El último día de Ordoñez (parte 4)

1 comentarios sábado, 26 de junio de 2010

Durmió con el mail impreso doblado al lado de la almohada en lo que auténticamente se podría denominar “llevarse trabajo a casa”, era en este caso literal. Su compañera de trabajo le describía acciones de una persona que conocía de hace años y de las que bien sabía de maniobras que como mínimo, eran bastante cuestionables. Debía hacer algo y pensó que dormir lo haría más sabio en la decisión. Pero justamente la falta de una respuesta hizo que durmiera poco y diera vueltas por su mente no sólo la solución a lo injusto, sino cómo él podía quedar luego de intentar solucionar algo.


Lo que su compañera de trabajo cuando le mandó el mail contando sus pesares no sabía de Ordoñez, es qué tan involucrado el propio Ordoñez podía estar. No por ser parte de algo ilícito, sino por omisión, saberlo y elegir callarlo. Esa preocupación era la que no lo dejó dormir buscando una solución que lo deje en paz, primero con su conciencia. Se levantó de la cama que lo vio dar vueltas como trompo toda la noche sin pegar un ojo, se hizo el desayuno y salió con la misma ropa del día anterior, quería estar lo más rápido posible en la oficina.


Llegó y colgó el saco en la percha de metal. Puso sus manos en la cintura y respiró profundo, mirando el teléfono. Luego se sentó y con todos los dedos de su mano derecha golpeaba el teléfono blanco que deriva a los internos de cada sector, esperando que el destino hiciera que Gutiérrez, la persona en cuestión acusada en el mail, llamara y así evitar la tarea. Pero lo tuvo que hacer él y lo llamó sin saber qué decir primero. Le dijo que pasaría por su sector a hablar, no se le ocurrió otra cosa. Su voz sonaba algo nerviosa y temió que Gutiérrez lo intuyera.


Salió rumbo a la otra oficina, cruzó tres pasillos largos y alguno que otro lo paraba a saludar y a felicitarlo. Sentía todo el tiempo que el hecho de decretarle la renuncia obligada a fin de año lo había vuelto popular. Pero no era el momento de pensar en eso, quería llegar rápido y a la vez no tenía idea de lo que debía decir. Llegó a la oficina y tocó la puerta, entró. Sorpresa en la cara de Gutiérrez que lo saludó y le preguntó qué andaba pasando.


Se sentó y le dijo que se iba de la empresa a fin de año y que en un punto había cosas que lo ligaban luego de tantos años y otras a las que aprendió a aceptar aunque no le gustaran, pero que ya era todo lo mismo cuando a la mañana llegaba a su oficina. Que lo conocía de años y que ninguno estaba como para contarle las costillas al otro. Le explicó que no pudo dormir pensando en algunas cuestiones, no le dijo nada del mail ni el nombre de quien se lo mandó. Se hizo cargo del tema como si fuera cosa de él.


Los recuerdos empezaron a surgir entre gente que tanto se conocía. Pero Ordoñez era el que hablaba, le relataba todas y cada una de las acciones que durante años supo que estaban mal hechas pero que había dejado pasar no interviniendo en nombre de una amistad que elegía proteger con ese silencio. Que pensó que eso haría que no tuviera problemas y de hecho no los tuvo pero que ahora que se estaba por ir sentía que sí, que todo aquello le molestaba, su silencio parecido a cierta complicidad en maniobras que no eran correctas. Empezando por el cobro para hacer trámites que por carriles normales no debería cobrarse nada. Gutiérrez lo miraba con suficiencia y puso su espalda contra la silla mullida, cruzando las manos como quien sabe que lo que el otro dirá va para largo y que era un desahogo.


Ordoñez le contó que un par de veces lo habían consultado “de arriba” para saber sobre Gutiérrez y todo lo que se decía, y él eligió defenderlo desconociendo todo lo que le preguntaban. Que en su momento no se lo dijo por pudor y por amistad, códigos. Además había elegido decir eso y nadie lo había obligado.


Sacó el paquete de cigarrillos y empezó a fumar, hábito que retomó hace un mes cuando le informaron de la renuncia. La imagen que estaba dando era de un hombre tan confundido como cansado de ver sin actuar, y lo estaba planteando frente a quien durante años hizo cosas sin que se las cuestionen, y ahora por eso Ordoñez se sentía el peor del mundo.

Gutiérrez tomó con ambas manos los brazos de Ordoñez, en un gesto que intentó confortarlo. Le pidió que se calmara, parecía comprender la carga de ese hombre con principios, que se estaba yendo de ahí y que se sentía culpable de cosas que vio y no tuvo el coraje ni oportunidad de hacer saber. Y se lo venía a plantear casi como confesión, sin saber qué hacer exactamente con eso, dando si se quiere una oportunidad de reivindicación. Estaba frente a quien le había muchas veces salvado las papas del fuego, fuego que el mismo Gutiérrez había generado.

Cuando logró calmarlo apoyó las manos sobre la mesa y extendió los dedos como quien se apoya para levantarse luego de estar sentado. Pero las golpeó un poco haciendo algo de ruido. Lo miró a Ordoñez fijamente ahora ya sin mucha compasión, esperó que su amigo se calmara para hablar. Y nadie podrá decir que no fue claro.
Le dijo “Denunciame si tenés pruebas y hacete el héroe si querés”.

“No entendiste nada”, le llego a decir Ordoñez, antes de que amablemente lo invitaran a retirarse con una mano en la espalda que aceleraba sus pasos. “Si tenés principios hacés bien en irte” le dijo Gutiérrez, haciendo sentir al echado como si fuera decisión de él la de irse de la empresa. Ordoñez se quedó al lado de la puerta, cerrada ya, y se tomó la frente porque pensaba que tenía fiebre del calor que le subía por el cuerpo. Era señal de la presión arterial por las nubes. No sólo su amigo no se hizo cargo, sino que lo invitó a que lo denunciara.

Se iba a acomodar mejor el saco para volver a su lugar de trabajo pero comprobó que había ido hasta ahí sin el saco. Arremangó los puños de la camisa porque tenía calor. Y desandó el camino hacia su oficina, llegó y miró hacia el eterno cielorraso color blanco buscando una respuesta a lo vivido y las lágrimas no salieron porque las evitó levantando lo que más pudo la pera.

Se sentó y empezó a escribir un texto. No sabía si ser formal o ser sincero sin complejos, y eligió hacer lo que sentía. Una mezcla de confesión y de denuncia, entre ambos mares intentaría hacer el escrito. Cuando comenzaba a inspirarse apareció Franco, o “franquito”, el chico nuevo del que le habían hablado en el mail, lo mandó el cielo a ese lugar que no era el de su sector. Fue por unos papales para sellar y Ordoñez le dijo “me tenés que ayudar, sos bueno”.
“¿Yo?”, le dijo Franco.
Y ambos pusieron en marcha algo. Que lo sabremos pronto.
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