"Carta para mi ayer" -Cuento Corto-

Cuando Daniel entró al correo ya notó la primera diferencia. Había dos filas para dos cuestiones diferentes, por un lado el pago de cuentas y en el otro lo estrictamente postal. Hacía veinte años no iba al correo, fecha de su última carta despachada. Se sentía extraño rodeado de gente con encomiendas o facturas de electricidad.





Llegado su turno pidió que la mandaran certificada. La mujer lo miró a él y luego al sobre, la sensación fea de ser interrogado con los ojos. Se detuvo en el remitente y cuando comprobó que estaba correcto lo pasó por la máquina. Ya no ponen estampillas y ahora entregan un recibo muy parecido al de un supermercado. Como si escribir fuera una compra. Daniel sentía que el mundo moderno le estaba dando un cachetazo a sus modos algo antiguos.






¿Qué hizo?. Se acordó de ella, de Claudia, y le mandó una carta como en su época de adolescentes. El problema es que ya no lo eran y si bien él nunca se casó eso no quería decir que quien leyera lo tomara en gracia luego de tantos años. Quizás tuviera hijos, muchos, quizás no viva donde siempre vivía. La mandó adonde recordaba.






El texto era bastante simple: “¿Te acordás de mi?”. Y el remitente era de Martín J Haedo. Le gustaba hace 20 años poner de remitente en cartas apellidos de estaciones de trenes. Apostaba a que con eso lo debería recordar. Con el correr de los dias las ganas de recibir respuesta se transformaron en resignación, en melancolía de lo que nunca pasó.






La duda era si llegó y si fue así cuál había sido la reacción, que Claudia sintiera lo mismo, en una palabra. Hasta que a los 36 días de enviadas la carta, llega el cartero a la casa. Se baja de la bicicleta, toca timbre. Daniel sale y el hombre le hace firmar una planilla. Ve la letra de Claudia, igual que hace 20 años.






Rompió con cuidado el papel madera y adentro tenía una caja blanca. La desató y abrió: había cartas. Suyas, escritas para ella. En la tapa se leía “fijate en el sobre”. Y dentro había una hoja que decía “Sí, me acuerdo de vos. Te doy las cartas tuyas. Volvé pero hoy, no ayer”.






Daniel se rascó la cabeza y no perdió tiempo. De a una las fue quemando con un encendedor. Vio luego de tanto sus propias cartas, amarillas del tiempo y de lo que sentía de verlas. Le estaban pidiendo que dejara atrás a él mismo para empezar a ser, justamente, él.






Hoy son tan felices que se escriben cartas aunque estén al lado del otro.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Si el correo ahora es electrónico, se explica por qué cobran impuestos en las sedes postales. No me resigno a la idea de hallar los renglones que alguien necesite recibir..