"Descreer" -Cuento corto-

1 comentarios miércoles, 11 de enero de 2012
Cantar el himno en voz alta paradójicamente hace que nuestra voz suene más baja. A muchos les ocurre y a Silvina también. Siente que la están mirando y se pone colorada. ¿Cuándo va a terminar esta ceremonia?. Es jueves. Su hermana Victoria se recibe de abogada y al nombrarla Silvina se pone de pie y comienza la ametralladora de fotos. Ve por la pantalla de la cámara el gesto del Decano, la mano extendida de Victoria y el título enrollado en la cinta celeste y blanca. Emocionadas ambas hermanas se abrazan. El papá desde algún lado seguro las estaría viendo. Caminan delante de todos los demás familiares, Victoria la mira sin decirle una palabra pero diciendo todo con los ojos. Silvina le dice que no. Que no irá ahí, que le siguió la locura toda la carrera y cada vez que se lo pidió, pero que ya estaba. “Tenés que acompañarme, es un minuto. Vamos y volvemos”. Dejan a los familiares en un bar y con una excusa se van. Victoria cree y Silvina descree, siempre fue así en casi todos los temas desde que nacieron. El 132 las deja cerca de la estación Pueyrredón, línea B de subtes. Compran el boleto y bajan la empinada escalera mecánica. Calor desde los ventiladores y en el ambiente. Ven el asiento de metal pintado de rojo en el extremo de la estación y hacia ahí van. Victoria todos los jueves se sentaba en ese lugar a esperar el subte y repasar sus apuntes. Dice que cuando se hace un silencio en el andén escucha de algún lado, todos los jueves, la voz de su papá. Silvina la quiere mucho pero no le cree. Le dice que quizás ella quiera escuchar la voz, pero que no ocurre. La acompañó varias veces y con ella ahí no se escuchó nada. Pasan dos formaciones de subtes, siguen sentadas las dos. Victoria comienza a llorar, a pensar que estaba loca, su hermana la abraza. Se levantan y buscan la salida. Victoria sube por las escaleras primero y a su hermana se le desprende el cinto de la cartera. Se cae al piso justo a punto de subir. Silvina la levanta del suelo, no había nadie. “Prometeme: ¿la vas a cuidar?” se escucha en medio del silencio, sólo interrumpido por el metal de la escalera en movimiento. Se incorpora y entra de nuevo a la estación. Ve el asiento, cree que hay alguien. Por primera vez ella también siente más de lo que ve. Mira hacia arriba y dice “sí”. La escalera mecánica sube. Con Silvina, que ahora cree. Y con su promesa.
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"Mortales" -Cuento corto-

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Dos hadas en el cielo se divertían mirando mortales para salvarlos. Desde arriba los veían caminar y elegían, pero no al azar. “El destino no es para cualquiera, es para quien está dispuesto a asumirlo”, decía siempre una de ellas. La otra en silencio estaba concentrada en elegir a alguien. Ve a un hombre caminando por Florida con cara de preocupado. El traje le pesa y cuelga en estos días de verano, parece apurado pero no muy feliz de ir adonde va. Las hadas debaten si puede ser un candidato. Estudian sus pensamientos, sus deseos, los sueños. Pueden saber qué miedo lo aflige con sólo verlo caminar. En voz alta opinan las dos y en silencio lo siguen con la mirada un par de cuadras. Se ponen de acuerdo en que ya tienen al hombre. Las hadas buscan ahora una mujer siempre parecida a ellas, pero no las encuentran, no las hay. Cruzando Viamonte ven a alguien casi corriendo. El pelo atado y una camisa blanca, deducen que puede ser una oficinista llegando tarde. Miran su alma, algo asi como el curriculum vitae tallado en uno. Y creen que tiene las condiciones también, que busca aquello que no ha conseguido por mala suerte, que desea en silencio algo de alguien. Las hadas ya decidieron por ella. Ahora hay que unirlos de algún modo, la parte más difícil. Una excusa, una razón, una situación que los junte. Un hada propone que sea en una plaza o en un bar. La otra piensa en la entrada de algún museo o en la fila del colectivo. Mientras hablan, el hombre está llegando a su destino. Entra a la oficina y se sienta a esperar su turno, justo en punto. Una sola empleada está atendiendo al público. En eso entra corriendo una mujer, de pelo atado y camisa blanca. Se sienta y llama al 33. El hombre va con su número y la mira. Le dice que siente conocerla de algún lado, ella no lo recuerda, pero también siente lo mismo aunque no se lo diga. Que se buscaron sin conocerse. Por alguna razón se rieron y ambos escucharon, desde algún lado, otras dos risas.
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