¡La gente se muere por estar ahí!

1 comentarios viernes, 16 de julio de 2010

El del título creo que es el chiste más común sobre cementerios que conozco aunque debe haber más, es el intento por tratar de hacer de un pésimo momento algo que sea superado con una humorada. En general no se habla y esta vez tampoco lo haré, sólo describiré lo que vi.


Por obligación debí ir en esta semana. Necesitaba viajar en subte para llegar y eso ya es algo semejante a un gran cajón de 200 personas por vagón pero con gente quejándose y empujando. Me metí más en mis pensamientos, subiendo el volumen del mp3 pero es tal el ruido que hace en movimiento el vagón que no logro taparlo con música. Me saqué los auriculares y me quedé escuchando el demoledor ruido hasta que uno se acostumbra justo cuando debe bajar. El contraste mientras uno sube las escaleras hacia el exterior es mortal y el invierno da en la cara y duele.


Cruzo una avenida y ya estoy dentro. Nadie sabe que estoy ahí, salvo la señora de un puesto de flores que intentó venderme un ramo pero estiró su brazo sin decirme una palabra. Subo escalones de mármol y listo, a caminar. Respiré profundo, parado desde la explanada de la entrada sabiendo que me quedaba un largo trecho por recorrer.


Cuando hace frio todos los lugares parecen más inmensos de lo que son, o eso me pasa a mí. Me puse a caminar sabiendo adonde iba y en general en estos lugares todos saben lo que van a hacer sin preguntar demasiado, uno ve personas apuradas yendo no se sabe adonde. Ni pienso jamás preguntar. Aceleré porque el frio corría por la entrada y me empujaba hacia adelante ese viento helado de la mañana.


Cruzo por la puerta de la capilla, paso por al lado del cura que estaba hablando con una señora y dije buen día, pero no me respondieron. Seguí caminando y ya no se ve más gente. A partir de ahí el camino se conoce. El arquitecto que diseñó el lugar hizo las entradas a las galerías de dos en dos, pero evitó poner escaleras y ascensores en todas las entradas, con lo cual hay a veces que bajar antes de destino para luego caminar por debajo. Seguramente fue una venganza contra algún familiar de él para hacerlo caminar, sino no se comprende el diseño. Cómodo, seguro que no es.


El ascensor es muy grande y metálico, hace ruido cuando uno baja y parece que suspira cuando uno sube. El señor que abre la puerta es alto y ahora a diferencia de otras veces le ha agregado vida al espacio, si se me permite la ironía: vende chucherías que cuelgan de una de las paredes de metal. Como el tramo es corto pero el ascensor es lentísimo, miré de qué se trataba pero nada me interesó, eran llaveros de fútbol o motivos infantiles. Lo miré y pensé que eso en ese lugar es muy complicado de vender…pero no le dije nada. Se gana la vida en un lugar donde esa palabra vale.


Finalmente llegué. El hombre-vendedor-ascensorista abre la puerta tijera con suspenso y lentitud, palabras incompatibles sólo en un cementerio. Salgo, casi huyendo, y me voy a encontrar con la persona que debía ver. La busqué y por supuesto aun no había llegado así que me puse a preguntar a qué hora iba a estar y me dijeron que esperara media hora.


Más allá del lugar, yo estaba congelado de frio. El viento era bastante y no se escuchaba absolutamente nada. Durante media hora fue sólo silencio interrumpido dos veces: a unos 30 metros vi caminando a una señora totalmente cubierta con una chalina color crema, que tenía puestos unos zapatos de tacos altos que hacían ruido y mucho más cuando nada más se escucha.


La miré pero ella tenía la cabeza gacha y creo que de lejos no me llegó a ver, pero por esas cosas de la acústica cuando se está en un lugar rectangular y alto el techo, se produce un eco que da la sensación de ruido espejo…el sonido se produce en un extremo y rebota en el otro extremo. La señora caminaba y yo la veía, pero a la vez sus pasos sonaban detrás de mi…la sensación me pareció al principio curiosa pero a los 15 segundos ya no me gustó nada y miré hacia atrás directamente. Pero era el ruido de los zapatos de ella y esperé a que terminara su caminata y no pensar pavadas.


El otro momento de no-silencio fue un tanto más poético, pero así lo sentí cuando pasaron las horas y no en el instante. En los pasillos hay asientos de cemento en los que creo jamás se sentó nadie. Enfrente un cantero de árboles algo secos por el frio y porque creo que si no es lluvia, nadie los debe regar. Del pasto se levantó una hoja seca, que fue a dar al camino de piso de mármol. El viento la empezó a empujar y yo veía la acción con las manos en la cintura, maldiciendo al hombre que no llegaba. La hoja fue a dar contra un extremo de la base del asiento de cemento, y el viento la siguió empujando pero la hoja chocaba, haciendo un ruido muy particular. No se escuchaba en el lugar otra cosa y tampoco nadie me veía, así que decidí socorrer de alguna manera a la hoja: la levanté con cuidado y la puse arriba del asiento. Me sentí un tonto haciendo eso y a la vez no había testigos de mi tontería. Increíblemente paró el viento y la hoja se quedó ahí, arriba del asiento.


El frio no me permitía hacer metáforas sobre las hojas, el tiempo y ese lugar en especial. Quería irme y el hombre no llegaba. Cuando finalmente hizo su aparición le di la mano, hablamos un par de cosas que ya olvidé y le estreché la mano nuevamente, como todo recuerdo anual de mí. La incomodidad que me genera la situación él la comprende y decidió hacer que suceda rápido para que me vaya. Saludé y desandé el camino.


Tomé otra vez el ascensor, al que hay que llamar apretando un botón que suena a campana de colegio. Luego de dos minutos los cables de las poleas, que veo, anuncian que está llegando, al fin. El hombre me dice “muy bien” y se pone de costado para que entre. De nuevo ese tiempo eterno, mirando las cosas que el hombre vende…observo que tiene cotonetes…¿quién puede necesitar eso en ese lugar?. De nuevo me callé el hecho de preguntarle y salí con un saludo sin esperar el suyo.


El sol ya era de media mañana y el frio perdía un poco la batalla contra mi cara, ya no sentía el frio que duele. Crucé la avenida al trote y me metí de nuevo en el subte. Más gente queriendo subir, empujando otra vez todos.


Me puse los auriculares pero no prendí la radio. Quería de nuevo estar a la altura de ese contexto, y no pensar en nada. A los 10 minutos me acordé de la hoja. Debería estar agradecida por mi gesto, pero las hojas no hablan, y si yo creo que lo hacen y pasados unos días aun lo creo, estamos en graves problemas.


Confirmado. Estamos en graves problemas.
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