"Un alma son dos" -CC-

1 comentarios jueves, 4 de agosto de 2011


Martín no sabía cómo decírselo. Tantos años de conocerse, tantos momentos vividos juntos, tanta vida en común sin una sola discusión o planteo como amigos. Y él ahora buscaba eso, plantearle algo. La llevó al lugar donde Marcela se sentía más a gusto, los bosques de Palermo.






Caminaron haciendo el circuito, viendo pasar a los más jóvenes en rollers o al trote, cosa que desarrollaba la envidia silenciosa de ambos, que con mirarse ya conocían. Pararon y él fue al puesto con forma de locomotora y pidió ese hilo azucarado enrollado que hacía años no probaban. Se lo acercó y lo comían como dos chicos, degustando el dulce. Marcela lo conocía demasiado y sabía que algo raro estaba ocurriendo.






Siguieron caminando y pasaron por la zona de los botes. El le preguntó si se animaba a subir a uno. `La última vez que me subí debe haber sido a los 15 años´!! le dijo asustada. Martín la ayudó a hacer equilibrio, se sentaron. Coordinaron movimientos y salieron hacia el centro del lago. Pararon de pedalear y ambos respiraron profundo. Ella cerró los ojos para que el sol le toque la cara. El se rascaba la cabeza, nervioso.






Debía decirlo ahí. Cuando ella intentó pedalear nuevamente Martín la miró. Le dijo que quería hablar con ella. Que fueron muchos años, que sus padres se conocen, que sus hijos son amigos de los suyos, que detestaban del sexo opuesto exactamente lo mismo que veían en sus ex parejas. Que el encuentro casi diario lo hacía feliz, y sentía que ambos lo necesitaban cada vez más.






El bote es un lugar incómodo para acercarse y un minuto de charla puede ser un siglo. Marcela lo miró con cara de `te falta decirme algo más´…y él le dijo que no lo haga ponerse colorado como siempre le ocurría cuando tenía nervios.






Ella lo miró y sintió que no era el momento.






-"Acá no es el lugar", le dijo. Martín estaba resignado.






Con un gesto le pidió que fueran de nuevo hasta la orilla.



Pedalearon y cuando se bajaron Marcela lo besó.



-"¿ves? Acá sí es el lugar".






Y ambos dejaron de ser ellos para ser, desde ahí, una sola alma en los bosques de Palermo.
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"Sólo dos, dos solos" -CC-

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Le dijo que era hermosa. Le dijo que le parecía muy humana cuando opinaba de cosas suyas, que sentía que lo contenía y respetaba. Una noche le confesó por el chat sus problemas no resueltos, sus miedos paralizantes, sus ganas de ser otro. Un día combinaron el horario y se vieron por la web cam. Se saludaron como dos nenes felices por vez primera de mirarse en movimiento.






Se habían intercambiado fotos pero cuando ocurre eso uno manda la mejor que tiene, que no siempre es lo real que uno es. Él acomodó los objetos de la pared un minuto antes, para que parezca de fondo todo ordenado. Ella antes de conectarse se arregló el pelo y se levantó las pestañas con dos dedos para que tuvieran más curva. Fueron veinte minutos hasta que él decidió apurar el fin para no quedar como pesado.






Se pidieron permiso mutuamente y comenzaron a mandarse mails. Contaban cosas cotidianas y pasaron a las más profundas de cada uno, las opiniones que no se hacen públicas a veces ni frente al espejo. Se tuvieron confianza. Ambos eran felices sabiendo que un correo electrónico los esperaba a diario.






Intercambiaron números de celular. Se mandaban sólo mensajes de texto hasta que quedaron a los tres días en encontrarse, finalmente. Lavalle y San Martín. Cinco y media de la tarde. Él se pone cerca de una pared para poder verla llegar. Ella hace que mira una vidriera para verlo a él primero. Cinco minutos después los dos van a la esquina.






Se miran a los ojos, se saludan, se toman de los brazos. Se quedan un segundo reconociéndose. Pero ella baja la cabeza. Él le levanta la cara con su mano y la mira con ternura. Sintió que no era suya, que se lo decía con los ojos de alguna manera.






Se puso triste y ambos se alejaron. Dos personas enamoradas. Pero del camino más que de la meta. De internet, más que del encuentro.






A la noche volvieron a hablarse por el chat. Debatieron qué era ser feliz. Si estar enamorado o saber ocupar el tiempo. Y ambos aun no logran saberlo.
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"Soy yo, cuando eras vos" (Cuento Corto -CC-)

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Eran los ocho de la noche y Miriam fue hasta la persiana del negocio para bajarla enseguida, porque siempre le pasaba lo mismo: un minuto antes de la hora aparecía en el almacén una nena, de no más de diez años. Tantas veces la vio que ya soñaba con ella, una verdadera aparición, y lo que más le llamaba la atención: se parecía mucho a ella cuando era pequeña. Como ver a alguien y recordarse a sí mismo, una rara sensación. Pero otra vez la nena ganó de mano y entró empujando la puerta de vidrio con sus dos manitos.






Tenía siempre una bolsa, que llenaba con cinco cosas, siempre eran cinco productos. Cuando había que hacer fila se iba dar la vuelta por las góndolas y volver cuando le tocaba. Miriam preguntó si alguien la conocía, a las señoras del barrio que saben hasta el adn de los novios ocasionales. Pero nadie la ubicaba. Su vestido era blanco y amarillo como un uniforme que siempre llevaba pero no era de ningún colegio de la zona ese color.






Ponía las cosas de a una, con parsimonia, y luego de a una las ubicaba en la bolsa. Pagaba mirando a los ojos. La gente cuando se desprende de dinero no mira a los ojos. Pero la nena sí, Miriam sentía que buscaba complicidad. ¿Qué tengo que entender, yo? No tengo tiempo de hacerme la detective, pensaba cuando volvía a su casa.






Un día la nena dejó de ir al almacén. Y dos, tres, y cuatro, y una semana entera. Miriam luchaba para que el tema no le importara pero era imposible. A las dos semanas, un martes, la nena aparece. Compra tres cosas. Tenía algo de tristeza en los ojos.






Un cliente se va y la nena entrega las tres cosas para pagar. Miriam aprovecha esa cierta soledad para saber.



¿Estás bien?



-Si, ahora si.



¿Qué te había pasado que no venías?



-¿Desde hace cuánto no creés en mi, te acordás?






Miriam pegó un grito y un salto hacia atrás. A los ocho años recordó haber dicho que no creía en los Angeles de la Guarda, que ella tenía uno de su edad pero que la odiaba.






¿Dónde vivís?



-Con vos, pero nunca me ves.






La nena se fue y todos los días Miriam espera verla en el negocio, sin bajar las rejas, que vuelva. Que vuelva por ella, que la perdone.
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"Un regalo de tu ausencia" -CC-

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Buscó una mesa pegada a la ventana y él estar de frente a la puerta asi la veía entrar. Apretaba el sobre del azúcar y ese ruido lo ponía más nervioso, revolvía y casi toma el café con la cuchara dentro y se mancha todo. Terminó y llamó al mozo para pagarle y se llevara la taza, no quería que viera que la estuvo esperando.






El saco era prestado de su hermano (de esos préstamos en los cuales el otro jamás se entera) y sentía que estaba aparentando, era su principal incomodidad. ¿Hace cuántos años que no la veía?. Desde que lo abrazó y se fue del barrio, cuando jugar en barra y en horario fijo era lo importante, cuando ella lo era para él. Nunca la extrañó hasta que fue grande, y sería lo primero por decirle de forma delicada, para no quedar como interesado.






Bendita la suerte del destino: que en el Banco digan nombre y apellido de alguien a quien hace años uno no ve, es de película, y había ocurrido. Se acercó y sintió que ella no lo reconoció ni en recuerdos, aunque quedaron en verse hoy.






La tarde se apura en irse y son 6 en punto. Parece hacer más frio, o eso siente. Ella entra y él se pone de pie levantando el brazo, le dio mucha verguenza al instante hacer eso y se sentó rápido. Se saludaron y pidieron café. El le contó la alegría de verla, lo que significó en su niñez, de su vida después, de lo que supo de los demás amigos. La mujer lo miró con atención y él notaba que no decía nada.






Se hizo un silencio cortado por el ruido de las tazas.



“Disculpame, no sos la que buscás”, le dijo ella. “Soy otra”.



-¿Otra qué?



“Otra Sosa, otra Lucía Sosa, pero si querés me puedo quedar. ¿Te molesta si pido otro café?”.






Hasta de grande uno puede reescribr su propia historia, pensó él. Y agradeció en silencio a la ausente Lucia Sosa.
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"La quiero, pero la dejo" C-C

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Los zapatos eran los más lindos que alguna vez usó pero le resultaban incómodos, golpeaba un taco con el otro. Desde adelante del altar de la Iglesia podía ver todo el panorama: repleta de gente, descubriendo conocidos a los que saludaba con un movimiento de cabeza.






Estaba muy nervioso. La camisa le quedaba un tanto larga de mangas y buscó el reloj, el que ella le decía que odiaba y jamás se pusiera. Miró y eran las nueve en punto de la noche. La alfombra tenía un pequeño pliegue y con el pie la enderezó, perfeccionista hasta en eso. Con la palma de la mano buscó en el bolsillo la cajita con los anillos, en el otro el pañuelo para usar y el pañuelo de cábala. Se abrieron las puertas y la gente de pie, giró.






Por las escaleras, subiendo, venía ella con su papá. Miró hacia arriba emocionado, recordó a quienes no estaban con él pero seguro de algún modo allí lo acompañaban. Entró la novia y estaba hermosa, en un vestido que hacía juego con su belleza. Se acercaron, se miraron.






El beso detuvo el tiempo, eterno, de lo que no quiere terminar. Dios era testigo.






Se despertó. Se sentó en la cama. Pasaron diez años. La llamó y se vieron, luego de cinco. Le preguntó qué pasó. "No sé, preguntale a Dios", le dijo ella.






Y él volvió a su habitación a leer. La tercera misa que oficiaba en su vida estaba a punto de comenzar.
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