Una, vos, en el teléfono


Las personas menores de quince años es posible que no sepan como había que hablar por teléfono cuando otras personas tenían quince o veinte años, en este caso yo. Era realmente una proeza el simple hecho de comunicar algo, y también menos dependiente del sistema terminábamos siendo. Un compañero de primario si quería hablar a mi casa en Provincia de Buenos Aires debía marcar nueve números, muchos menos que ahora en general pero, claro, era a disco y se cortaba en medio del eterno ir y venir del dedo anular por el aparato.

Esta dificultad volvía importante la comunicación cuando se daba, a veces no diariamente. No había locutorios hace 15 o 16 años, estaban los teléfonos públicos que con suerte andaban. Y los cospeles. Para hablar con mi novia desde Moreno, lugar donde vivía, debía ir hasta la sede de la vieja empresa de teléfonos (ENTEL) y en la puerta había seis de ellos, públicos en fila, donde la gente hablaba. Si la llamada se lograba eso “comía” un cospel, el resto duraban unos tres minutos cada uno.

La extensa introducción quiere significar lo importante que era una simple llamada, tenía otro valor hablar media hora con alguien, y no me refiero a lo económico. Yo hablaba con mi novia mientras la fila de personas iba aumentando y así yo esperé también mi turno antes.

¿De qué hablaba?. Supongo que de los mismos temas de novios que todos, pero sumada una dificultad: su teléfono estaba en el comedor y no brindaba privacidad en cuanto a temas y diálogos, con lo cual creamos un código de palabras clave que significaban otra cosa, pero servía para entendernos. Hablábamos los días lunes como para organizar ya la semana en cuanto a vernos o a donde nos encontraríamos.

Usaba el teléfono para con tres personas durante algún tiempo: mi madre, Grillito y Morena. En el orden que se prefiera y la duración que hiciera falta, las tres se llevaban mi tiempo y los cospeles.

He vivido situaciones tragicómicas. Como en los saqueos de 1989 en donde los padres pasaban a buscar a sus hijos por la escuela, ya que las autoridades alertaron mediante aquellos teléfonos públicos que nombré antes, porque no poseían línea fija, créase o no. Se me ocurrió preguntar si tenían el número del trabajo de mi madre (que era en Capital, a 30 kilómetros) y me dijeron que no, pero que ya se les había avisado a todos y no se volvería a salir.

El portero consiguió un poste de madera y lo atravesó a la puerta principal, que era la entrada de autos de una casa vieja, ahora colegio. La situación era de nervios y todos los chicos, de a uno, se fueron yendo. Me ofrecí a ir hasta los teléfonos públicos, si eso los hacía felices, pero me dijeron que su responsabilidad era que no saliera. Encima fue un martes y tenía séptima hora, con lo cual me quedé hasta las seis de la tarde con otro compañero, se ve que nuestras madres no habían sido avisadas.

Cuando salí no había nadie en la calle, a medio oscurecer porque fue a fines de junio. Viajé en el tren con las puertas abiertas de los dos extremos hasta mi casa.

Ni bien llegué mi madre me contó que estaba hacía 20 minutos, y que se la pasó llamando por teléfono al colegio. “¿Qué numero? Si el colegio no tiene número?”, le dije. “El número que me dieron el día que te inscribiste”, me dijo…y claro…era el número de otro colegio y no del mío…se inscribió a todos los alumnos de una escuela nueva en otra como sede, y lo que tenía mi madre era un número de esa escuela y no el de la mía. Genial.

También Morena fue una voz en el teléfono. Ella era fanática del programa de Alejandro Dolina, yo se lo recomendé para que lo escuchara, a ambos nos gustaba. Quise realizar la sorpresa de llamar por teléfono y dejar un mensaje para ella, tarea complicada porque llamar a una radio todos al mismo tiempo seguramente me costaría. Cuando terminó el primer bloque del programa me fui hasta el comedor de mi casa, me senté en el piso y empecé a marcar, pero siempre daba ocupado.

Lo intenté, con el teléfono a disco, 28 veces, contadas. En la última también me daba ocupado. Estaba acercando el tubo a la base y escucho que atienden. Suerte la mía. Pidieron mi nombre y me dijeron “Mirá que Alejandro selecciona a su vez todo lo que le mandamos, así que tenés que ser original, sino es complicado que lo lea al aire”. E improvisé algo que se me ocurrió en el momento, sobre los ojos y la luz de la luna, que reflejaba ya no sé qué cosa…era algo naif y bastante malo a mi entender.

“Lo llega a escuchar Morena y se muere”, pensé. Llegó la parte de los llamados y leen varios hasta que justo Dolina lee mi mensaje…primero recita lo que yo hice a las apuradas en ese momento y luego dice mi nombre. Lo remató con un “mirá Gabriel, eh”…que me sonó a triunfo. Me fui a dormir contento. No la quise llamar a su teléfono siendo casi las dos de la mañana, prefería escuchar su alegría después..

Y al otro día, era un jueves, llamé al mediodía. La saludé y le dije “¿Y?”…¿y qué?...”Qué me decís?”...¿de qué?...”del llamado, Morena”…¿qué llamado?...”¡el que hice al programa!”…me quedé dormida…

Pero había una opción de emergencia. Yo grabé todo en un cassette TDK y lo había llevado, así que se lo di y ella me lo agradeció, sin mucho entusiasmo. Tuvo consigo la cinta un tiempo largo. Empezó una discusión muchos años después alguna vez acerca de mis actividades y del poco tiempo que a ella le dedicaba y de pronto veo en su mano aquella cinta del programa de Dolina. Pasó de estar enojada conmigo, a estar enojada con la cinta. Abrió la caja, lo sacó al cassette y también a la cinta. La tironeó con las dos manos y la rompió. Vi eso y me fui sin hablar, casi.

A la semana me pidió disculpas. Intentó la misma proeza que yo, el llamado telefónico a la radio. No se pudo comunicar nunca.
Ni conmigo en tantos años. Mucho menos a un programa.





Acotación al margen: Se dice que valoramos las cosas cuando ya no las tenemos. Pero me permito decir que ciertas veces sobrevaloramos algunas cosas dándole importancia por lo que son frente a otros, que por lo que representan en nosotros. Y acabo de dar, sin querer, una definición de “celular”. Pero, fuera del área de cobertura.


1 comentarios:

Gabriel dijo...

Los teléfonos públicos eran objeto de toda clase de artimañnas para hablar gratis. El alambre que sostenía a un cospel que entraba y luego se recuperaba era el más usado. Era la época en la aun la queja no era derivada a una máquina que da pasos a seguir...