"La quiero, pero la dejo" C-C



Los zapatos eran los más lindos que alguna vez usó pero le resultaban incómodos, golpeaba un taco con el otro. Desde adelante del altar de la Iglesia podía ver todo el panorama: repleta de gente, descubriendo conocidos a los que saludaba con un movimiento de cabeza.






Estaba muy nervioso. La camisa le quedaba un tanto larga de mangas y buscó el reloj, el que ella le decía que odiaba y jamás se pusiera. Miró y eran las nueve en punto de la noche. La alfombra tenía un pequeño pliegue y con el pie la enderezó, perfeccionista hasta en eso. Con la palma de la mano buscó en el bolsillo la cajita con los anillos, en el otro el pañuelo para usar y el pañuelo de cábala. Se abrieron las puertas y la gente de pie, giró.






Por las escaleras, subiendo, venía ella con su papá. Miró hacia arriba emocionado, recordó a quienes no estaban con él pero seguro de algún modo allí lo acompañaban. Entró la novia y estaba hermosa, en un vestido que hacía juego con su belleza. Se acercaron, se miraron.






El beso detuvo el tiempo, eterno, de lo que no quiere terminar. Dios era testigo.






Se despertó. Se sentó en la cama. Pasaron diez años. La llamó y se vieron, luego de cinco. Le preguntó qué pasó. "No sé, preguntale a Dios", le dijo ella.






Y él volvió a su habitación a leer. La tercera misa que oficiaba en su vida estaba a punto de comenzar.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

No asumas lo que sos por aquello que te digan sino por lo que sientas. Hasta un instante antes siempre se puede cambiar. Pero después, también. El tiempo juega para nosotros.