprendió su camino de regreso, luego de 20 años lejos de su casa y de su esposa que tanto amaba.


Después del primer día de viaje, encontró a una persona que lo saludó y le preguntó: “¿Para dónde vas?”. Él le respondió: “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”. La persona le dijo entonces: “Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en poco días”. El joven contento, comenzó a caminar por el sendero señalado cuando se acordó del primer consejo: “Nunca tomes atajos en tu vida, caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida”. Entonces abandonó aquel atajo y volvió a seguir por el camino normal. Dos días después se enteró de que otro viajero que había tomado el atajo había sido asaltado, golpeado, y le habían robado toda su ropa. Ese camino llevaba a una emboscada.


Después de algunos días de viaje y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera. Era muy tarde en la noche y parecía que todos dormían, pero una mujer sombría le abrió la puerta y lo atendió. Como estaba tan cansado, le pagó la tarifa del día sin preguntar nada, y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado al escuchar un grito aterrador. Se puso de pie de un salto y se dirigió a la puerta decidido a averiguar qué pasaba. Pero en el momento en que abría la puerta se acordó del segundo consejo: “Nunca tengas curiosidad por aquello que represente el mal, pues esa curiosidad puede resultar fatal”. Entonces volvió sobre sus pasos y se acostó a dormir.


Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado un grito y él contestó que si. El dueño de la posada le preguntó. “¿Y no sintió curiosidad?”. Él le contestó que no. A lo que le dueño le respondió: “Usted ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues en las noches nos acecha una mujer maleante con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de qué está pasando lo mata, lo entierra en el quintal y luego se esfuma”.


El hombre siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo pero alcanzó a ver que ella no estaba sola. Anduvo un poco más y vio que ella tenía sobre sus piernas a un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Al ver aquella escena su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiró profundo, apresuró sus pasos y de pronto recordó el tercer consejo: “Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor pues puedes arrepentirte demasiado tarde”.


Entonces se detuvo, reflexionó y se dio cuenta que era mejor dormir primero y tomar una decisión al día siguiente. Al amanecer, ya con la cabeza fría, se dijo. “No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel”.


Se dirigió a la puerta de la casa y tocó. Cuando la esposa le abrió la puerta y lo reconoció, se colgó de su cuello y lo abrazó afectuosamente. Él trató de quitársela de encima pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo: “Yo te fui fiel y tú me traicionaste”….Ella espantada le respondió: “¿Cómo?. Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años”. Él entonces le preguntó. “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?”. Y ella le contestó: “Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste descubrí que estaba embarazada. Hoy él tiene veinte años de edad”.


Entonces el marido entró, conoció a su hijo, lo abrazó y les contó toda su historia, mientras su esposa preparaba la comida. Se sentaron a comer y el esposo compartió con ellos el último pan.


Después de la oración de agradecimiento con lágrimas de emoción él partió el pan y, al abrirlo, se encontró con todo su dinero, con el pago de sus veinte años de dedicación.
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Bienvenidos al tren

3 comentarios martes, 10 de agosto de 2010

Hace un mes, en los primeros días de julio de 2010, el legislador Fernando “Pino” Solanas estaba en el hall central de la estación Once, justo cuando yo iba a tomar el tren. El grupo sería de unas 200 personas más los medios de comunicación, y me puse a grabarlo más por curiosidad de estar cerca de un político, que por lo que estaba diciendo. Respondía preguntas de los periodistas sobre el estado de los trenes en la Argentina, con el diagnóstico que cualquiera que toma ese transporte tiene: lamentable.


Había en el lugar un clima de querer que los trenes “fueran como antes”, en donde eran estatales, daban trabajo a muchas familias y eran motor de pueblos, que iban al ritmo del tren que llegaba, como única chance de contacto con el afuera. Y la verdad es que por una cuestión de edad ni siquiera fui testigo de esos momentos, porque fueron hace ya demasiado tiempo.


Igual ese clima que conté, nostálgico si se quiere, también yo lo tenía. Era nomás como dice el tema de Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Y en este caso perfectamente se veía eso. Me puse a pensar cuándo fue alguna vez en que yo haya dicho con orgullo algo sobre el servicio, la línea ferroviaria que haya tomado…y no existe ese momento.


Si, el respeto y cariño al transporte. Al que quise desde que volví del hospital una vez nacido, en tren. Por cariño se soporta, y soporta. Y no hablo de un matrimonio, sino de lo mal que se ha viajado durante décadas, y uno va ya tomándolo como parte de la normalidad. Es un claro recurso de defensa. Cuando era chico miraba la cara de la gente y me parecían, todos, que no estaban pensando en que estaban viajando, que no eran conscientes de eso. Y cuando uno ya es grande se obtiene la respuesta: ¿de qué serviría darme cuenta de la forma y el tiempo perdido todos los días de la misma manera?. La rutina permite el disfrute, pero sólo cuando soy consciente de eso.


Volví a la realidad del discurso en medio del hall de Once. Una gran bandera era flameada por un muchacho que hasta parece que calculó, para darme con la punta del paño en la cara. Me pidió disculpas y ambos nos quedamos juntos escuchando lo que se decía, él bandera abajo. De reojo leí que decía “Partido Obrero”, en letras amarillas y fondo rojo. Me puse a grabar esto que he subido al Blog y dos o tres fragmentos más.

La maldad evidentemente me recorre el cuerpo cada tanto, y sentí que debía preguntar con saña. Le dije “qué barbaridad lo que hacen con los trenes” como para iniciar una más que breve charla.
El muchacho estaba enfervorizado y aplaudía todo. Cuando uno de los aplausos se hizo presente, yo le dije “la verdad es que en todas las líneas se viaja mal, ¿no?...porque…¿cuántas líneas de trenes hay?”…el chico empezó a abrir y cerrar la mano, contando con la mente cuántas líneas hay, y me terminó diciendo que había cuatro, no muy seguro. Yo lo miré con cierta superioridad pero la maldad no me dio como para enrostrarle semejante dato…tan…simple. Debía el muchacho saberlo, si defiende a los trenes. Pero tampoco yo me sé las 200 y pico de estaciones en todo el país, con lo que no soy un erudito ni mucho menos.


La idea se me iba completando. No sólo añoramos algo que no hemos podido ver, sino que defendemos lo que conocemos bastante poco. Vaya combo. Me alejé de la manifestación y me fui hasta la expendedora a sacar el boleto. Me rebotó tres veces la moneda de 25 centavos. En la otra máquina hay dos chicos de unos siete años, que sacan por uno el boleto una vez que cae en la parte inferior de la máquina y exigen a veces de no muy buen modo, que el vuelto que dio la máquina uno se los deje. Pero como pagaba justo, directamente ellos piden lo que sea. Los conozco de verlos cuando aun eran más chicos que ahora.


Me fui hasta la boletería para poder sacar pasaje desde ahí. Pero como estaba frente a la marcha en medio del hall, todas las ventanillas estaban cerradas. Imaginé burlar los controles como muchos hacen, por más sistema que se implemente. Encontré una expendedora y cumplir con mi deber, pagar el boleto.


Esperan no los trenes nuevos, sino alguna de las 16 o 17 formaciones aun viejas. Pero ya dije, me acostumbré. Uno se acostumbra a ciertas cosas. El tren de la alegría que sale de Plaza Colón en Mar del Plata a veces me parece más seguro que estas formaciones, y eso incluye a Pluto como motorman. Arranca de una vez, y vuelvo a no pensar en nada.


Bienvenidos al tren.

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El engaño del desengaño

1 comentarios lunes, 9 de agosto de 2010

Me siento un poco mal. Y no es lo que comí, que bien podría ser una causa, sino que me pasa eso cuando hay algo que no comprendo bien. Necesito ponerlo en algo parecido a un contexto en donde comprenda qué me pasa o qué le pasa a alguien conmigo como para ver, y verme, solucionando el tema. Pero pasan las horas y no logro descifrarlo.


Las maneras de búsqueda de la tranquilidad se multiplican. Las busco nervioso y ese es ya un problema. Nada generado desde la obtención inmediata de resultado, resulta. Pero terco como soy lo intento igual, hasta que una especie de desánimo invade todo, y asi empieza la semana. Cargando con algo que bien podría arreglar desechándolo.


Todo esto es el contexto de algo que para unos será drama y para otros una pavada. Durante la semana me dejé llevar por la ilusión de algo que al final no ocurrió. Estaba todo dado, los comentarios, el escenario, las circunstancias (mujer y yo), las amistades que aprueban y colaboran no muy disimuladamente. Me cuesta mucho dejarme llevar. Porque la mente me gana en general y le tomo la gracia a razonar todo. Entonces cuando uno es arriado y pasa estar a ritmo de otro, a mi no me resulta placentero. Admiro a quien puede, me parece genial quien lo hace hasta diariamente y con personas diferentes, casi como presentación frente al otro. Pero a mi no me sale. Deben ayudarme, deben comprenderme y no todos tienen por qué hacerlo, de hecho nadie mira al otro sino a si mismo tratando de tener al otro. Me pasará a mi, incluso.


Qué sucede en el otro extremo de la historia. Teniendo el control se puede elegir entre varias opciones, y esa elección como toda elección, deja un ganador y otros vencidos, es la regla. Y justamente me molestan que las reglas las pongan otros. No estoy hablando de amor, por favor. El amor es más poderoso y hace reir y llorar de un segundo al otro. Es maravilloso e intransferible como sensación. Me refiero en lo que digo al tiempo, en cómo me puedo dejar llevar para que finalmente alguien decida no llevarme nada. Son las reglas, lo sé. Y es mucho drama el que me hago como para hacerlo palabras. Es posible.


No sé qué "me llevo". Suena egoísta. Supongo que de mi se llevan ilusión, y el no devolverme en idéntica proporción me vuelve egoísta. Reconozco que es un juego que no sé jugar, y a veces creo que no he nacido para jugarlo. Que mejor, solo. Pero me pasa cada tanto que caigo en el engaño del desengaño. Dos posibilidades hay ahora. O se enfrenta la próxima situación con la mente relajada y despejada de prejuicios, o se evita tener estas situaciones y listo. Son ambas tentadoras. Hoy eligiría la segunda, pero puede ser el frio del invierno el que me vuelve cobarde, no me dejo llevar. No me gusta el desengaño. Este escrito termina con esperanza de solución: al fin y al cabo intento antes que nada, no engañarme a mi mismo. Que quede escrito.


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Primer día de clases (texto para perfil de Facebook)

1 comentarios martes, 3 de agosto de 2010

Me desperté ese día con la voz de mi madre al oído, mezcla de orden y cariño: `vamos que hoy empezás´…y la verdad es que tenía tantas ganas de ir como de no ir. El primer día de escuela es una rara mezcla de sentimientos, y el pavor que se tiene puede ser curiosidad o tal vez el temor a lo desconocido.


La ropa nueva aun no adaptada a nosotros es incómoda el primer día, y los útiles son tan flamantes como ajenos hasta que no los usemos. La mochila es nueva y está desinflada, luciendo colores que con los meses poco a poco irá perdiendo. Los zapatos hacen ruido al caminar, el cuero cruje, un poco aprietan, y los pasos acelerados no ayudan mucho a la causa, hay un apuro que los padres tienen por sus hijos en el primer día que hasta parecen disfrutar. Y lo disfrutan, seguramente.


Llegamos a la puerta del colegio y el centro de gravedad está más arriba de nuestra altura. Saludos a personas mucho más altas que nosotros, intentando transmitirnos alegría que quite los miedos. En la entrada un grupo de chicos de mi edad parecen estar en la misma situación: compleja. Los padres se agachan y nos acomodan la ropa de un tirón, para que todo quede derecho. Ratificamos nuestra incomodidad con una mirada pero no hay caso, será así por un tiempo.


Un batallón de estaturas y colores iguales se apuran a pasar por la puerta. Los padres van detrás aunque se quedan abloquelados, mirando, sacando fotos, pensando, llorando, o todo eso junto. Las maestras organizan como pueden las filas, ubicando por altura aunque todos midan mas o menos lo mismo, y con las filas ya hechas se hace un silencio bastante incómodo, que se rompe con algún grito de pedido de orden de alguna maestra.


De chico todo lo que se vive es absorbido, más que vivido. Los recuerdos se impregnan, no se eligen demasiado, ocurren y uno los recibe de la mejor manera, en general con asombro. Suena el himno. La introducción es algo larga y uno ve a los padres de frente y en un rincón, mirando todo con orgullo y atención a la vez.


Comprobamos que el himno aun no lo sabemos todo, uno se queda callado a la espera de la frase que uno sabe. ¡No llega nunca!. Termina y hay un murmullo de inicio de etapa. En el colegio, y dentro de nosotros. Eso, es el primer día.
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Crónica de viaje (Micro-viaje)

2 comentarios viernes, 30 de julio de 2010

Dicen que las cosas quedan en nosotros a veces por repetición, fijas a partir de realizarlas varias veces y luego ya ni nos darnos cuenta de la diferencia de pensarlas o no. Con los viajes creo que ocurre algo similar. A veces uno no repara en que ciertos lugares ya los hemos transitado, simplemente ahora pasa que le estamos prestando más atención. Y a la vez, algo de ellos nos es familiar.


Por cuarta vez hago un mismo recorrido en micro. Y esto implica ya una predisposición a saber que poco va a sorprenderme desde el momento en que me subo. La gracia es tratar de que así no sea, empezando por prestar atención a los detalles aunque la hora del viaje, de madrugada, no ayuda a la cuestión y uno de entrada se prepara para ver pasar paisajes lo más rápido posible hasta que amanezca.


Saliendo de Capital aun las luces molestan si se tiene sueño, asi que más atento se está. Y el micro bordeando muchos lugares diversos da la idea de algo que apenas se asoma pero no alcanza a entrar a esa realidad. Bordea una villa, la 31. Varias cuadras de casas que hacen equilibrio en calles que son angostas, gente joven mirando desde las veredas el pasar no sólo de mi micro sino el de tantos otros que a la misma hora salen.


Ellos miran el ómnibus con detalle, porque la luz de adentro aun está encendida, y uno los mira a ellos. Las calle tiene lomos de burro y baches que cumplen la misma función: la de impedir que se tome velocidad. De pronto el micro gira hacia la derecha y esa realidad queda detrás y uno respira profundo creyendo que no viéndola más, ya no sucede.


Lo siguiente es a velocidad. Transitar la zona del puerto, con el rio reflejado por las luces que algunos postes dan a la noche, luego la Avenida Sarmiento y la costanera, con agua a la derecha y el aeropuerto a la izquierda de mi vista. Sube la autopista y ya me pierdo por un rato largo en el relato detallado. Busco el mp3 y pretendo escuchar alguna radio, pero descubro que no tiene pilas. Maldigo el momento en que pasé por al lado del señor que las vende a bajo precio y yo, de tacaño, no quise comprarle. Su maldición fue ahora recordarlo. Intento cerrar los ojos y sacarme los anteojos pero a la vez quiero seguir viendo por la ventana. Se empezó a empañar el vidrio por el calor humano, no porque la calefacción estuviera encendida, y eso impedía que mirara. Lo desempañé y me acomodé.


Peajes, dos o tres. Luego una ruta angosta y con tránsito en sentido contrario. Dos o tres rotondas siempre hacia la izquierda y a partir de allí un silencio. Mi parte favorita. El campo de noche no tiene interrupciones visuales. Es la sensación de magnitud que mejor siento que el mundo puede expresar. Todo es plano, interrumpido por algún árbol o construcción pequeña. La luna se refleja en la tierra y da luz a la noche mientras avanza el micro. Eso es lo más cercano a lo que yo llamo imagen de tranquilidad. Ha llovido mucho durante semanas y el reflejo de la luna hace que vea grandes charcos en los campos y a los costados de la ruta. Pienso en dormir pero también en tomarle el tiempo al micro, nunca llega en horario y me esperan en la terminal.


Casi cuatro horas de viaje. Una pareja con su hijo de unos tres años son los más inquietos, primero levantándose él y luego ella a buscar agua para el chico, al que veo en la oscuridad algo inmóvil. Con un poco de sueño intento concentrarme en lo oscuro y fijar la vista, y la madre sienta al chico y le cambia el buzo. Tiene algo blanco que le impide el movimiento y parece un yeso, que va desde la punta de los dedos de la mano hasta la mitad del pecho, por eso parecía no moverse bien el chico. Me vuelvo a dar vuelta y mirar el paisaje nocturno, y ya está entrando el micro en un pueblo.


Frena la velocidad e intenta maniobrar en calles angostas para tamaño colectivo. La pequeña localidad se llama Benito Juárez, homónima de la ciudad cordobesa. Sus calles son asfaltadas a nuevo, sus casas no tienen rejas y en general sin luz externa. Las bicicletas están afuera sin mucha protección al parecer, junto a maquinaria agrícola o alguna camioneta vieja.


La terminal está como dentro de un complejo en donde todo está pintado de blanco furioso. Y lo puedo ver bien porque la iluminación ahí (y encima cerca de las tres de la mañana cualquier linterna es casi dañina) se asemeja a la de un tren de frente. Cerca está una imagen del General San Martín, han elegido una figura extraña hecha de un color verde y de aspecto joven, con su gorro de Teniente y no de General. Lleva una espada que nunca puedo ver bien porque justo maniobra el micro al revés y no me deja.


Allí bajan algunos y suben otros. Un chico de unos 15 años aparece con un carro de metal viejo, de rueditas que van para cualquier lado y él maniobra con esfuerzo. Hace frio, por el apuro y la posición de sus hombros, achicados por la temperatura, parecieran. Es como dije, la cuarta vez que hago el mismo viaje y siempre está el mismo muchacho a las 3 de la mañana, en el mismo lugar. Casi que lo he visto crecer, parece más grande. Le toca descargar envoltorios en celofán, son guías o revistas apretadas en ese plástico delgado, que tira arriba del carrito. La otra vez lo vi bajar 4 ruedas de auto, esta vez sólo esos envoltorios. Entra a la terminal, modesta. Desempaño mejor el vidrio y saco la foto que se ve en este texto. El colectivo arranca.


A la hora y cuarto entra en la ciudad de Balcarce. “Tierra de Juan M Fangio”, como dice el cartel de entrada a la ciudad, con el dibujo de la Flecha de plata, su auto y su emblema. La terminal no es tan diferente a la de mi querido Benito Juárez, aunque resalta la colaboración del Rotary club, cuyo logo está presente cada 10 metros. La terminal tiene paredes bien blancas salvo en un extremo, en donde está pintado un sector. Dice “bienvenido” y debajo “buen viaje”, lo que pensé al mirarlo que era un poco contradictorio…recién llegaba y ya me echaban. Pero para el viajante de paso como yo, es así como uno ve a estas ciudades. Dos pinturas sobre la pared representan a dos caballos, una de ellos de nombre “negra”. El otro no lo recuerdo y prometo mirar la próxima vez que pase.


Empiezo a calcular que ya estoy llegando, sin mirar el reloj. Los paisajes me son familiares. Dos rotondas más y una entrada nuevamente angosta y por un camino tallado entre dos piedras algo grandes, da esa sensación. Las luces de la ciudad se ven algo abajo, mientras el micro parece también bajar al nivel de las luces y superar esa hondonada. La última rotonda, ya con el nombre de la ciudad, por fin llegamos. Contento de estar con quienes quiero.


Al final no dormí nada. Me la pasé anotando, con el micro a oscuras, cosas como estas.
Querido diario: ¡ya llegué!. Eso anoté.
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¡La gente se muere por estar ahí!

1 comentarios viernes, 16 de julio de 2010

El del título creo que es el chiste más común sobre cementerios que conozco aunque debe haber más, es el intento por tratar de hacer de un pésimo momento algo que sea superado con una humorada. En general no se habla y esta vez tampoco lo haré, sólo describiré lo que vi.


Por obligación debí ir en esta semana. Necesitaba viajar en subte para llegar y eso ya es algo semejante a un gran cajón de 200 personas por vagón pero con gente quejándose y empujando. Me metí más en mis pensamientos, subiendo el volumen del mp3 pero es tal el ruido que hace en movimiento el vagón que no logro taparlo con música. Me saqué los auriculares y me quedé escuchando el demoledor ruido hasta que uno se acostumbra justo cuando debe bajar. El contraste mientras uno sube las escaleras hacia el exterior es mortal y el invierno da en la cara y duele.


Cruzo una avenida y ya estoy dentro. Nadie sabe que estoy ahí, salvo la señora de un puesto de flores que intentó venderme un ramo pero estiró su brazo sin decirme una palabra. Subo escalones de mármol y listo, a caminar. Respiré profundo, parado desde la explanada de la entrada sabiendo que me quedaba un largo trecho por recorrer.


Cuando hace frio todos los lugares parecen más inmensos de lo que son, o eso me pasa a mí. Me puse a caminar sabiendo adonde iba y en general en estos lugares todos saben lo que van a hacer sin preguntar demasiado, uno ve personas apuradas yendo no se sabe adonde. Ni pienso jamás preguntar. Aceleré porque el frio corría por la entrada y me empujaba hacia adelante ese viento helado de la mañana.


Cruzo por la puerta de la capilla, paso por al lado del cura que estaba hablando con una señora y dije buen día, pero no me respondieron. Seguí caminando y ya no se ve más gente. A partir de ahí el camino se conoce. El arquitecto que diseñó el lugar hizo las entradas a las galerías de dos en dos, pero evitó poner escaleras y ascensores en todas las entradas, con lo cual hay a veces que bajar antes de destino para luego caminar por debajo. Seguramente fue una venganza contra algún familiar de él para hacerlo caminar, sino no se comprende el diseño. Cómodo, seguro que no es.


El ascensor es muy grande y metálico, hace ruido cuando uno baja y parece que suspira cuando uno sube. El señor que abre la puerta es alto y ahora a diferencia de otras veces le ha agregado vida al espacio, si se me permite la ironía: vende chucherías que cuelgan de una de las paredes de metal. Como el tramo es corto pero el ascensor es lentísimo, miré de qué se trataba pero nada me interesó, eran llaveros de fútbol o motivos infantiles. Lo miré y pensé que eso en ese lugar es muy complicado de vender…pero no le dije nada. Se gana la vida en un lugar donde esa palabra vale.


Finalmente llegué. El hombre-vendedor-ascensorista abre la puerta tijera con suspenso y lentitud, palabras incompatibles sólo en un cementerio. Salgo, casi huyendo, y me voy a encontrar con la persona que debía ver. La busqué y por supuesto aun no había llegado así que me puse a preguntar a qué hora iba a estar y me dijeron que esperara media hora.


Más allá del lugar, yo estaba congelado de frio. El viento era bastante y no se escuchaba absolutamente nada. Durante media hora fue sólo silencio interrumpido dos veces: a unos 30 metros vi caminando a una señora totalmente cubierta con una chalina color crema, que tenía puestos unos zapatos de tacos altos que hacían ruido y mucho más cuando nada más se escucha.


La miré pero ella tenía la cabeza gacha y creo que de lejos no me llegó a ver, pero por esas cosas de la acústica cuando se está en un lugar rectangular y alto el techo, se produce un eco que da la sensación de ruido espejo…el sonido se produce en un extremo y rebota en el otro extremo. La señora caminaba y yo la veía, pero a la vez sus pasos sonaban detrás de mi…la sensación me pareció al principio curiosa pero a los 15 segundos ya no me gustó nada y miré hacia atrás directamente. Pero era el ruido de los zapatos de ella y esperé a que terminara su caminata y no pensar pavadas.


El otro momento de no-silencio fue un tanto más poético, pero así lo sentí cuando pasaron las horas y no en el instante. En los pasillos hay asientos de cemento en los que creo jamás se sentó nadie. Enfrente un cantero de árboles algo secos por el frio y porque creo que si no es lluvia, nadie los debe regar. Del pasto se levantó una hoja seca, que fue a dar al camino de piso de mármol. El viento la empezó a empujar y yo veía la acción con las manos en la cintura, maldiciendo al hombre que no llegaba. La hoja fue a dar contra un extremo de la base del asiento de cemento, y el viento la siguió empujando pero la hoja chocaba, haciendo un ruido muy particular. No se escuchaba en el lugar otra cosa y tampoco nadie me veía, así que decidí socorrer de alguna manera a la hoja: la levanté con cuidado y la puse arriba del asiento. Me sentí un tonto haciendo eso y a la vez no había testigos de mi tontería. Increíblemente paró el viento y la hoja se quedó ahí, arriba del asiento.


El frio no me permitía hacer metáforas sobre las hojas, el tiempo y ese lugar en especial. Quería irme y el hombre no llegaba. Cuando finalmente hizo su aparición le di la mano, hablamos un par de cosas que ya olvidé y le estreché la mano nuevamente, como todo recuerdo anual de mí. La incomodidad que me genera la situación él la comprende y decidió hacer que suceda rápido para que me vaya. Saludé y desandé el camino.


Tomé otra vez el ascensor, al que hay que llamar apretando un botón que suena a campana de colegio. Luego de dos minutos los cables de las poleas, que veo, anuncian que está llegando, al fin. El hombre me dice “muy bien” y se pone de costado para que entre. De nuevo ese tiempo eterno, mirando las cosas que el hombre vende…observo que tiene cotonetes…¿quién puede necesitar eso en ese lugar?. De nuevo me callé el hecho de preguntarle y salí con un saludo sin esperar el suyo.


El sol ya era de media mañana y el frio perdía un poco la batalla contra mi cara, ya no sentía el frio que duele. Crucé la avenida al trote y me metí de nuevo en el subte. Más gente queriendo subir, empujando otra vez todos.


Me puse los auriculares pero no prendí la radio. Quería de nuevo estar a la altura de ese contexto, y no pensar en nada. A los 10 minutos me acordé de la hoja. Debería estar agradecida por mi gesto, pero las hojas no hablan, y si yo creo que lo hacen y pasados unos días aun lo creo, estamos en graves problemas.


Confirmado. Estamos en graves problemas.
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El último día de Ordoñez (parte 4)

1 comentarios sábado, 26 de junio de 2010

Durmió con el mail impreso doblado al lado de la almohada en lo que auténticamente se podría denominar “llevarse trabajo a casa”, era en este caso literal. Su compañera de trabajo le describía acciones de una persona que conocía de hace años y de las que bien sabía de maniobras que como mínimo, eran bastante cuestionables. Debía hacer algo y pensó que dormir lo haría más sabio en la decisión. Pero justamente la falta de una respuesta hizo que durmiera poco y diera vueltas por su mente no sólo la solución a lo injusto, sino cómo él podía quedar luego de intentar solucionar algo.


Lo que su compañera de trabajo cuando le mandó el mail contando sus pesares no sabía de Ordoñez, es qué tan involucrado el propio Ordoñez podía estar. No por ser parte de algo ilícito, sino por omisión, saberlo y elegir callarlo. Esa preocupación era la que no lo dejó dormir buscando una solución que lo deje en paz, primero con su conciencia. Se levantó de la cama que lo vio dar vueltas como trompo toda la noche sin pegar un ojo, se hizo el desayuno y salió con la misma ropa del día anterior, quería estar lo más rápido posible en la oficina.


Llegó y colgó el saco en la percha de metal. Puso sus manos en la cintura y respiró profundo, mirando el teléfono. Luego se sentó y con todos los dedos de su mano derecha golpeaba el teléfono blanco que deriva a los internos de cada sector, esperando que el destino hiciera que Gutiérrez, la persona en cuestión acusada en el mail, llamara y así evitar la tarea. Pero lo tuvo que hacer él y lo llamó sin saber qué decir primero. Le dijo que pasaría por su sector a hablar, no se le ocurrió otra cosa. Su voz sonaba algo nerviosa y temió que Gutiérrez lo intuyera.


Salió rumbo a la otra oficina, cruzó tres pasillos largos y alguno que otro lo paraba a saludar y a felicitarlo. Sentía todo el tiempo que el hecho de decretarle la renuncia obligada a fin de año lo había vuelto popular. Pero no era el momento de pensar en eso, quería llegar rápido y a la vez no tenía idea de lo que debía decir. Llegó a la oficina y tocó la puerta, entró. Sorpresa en la cara de Gutiérrez que lo saludó y le preguntó qué andaba pasando.


Se sentó y le dijo que se iba de la empresa a fin de año y que en un punto había cosas que lo ligaban luego de tantos años y otras a las que aprendió a aceptar aunque no le gustaran, pero que ya era todo lo mismo cuando a la mañana llegaba a su oficina. Que lo conocía de años y que ninguno estaba como para contarle las costillas al otro. Le explicó que no pudo dormir pensando en algunas cuestiones, no le dijo nada del mail ni el nombre de quien se lo mandó. Se hizo cargo del tema como si fuera cosa de él.


Los recuerdos empezaron a surgir entre gente que tanto se conocía. Pero Ordoñez era el que hablaba, le relataba todas y cada una de las acciones que durante años supo que estaban mal hechas pero que había dejado pasar no interviniendo en nombre de una amistad que elegía proteger con ese silencio. Que pensó que eso haría que no tuviera problemas y de hecho no los tuvo pero que ahora que se estaba por ir sentía que sí, que todo aquello le molestaba, su silencio parecido a cierta complicidad en maniobras que no eran correctas. Empezando por el cobro para hacer trámites que por carriles normales no debería cobrarse nada. Gutiérrez lo miraba con suficiencia y puso su espalda contra la silla mullida, cruzando las manos como quien sabe que lo que el otro dirá va para largo y que era un desahogo.


Ordoñez le contó que un par de veces lo habían consultado “de arriba” para saber sobre Gutiérrez y todo lo que se decía, y él eligió defenderlo desconociendo todo lo que le preguntaban. Que en su momento no se lo dijo por pudor y por amistad, códigos. Además había elegido decir eso y nadie lo había obligado.


Sacó el paquete de cigarrillos y empezó a fumar, hábito que retomó hace un mes cuando le informaron de la renuncia. La imagen que estaba dando era de un hombre tan confundido como cansado de ver sin actuar, y lo estaba planteando frente a quien durante años hizo cosas sin que se las cuestionen, y ahora por eso Ordoñez se sentía el peor del mundo.

Gutiérrez tomó con ambas manos los brazos de Ordoñez, en un gesto que intentó confortarlo. Le pidió que se calmara, parecía comprender la carga de ese hombre con principios, que se estaba yendo de ahí y que se sentía culpable de cosas que vio y no tuvo el coraje ni oportunidad de hacer saber. Y se lo venía a plantear casi como confesión, sin saber qué hacer exactamente con eso, dando si se quiere una oportunidad de reivindicación. Estaba frente a quien le había muchas veces salvado las papas del fuego, fuego que el mismo Gutiérrez había generado.

Cuando logró calmarlo apoyó las manos sobre la mesa y extendió los dedos como quien se apoya para levantarse luego de estar sentado. Pero las golpeó un poco haciendo algo de ruido. Lo miró a Ordoñez fijamente ahora ya sin mucha compasión, esperó que su amigo se calmara para hablar. Y nadie podrá decir que no fue claro.
Le dijo “Denunciame si tenés pruebas y hacete el héroe si querés”.

“No entendiste nada”, le llego a decir Ordoñez, antes de que amablemente lo invitaran a retirarse con una mano en la espalda que aceleraba sus pasos. “Si tenés principios hacés bien en irte” le dijo Gutiérrez, haciendo sentir al echado como si fuera decisión de él la de irse de la empresa. Ordoñez se quedó al lado de la puerta, cerrada ya, y se tomó la frente porque pensaba que tenía fiebre del calor que le subía por el cuerpo. Era señal de la presión arterial por las nubes. No sólo su amigo no se hizo cargo, sino que lo invitó a que lo denunciara.

Se iba a acomodar mejor el saco para volver a su lugar de trabajo pero comprobó que había ido hasta ahí sin el saco. Arremangó los puños de la camisa porque tenía calor. Y desandó el camino hacia su oficina, llegó y miró hacia el eterno cielorraso color blanco buscando una respuesta a lo vivido y las lágrimas no salieron porque las evitó levantando lo que más pudo la pera.

Se sentó y empezó a escribir un texto. No sabía si ser formal o ser sincero sin complejos, y eligió hacer lo que sentía. Una mezcla de confesión y de denuncia, entre ambos mares intentaría hacer el escrito. Cuando comenzaba a inspirarse apareció Franco, o “franquito”, el chico nuevo del que le habían hablado en el mail, lo mandó el cielo a ese lugar que no era el de su sector. Fue por unos papales para sellar y Ordoñez le dijo “me tenés que ayudar, sos bueno”.
“¿Yo?”, le dijo Franco.
Y ambos pusieron en marcha algo. Que lo sabremos pronto.
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El eterno cuestionador

1 comentarios lunes, 21 de junio de 2010

Nada más implacable para mi que el juicio de valor propio aplicado casi descarnadamente. Esto no significa 24 horas de estar machacándome, ocurre algo peor. Surge en los momentos más extraños, de esos en que no pensar es absolutamente necesario.


Por ejemplo, hoy caminando. Avanzo con los pies pero mis pensamientos no avanzan, detenidos por el autojuzgamiento. Es un poco torturante pero no me va a matar. Además si lo expreso es porque reconozco la cuestión y la puedo identificar como dañina. Criticar (me) por cuestiones ya pasadas tiene el poder de no hacer crecer en confianza cualquier acción futura. Las cosas deberían aprenderse a evitar más que a sobrellevar. A veces uno termina cargado con mochilas que toma de otros. Me pasa bastante seguido aunque no me pongo en víctima, algo haré para que me comporte de esa manera.


Y algo también debo dejar ver en el otro. Muchas personas (rindo honores a la primera que me lo expresó, Virginia) dicen que mi problema es que cuando doy lo que tengo lo hago en una dosis mayor a lo que la otra persona espera. Y que al sentir que la respuesta no es acorde a lo que uno dio, se me vuelve frustración.


Cuando leí y razoné la frase dije "bueno el real problema es entonces la solidaridad a corazón abierto" por llamarlo de algún modo. El brindarme cuando el otro lo pida e incluso cuando no lo pida. La solución es muy sencilla: acoto mi amabilidad y disposición y listo.


Debo decir que morí en intentos. Es algo asi como retirarse cuando uno está en una sala llena de gente esperando que no se note. Pero ver si alguien, a la vez, lo nota. Aquellos que lo notan contarán con la aprobación y los otros son desde ese momento gente de la que dudaré. Pero como dije, la idea no resulta conmigo. Siempre voy a dar por quien lo creo mucho más de lo que tengo. Y eso siempre es exponerse.


Volvemos a la situación inicial. Iba hoy caminando y me empecé a cuestionar ciertas acciones presentes. Que hago sin pensar ni esperar respuestas pero que indefectiblemente me las critico. Y cuando no recibo lo que a veces siento que es justo, mis críticas y eso completan un círculo perfecto. Y cruel.


Cuando me ocurren estas cosas me llamo a silencio para poder tranquilizar a los fantasmas vestidos de inseguridad. Una mujer a la que yo quise mucho y el tiempo se encargó de alejar, decía que la soledad yo la peleaba discutiendo conmigo mismo, si vale la redundancia para que se entienda. No le falta verdad a la frase. Creo que la soledad es algo que uno aleja no combatiéndola sino dándole ocupación. Mental y física. Quizás ocupé la mente muchos años sin salir ni siquiera de una habitación. De dos años a esta parte traté de equiparar ambas cosas, mente y cuerpo. E hice cosas por mi y no sólo por los otros. Expandí mi idea unidireccional de las cosas, dejando que sucedan, lo que le dio algo a mi vida que nunca tuvo demasiado: sorpresa. Y tuve de las buenas y de las malas, pero he crecido.


Puede que no sea el más indicado para hablar de mi. Como lector, todo lo escrito me parecería una catarata poco clara de problemas arrastrados. Como fuera, todo está en movimiento y en movimiento crecemos. Aun a mi edad.

Y aunque, seguramente, esto también me lo cuestione.
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Feliz, feliz en tu día (del Periodista)...

1 comentarios jueves, 3 de junio de 2010

En Mayo de 1810 las Provincias Unidas del Sud, nombre original del acta, rompían relación con el virreinato español dando así comienzo a la Revolución que fue el primer intento por separar los ideales ajenos e impuestos, por algo un poco más criollo aunque no exento de seguir mirando otros países “protectores”.


Desde que el mundo es mundo cada gobierno intentó tener una voz oficial en donde expresar sus logros y objetivos. La Primera junta presidida por Cornelio Saavedra tampoco escapó a eso, sabiendo la influencia que una palabra independiente (de voces opositoras) tenía sobre la población. O en realidad sobre los que sabían leer, porque en aquel momento era todo un lujo intelectual un folletín y su lectura. Se le encargó a Mariano Moreno, uno de los puntales de la Revolución, que realizara una publicación que marcara la nueva etapa independentista. La llamó “La Gazeta de Buenos Aires”.


El llamado día del Periodista se instituyó recién en 1938. Se hizo un Congreso Nacional de Periodistas y allí se fijó como fecha el 7 de junio, día de salida del primer número de “La Gazeta”. Fue también un homenaje al primer medio gráfico dentro de ideales libertarios.


Personalmente creo que el pluralismo se da con el ejercicio y no simplemente por crear un medio gráfico en sí, y siempre dependiendo de dos cosas: el contenido profesional y humano de la publicación, y en segundo lugar….el dinero. Si el medio tiene la suerte de poseerlo, es posible que las ideas expresadas lleguen más rápidamente. Aunque lo que se diga es fundamental: un millón de ejemplares de un montón de nada no suele ser atractivo aunque lo regalaran.


La irrupción de nuevas tecnologías allanó en mucho el camino, pero imaginar hace 200 años a cuatro o cinco personas queriendo hacer realidad un medio, suponía una epopeya también revolucionaria.


Ser Periodista es también “Ser” frente a la vida, una actitud. Con las crisis permanentes varios arrojaron y arrojarán su ética al tacho en nombre de un puesto y de sobrevivir. El dilema de la vocación y sus ideales se enfrenta a la necesidad humana de comer en primer lugar y luego progresar, una escala de prioridades que se hace evidente desde el momento en que decidimos qué carrera seguir, ya que no se hace para pasar el tiempo sino para vivir de ahí en más, o eso se supone.


Excede la profesión, cualquiera fuera, pensar en trabajar con libertad. Porque empieza por la conciencia de cada uno. Los primeros límites están ahí y eso condiciona todo lo demás, en donde lo externo empuja a la formación. Uno termina siendo lo que el lugar de trabajo va llevando a que seamos. Detenerse a ver eso y enfrentarlo supongo que es una cuestión de experiencia y más que nada de decisión.


Cada vez hay más medios independientes (del dinero sobretodo), pequeños, embarcados en el sueño de hacer posible lo que creen. Es invalorable como hecho y en general no valorado por ojos ajenos. La profesión es una invitación a ejercerla parado en cualquier esquina. Porque consiste en la claridad de un pensamiento intentando expresarlo de la mejor forma. Nada más ni nada menos. Lo que diferencia es la formación a partir de los estudios y saber qué se debe hacer y qué cosas son evitables. La objetividad es materia inevitable.


Una persona en la calle opinando sobre fútbol por ejemplo, puede no ser objetiva ni tendría que plantearse desde lo técnico serlo. Un profesional se supone que si. Y digo se supone porque las corrientes de pensamientos ante lo teórico son como tsunamis en este punto. Uno estudia sin dejar de ser uno mismo frente a algo, y eso se lleva no como carga sino como cosa aprendida fuera de la Facultad.


Como sea, el pararse frente a un hecho y describirlo, parte antes que todo desde la libertad de conciencia. Donde la objetividad y subjetividad se pelean por prevalecer.


Uno desea más trabajo, siendo egoísta. El que lee querrá más trabajo, y mejor, para lo suyo, y así todos. La profesión está condicionada por su presente, bastante fragmentado, con medios grandes y pequeños funcionando como islas en donde entrar se vuelve tarea imposible. Alguno podrá pensar que es reflejo del momento del país, yo también lo creo. Aunque es la profesión la que un poco lleva a eso.

Para todos los Periodistas, un muy buen día. Hoy alguno nos recordará que es el día, pero mañana hay que seguir. Y más allá del festejo no dejamos de ser aquel camino que transitamos. Eso es ser persona. Y Periodista.
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El último día de Ordoñez (tercera parte)

1 comentarios martes, 11 de mayo de 2010

Levantó un papel de la calle que estaba justo en la entrada de su trabajo, parecía un envoltorio de caramelo. Lo estrujó y lo llevó hasta el cesto, en una acción casi mecánica que le permitió ver el hall de la empresa como quien va por primera vez a un museo, lo estudió bastante y lo sintió igual que siempre: frio. Por alguna razón empezaba a ver todo ya sin ánimo de decir lo que no le venía en ganas. Estaba insoportablemente honesto.


Había llegado a una conclusión luego de hablar con su esposa en el fin de semana. El tema de su despedida, aun faltando tantos meses hasta fin de año, lo convirtió frente a otros en una especie de referente, y él se sentía más querido y respetado. Claro, se estaba por ir. Pero además veía una cuestión de liberación. En sus actividades diarias, que hacía mejor, y también con sus empleados ese clima de distención era evidente y rendidor. Su casilla de correo siguió llenándose de solidaridad pero a la vez empezaban las anécdotas relatadas que lo hacían reír mucho en donde estaba involucrado en cuestiones propias de un grupo de trabajo.


Pero como ya estaba notando le comenzaron a llegar además otras historias que le sonaban a desahogo por verlo quizás como un hombre dentro y afuera a la vez de tanta presión. Intentaba leer un poco por arriba, entre todas las cosas que hacía. Dejaba la casilla de mail con el correo en algún renglón como para no olvidarse, y de tanto en tanto se fijaba. Seleccionaba de a uno y anotaba en un papel una idea que le quedara de lo que leyó para así luego retomar sin perderse.


Lo que leía le fue interesando cada vez más y cuando el día laboral había concluido se tomaba unos minutos para poder comprender los textos. Le llamó la atención uno y decidió llevarse “el problema” a casa. Lo imprimió porque era un tanto largo, era de una mujer que ubicaba mentalmente pero no sabía a pesar de conocerla de vista, su nombre. Se llamaba Marcela. Luego de saludos de rigor y de lamentar su partida a pesar de no tratarlo demasiado, pasó a contarle lo suyo.


“No te voy a contar mi vida porque temo que te desmayes de aburrimiento y tampoco sé por qué hago esto. Conocerás a Gutiérrez mi jefe. Nunca tuve una buena relación con él y me sentía muy mal por eso hasta que comprendí que el trato que recibía era igual para todos, en eso sí era democrático. Y digo `era´ porque ya no quiero que ocurra (sentirlo siquiera cerca) aunque no sé si es que yo me iré o me sentaré a esperar que alguna luz cósmica haga justicia. Lo soporté porque le llevaba las cosas hechas antes de escuchar sus gritos, si no lo sabés te digo que cerrada la puerta de su oficina suele hacerlo y mucho. Silvina, mi amiga además de compañera, no lo soportó más y la tuvo dos meses haciéndole trabajar el doble y le atrasó todo lo que pudo la firma que la dejaba irse a otro sector. Pero no quiero ahora caer con mis lamentos sin embargo, me permito tutearte, creo que me entenderás lo que puedo sentir y lo que me sale o no decir”.


“Lo conocerás de vista a Franco, el chico nuevo en el sector, ´Franquito´. Te cuento una que es genial. Todos sabemos, vos lo sabés y no te voy a comprometer a que me lo digas, que para acelerar los trámites y ponerlos en prioridad, no se hace por amor al sueldo mensual por decirlo así, me entendés. Nadie puede probarlo y a la vez todos lo sabemos. Pero claro, Franquito o no lo preguntó, o nadie de nosotros lo avivó, si es que es eso lo que hay que hacer”.


“Nos contó el chico que llegado el representante de una empresa proveedora, pidió hablar con Gutiérrez, que aun no estaba en la oficina. Esto ocurrió antes de ayer. Y justo pasaba Franco y el hombre le pregunta por su jefe y le dice que no estaba. Y el hombre se le acerca al oído casi y le insinúa sin rodeos que sabía que hablando con Gutiérrez ´su tema´ se haría más rápidamente. Y Franco, pobrecito, se indignó y le dijo que en ese sector no se cobraban por gestiones que no sean las comerciales entre la empresa y el proveedor…el hombre lo tomó de los hombros y le dijo susurrando que ´no disimule´ tanto y Franco aún más fuerte hacía sonar su voz. Llegó Gutiérrez y el hombre entró a la oficina. Esa parte la vi, porque Franco pasó blanco como un papel luego de la charla que tuvo allí adentro. ¿Qué harías vos en mi lugar?. ¿Denunciarlo?. ¿Con qué pruebas demuestro esto que ya de tan normal se ha vuelto hasta burocrático?. ¿Qué futuro tengo, si es que alguien me lo asegura luego de ocurrírseme denunciar esto, por ejemplo?”.


“Sabés de aquella vez que vino la inspección y salían las cajas con papeles en aquel taxi que cargó 100 toneladas de papeles, lo saben el de seguridad, lo sabe la señora de la limpieza, el ascensorista, el de mantenimiento…todos vieron pasar esos papeles que por algo se escondían. ¿Dónde me pongo yo frente a esto, por favor?. Nadie quiere ser el tonto que se queda sin trabajo pero es digno, porque todos y obvio me incluyo, queremos comer con el sueldo que tenemos. A la vez siento que todo funciona en alguna medida a raíz de nuestro silencio, y que varios cuentan con eso. Nadie va en cana por corrupto, pero sí es posible que vaya quien denuncia sin pruebas aun teniendo la verdad. Ya sé que no me vas a solucionar el tema ni lo pretendo, porque vos lo conocés mucho más a Gutiérrez que yo y sólo te digo lo que pasa, no tenés por qué hacer vos el papel de justiciero, siento que nadie lo haría”.


El texto concluía de nuevo con agradecimientos para él por leerla. Dobló Ordoñez la hoja impresa y la dejó en la mesita de luz. Se puso de costado sin cerrar los ojos, no pensaba dormir luego de esa lectura. En su interior se sentía en falta porque como ahí en el escrito decía, él también conocía a Gutiérrez y sus prácticas…y nada había hecho durante años.


Cómo hacer para reparar de alguna forma lo que una compañera de trabajo, conocida de lejos, lo obligaba a hacer, a moverse para lograr algo. Para que nada menos que su conciencia lo deje esa noche dormir. Mañana intentará algo para solucionarlo.
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El último día de Ordoñez (segunda parte)

1 comentarios miércoles, 21 de abril de 2010

Su oficina tenía las mismas paredes de durlock que el resto del cuarto, y el cieloraso le daba al lugar la impresión de cajita en donde todos estaban perfectamente ubicados en sus lugares. Se preguntaba Ordoñez qué lo diferenciaba a él respecto de sus empleados y quizás la respuesta fuera sólo esas paredes divisorias y poco más.
El apocalipsis le cayó en la cabeza y hasta fin de año, sabiendo que su despido era cosa juzgada, no se podía sentir mucho más que los que lo rodeaban, seguros de continuar en sus puestos.


Buscó su celular en el bolsillo y no lo tenía. Se sentó rascándose la cabeza y queriendo hacer foco mental en esa pérdida y no en saberse perdido él. Respiró profundo y recordó que lo tenía en la mano cuando lo invitaron a sentarse en la oficina del Gerente.


Salió en la búsqueda y pasó por el angosto pasillo de alfombra color crema con mesas y cubículos a su alrededor. Sintió que todos lo miraban tras su paso pero seguramente era lo que creía que pasaba, ya que nadie aun sabía nada de su suerte.
Llegó a la Gerencia y estaba en un borde de la mesa. Dijo “permiso” y lo levantó. El Gerente, de reojo, se dignó a mirarlo pero no a los ojos sino a sus manos, que ya tenían el bendito celular. Buscó el número de su mujer y se quedó con el celular abierto hasta que volvió a su oficina.

Se sentó y marcó el número mientras buscaba cómo empezar a decir todo ya que sabía que a nivel familiar la cosa se iba a complicar. Para su sorpresa inicial la mujer lo contuvo y le dio ánimo, casi que le dijo que lo que sucede conviene, y que por algo esto ahora pasaba, que quizás fuera una señal de cambio, de fin de un ciclo. Descubrió que su esposa parecía tomárselo mejor que el, más allá del problema que traería. Cerró el celular y se apoyó en el respaldo de la silla, satisfecho de escuchar a quien debía y como seguramente quería oírla. Llegaba el turno de informar a sus empleados.


Giró la silla para usar la computadora, abrió el Outlook y pensó en un mail colectivo que informara todo y si le venía en ganas, con detalles de la charla con el Gerente. En “asunto” puso “DECISIÓN” con mayúsculas. Escribió un par de renglones, pero descubrió que lo estaba haciendo para leerse a si mismo y no para que otros lo puedan entender, y borró todo. Apoyó sus dos manos en la mesa y se levantó de un impulso.


Se puso en un extremo del pasillo angosto y tocó con el puño una de las paredes de durlock, como para que le presten atención. Al instante un montón de cabezas se asomaron tras los cubículos y la imagen que veía Ordoñez era la de ojos asombrados de parte de todos. Carraspeó un poco. Movió las piernas como quien empieza una maratón larga, y dijo lo suyo.


“Para no andar con vueltas y antes de que puedan saberlo por otro lado, estuve hace un rato en la Gerencia y me informaron que me adelantan la jubilación para fin de año…están haciendo una reducción de personal con más años y me ha tocado a mi. Les quiero decir que no tengo ni tendré quejas para con ustedes y que todo seguirá de mi parte con total normalidad hasta el último día acá. Incluso tu café siempre frio, Ibañez”…


La risa general, y la cara colorada de Ibañez en particular, descomprimieron un tanto la situación y le sacó el peso de tener que decir lo que debía. Volvió a su lugar y de lejos el inevitable murmullo se oía a sus espaldas. Decidió meterse en sus papeles y en las firmas de documentos que esperaban en su mesa y así pasó la tarde hasta que se fue a su casa.


Al otro día llegó a su cubículo y saludó a los tres empleados madrugadores de siempre. Prendió su computadora y su casilla estaba casi completa con mensajes en cadena en donde se hablaba sobre su despido-retiro y las muestras de afecto de algunos que él conocía, pero de otros que no eran empleados de su sector pero que se habían enterado de la noticia. Se sintió bien y mal a la vez, porque ser algo famoso por esa circunstancia no lo podía ver con felicidad, aunque valoró que de él se tenga una buena referencia, al menos para los que componían esa larga cadena de mails.


Decidió agradecer el gesto y respondió que él no era merecedor de eso, aunque su corazón lo agradecía y lo hacía poner contento. Dijo al pasar que se volvería más atento a oír a todos en sus cuestiones porque sentía que aun cerca de su retiro debía hacerse cargo de la estabilidad de ellos. Cerró el correo y se puso a trabajar.


Cerca de las cuatro de la tarde volvió a revisar su casilla y para su sorpresa, había varios correos electrónicos de empleados que él no conocía y que contaban, en algunos casos a él solo, y en otros a todos los demás en cadena, casos puntuales de pedidos de solución a conflictos. La mayoría escritos con cierta angustia en la que lógicamente se sintió identificado, le había pasado a él 24 horas antes.


Se acomodó mejor frente a la máquina dispuesto a leer. No era edad para ser un empleado justiciero, pero comprendió que estaba ahí, esperándolo, la oportunidad de hacer algo por los que lo necesitaban y se lo hacían saber.
Empezaba el tiempo de leerlos y oírlos.
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Renata, una valija en el corazón: El agua que corre en la fuente

1 comentarios miércoles, 14 de abril de 2010

Prendió el cigarrillo sin ningún apuro luego de haberlo sostenido y jugado con él durante varios minutos. Guardó el encendedor en la cartera y vio dentro de ella la foto de su familia que siempre llevaba en versión de bolsillo, a resguardo en un cubre carnet transparente. Sacó la foto, la puso sobre la mesa y para que quede parada la apoyó contra un portalápices azul. Renata comenzaba a tratar de hacer su nuevo mundo un poco más amigable ya que era el primer día de trabajo, pero la jefa no le dejó completar la faena y la llamó.


Le explicaron lo que debía hacer. Recibir a los que recién llegaban y asesorarlos en las actividades que quisieran tener o en las dudas que les surgieran, todo en inglés. Si bien en ese hostel había en poco tiempo escuchado que se hablaban varios idiomas, el inglés dominaba la situación. Se volvía accesible el lugar para personas con el dinero justo y también para quienes querían la experiencia de hacer un viaje de esa forma, ella notaba muchas ganas de aventura en algunos rostros y el paisaje invitaba.


Hasta aquí todo muy altruista pero lo que debía aprender rápidamente se lo estaban a punto de explicar. Su jefa se levantó y fue a cerrar la puerta, como quien busca alejar los ruidos ajenos (para eso son las puertas cerradas). Le dijo que el hostel tenía contrato con varios tours fijos y clásicos de Bariloche, que viven de los clientes extranjeros por temporada. Que se podían tomar de manera particular por el turista o bien ser recomendado por alguien del hostel. Explicó la mujer sin vueltas que eran una sociedad de hecho dos o tres empresas y ellos, por lo cual las ganancias se repartían si el combo hospedaje-viajes se hacía bajo las mismas personas.


De su cajón de la izquierda sacó folletos y se los dio a Renata, que los tomó sin preguntar qué eran y aun así sabiendo que debía aprenderlos de memoria. Se estaba aguantando no meter bocadillo, tal su costumbre. Pero la voz de la mujer un poco la frenaba, era respeto o miedo, o quizás ambas cosas. Se sentía en inferioridad aunque no incómoda del todo, el trabajo no le parecía tan difícil.


Pero intentaba no transmitir eso a su cara para no parecer suficiente, que es un defecto que sus amigos le marcan como cosa a cambiar. Escuchó a su jefa en todo y con los folletos volvió a su mesa pequeña en un costado del hall de entrada. Se sentó y revisó los papeles, que eran más que nada claves y órdenes. Nombres de personas a quienes debía el turista ubicar en puntos ya acordados, direcciones en donde las combis estaban esperando a los turistas y los números de celular de los coordinadores y sus nombres.


Tardó unos 15 minutos aprenderse algunos códigos que estaban escritos ahí, por ejemplo el de ofrecer primero tours más cercanos y luego los más lejanos en distancia, para no cansar de entrada al turista, o el viejo truco de las “falsas opciones”, muy común comercialmente y del que se había dado cuenta. Plantear ante una consulta dos opciones de solución, siendo que ambas soluciones quedaran dentro de la sociedad entre hostel y tours. Trucos viejos pero efectivos, aunque tenía experiencia en ellos por haber caído en la trampa, y esta vez estaba del otro lado del mostrador.


Circuito chico, punto panorámico, Las Grutas, las fábricas de chocolate Del Turista y Fenoglio. Eran los clásicos de toda visita aunque su mirada ya pasaba por lo comercial, entonces consultó si se podían hacer excursiones seguidas en un mismo día y le dijeron que si, con lo cual armó en su cuaderno alternativas que se estudió como para tener de opción si le preguntaban. A ella le gustaba la conversación y estaba a gusto si se daba como para conocer más al otro.


Los primeros días la cuestión laboral fue bastante esquemática, llegaban pasajeros y ella entraba en acción ofreciendo servicios y los turistas aceptaban. Luego eso fue mutando. Porque aquellos del primer dia con el tiempo estaban con menos inhibiciones y le consultaban por agencia de viajes, kioscos cercanos, lugares para internet, negocios que vendieran artesanías…


No tenía esa parte de su labor muy clara y fue a la pequeña sala donde su jefa estaba y le preguntó qué hacer ante esas preguntas, si es que había alguna organización como para también guiarlos y obtener ganancia. Le dio su jefa que no, que eso quedaba a criterio de Renata, que la ciudad era pequeña y todos al final irían más o menos a los mismos lugares. Volvió a su silla y se sentó un rato pensando en esa respuesta.


La tarde solía ser más tranquila que la mañana y a las 17 en punto ya estaba de nuevo en la calle. El frio de Abril se estaba haciendo sentir y se maldijo por no llevar la bufanda, que descansaba muy tranquila en el gancho de ropa del placard. Levantó la solapa de su campera y bajó la cabeza un poco, como para taparse el pecho del frio directo.


Caminó tres cuadras derecho, no quería ir aun a su hotel, necesitaba despejarse y estirar las piernas. Miró vidrieras apoyando primero un pie en el piso y luego otro, como para sacarse el frio, caminaba para adelante sin mucha convicción, sólo para que su mente respire un tanto de los temas del dia (y el frio los congele).


Pero de pronto se detuvo para verse reflejada en el vidrio de un local. Se acomodó el desorden que su pelo largo tenía por el viento cruzado y le prestó atención a lo que estaba exhibido. Eran esas figuras que tienen agua que sube y baja por piedras, como simulando ser una fuente en miniatura. Siempre había querido tener una y el precio le parecía razonable asi que entró resuelta a comprarla.


Entre dos opciones se quedó con la que más se parecía a una fuente que alguna vez había visto en Córdoba, una cascada natural perdida en medio de las piedras y el paisaje. Cuando fue a pagar se le prendió la lamparita. Y decidió explicar qué se le había ocurrido. Le relató a la dueña del local que ella era una recién llegada y que había conseguido trabajo, pero notaba que los hoteles no promocionaban “como es debido”, enfatizó, las cuestiones locales a los turistas y que su propio lugar de trabajo, el hostel, no tenía tampoco eso en cuenta. Le propuso algo bastante simple. Que esa fuente en miniatura Renata la pondría en su mesa junto a algún cartel alusivo (“recuerdo de Bariloche” se caía de maduro) como para que los turistas que sean clientes la vieran y ella indicarles donde poder comprarla. La idea a ella le parecía genial, su autoestima siempre estaba por las nubes.


Por la cara que la dueña del comercio puso, pareció que de brillante no tenía demasiado. En realidad no tenía mucho de original. Le dijo a Renata la dueña que encargados de tours iban con frecuencia a su local para “ofrecerle” clientes en conjunto para luego dividir ganancias, pero que no le convenía, porque siempre terminaba peleando por los porcentajes incluso si había un acuerdo escrito, y que siendo una ciudad de no tantos habitantes como Buenos Aires, el que rompía un negocio con otro uno lo veía pasar todos los días, y ella no quería más sociedades que en el fondo le significaran un problema.


Con buenos argumentos en contra, Renata quedó dándole la razón en silencio. Pagó y quiso aclarar como final que ella no hablaba en nombre del hostel, sino por iniciativa propia, y que lamentaba lo que a la mujer le había pasado. Agradeció, iba a traspasar la puerta y la señora la llama nuevamente. Quizás porque la habrá visto honesta, quizás porque la sintió emprendedora, y tantos otros “quizás” que nunca tendrán una razón más que la de ese sólo momento. La hizo entrar de nuevo y la invitó con un mate.


Al otro día Renata tenía en su mesa una fuente (no la suya, sino otra que la señora le dio para exhibir, mucho más grande y con figuras talladas) que estaba estratégicamente puesta en medio de su mesa.


Quienes la consultaban no podían hacer menos que mirarla y ella en inglés indicaba la dirección en donde ese “recuerdo” se podía conseguir. El arreglo fue 60 por ciento para el local, 40 por ciento para Renata, era bastante justo. A los 15 días había podido vender gracias a la idea, ocho de esas fuentes, lo cual era un éxito. Tanto, que se tuvo que mandar a pedir otras.

A la noche, en su habitación, Renata se quedaba mirando su propia fuente, maravillada cómo el líquido corría siempre renovándose en un ida y vuelta del agua muy ingenioso, dando la sensación de vertiente.
Escribía en su cuaderno todo lo que en 15 días le había pasado. Como estaba extrañando su casa, deseó por un rato ser agua de fuente. Libre.
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