"La hermosa condena" -CC-



Todo. Completamente todo de verde. Gonzalo se despertó y estaba boca arriba. La claridad le hizo achicar los ojos y sintió que algo no habitual ocurría, lo que veía era extraño. El techo y la lámpara de tres tulipas de verde. Miró la unión entre pared y techo, también verde. Las cortinas, el placard, el piso que reflejaba la claridad de la mañana en un verde muy tenue que entraba por la ventana. Vio sus sábanas, se sentó en la cama.






Se tomó la cabeza con las dos manos, intentó cerrar los ojos y ordenar los pensamientos, como si ese gesto trajera en sí la solución. Pero no sentía nada malo, sólo que lo que veía tenía color verde. Fue Gonzalo a la cocina, desayunó sin asustarse de ver un café verde ni una manteca color mate cocido. Comprendió que él veía todo así y no era que el mundo lo confundía.






Salió, tomó el colectivo, viajó sentado, miró por la ventanilla las casas, los árboles, el tránsito, las demás personas. El chofer, la señora sentada al lado. Todo en verde. Llega a la oficina, entra sin saludar a nadie porque nadie solía saludarlo, además. Se sienta y cree haber encontrado la razón del verde. Saca cinco carpetas, las revisa. Son las mismas que ayer había mirado, sólo que las hojas eran blancas y hoy son verdes.






Busca la tercera carpeta, la de Marcela, la abre. Llama a su secretaria y le da la carpeta. Le dice ella que espere un rato. Gonzalo se pone a jugar con el regalo que un cliente le hizo: sobre un pequeño rectángulo de madera un poco de arena y tres pequeñas piedras. En un costado un rastrillo. Según le dijo el cliente cuando estaba muy nervioso arrastrar por la arena el pequeño rastrillo era muy relajante. La arena es verde, o él la veía verde, el rastrillo también. Durante unos 15 minutos intentó sin éxito concentrarse.






La secretaria le dijo que esperara otros 15 minutos, no le devolvía aun la carpeta de Marcela. Se sintió solo, empezó a angustiarse, estaba esperando algo que no sabía qué era pero que intentaría solucionar el verde problema. Miró por la ventana hacia abajo, veía a personas caminando y se sintió más pequeño que ellos, irónicamente inferior desde un cuarto piso. La secretaria le dijo “en cinco minutos”. Se sentó, movió su cuello para que sonara y lo relajara pero seguía ansioso. Cerró los ojos y respiró.






Tocan la puerta, la secretaria dice que si ya puede pasar la persona. Sí. Entra. Gonzalo la mira y Marcela agradece que la hayan seleccionado. La miró a los ojos y a partir de ahí el color verde se volvió a acomodar a la fuente de luz que lo generaba: los ojos de Marcela.






Gonzalo se entregó tranquilo a esa condena que el deseo paga y cobra con tiempo.



Y cambia en uno hasta el color de la vida.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

La vida puede ser vivida muchos años pero entendida sólo cuando de alguien sentimos que vino a cambiarla. Con su color.