El regalo de la novia


Mi relación con los regalos fue problemática desde la infancia, siempre creyendo que eran objetos a querer sin haberme preguntado antes. La duda, el apresuramiento, cierta presión en ser original, son los inconvenientes cuando hago regalos. Y para completarla: soy poco aceptador de presentes. Me incomodan.

Grillito daría fe a mis dichos. Regalo nunca era sinónimo de sorpresa, ya que siempre terminaba preguntando qué cosa quería además de plantearle varias opciones para que elija. Soy un creyente en los gestos más que en los regalos fijos anuales. Prefiero sentir que lo hago con alguna razón de momento, en general por agradecimiento. Dentro de esos términos me siento mejor. Hay situaciones de caballerosidad podría decir, en el que un presente no debe llamarse regalo.
Siempre digo que caballeros hay pocos, y hombre es cualquiera.

Mi novia cumplía años el 15 de enero. Por la fecha ya podíamos descartar varios presentes, empezando por bufandas y guantes. Como cumplía en mes de vacaciones, solía celebrarlo el 15 de marzo ya con las clases iniciadas y junto a sus compañeros. El regalo “oficial” debía entonces, ser en esa fecha.

No había percibido en lo que me decía una gran pasión por algún objeto que pudiera querer. Así que una vez que fui a la casa me puse a mirar detenidamente en su habitación cosas que dieran alguna idea. Tres estantes repletos. Libros, carpetas, fotos, muñecos, tarjetas…lo único repetido eran las revistas de “Patoruzito”, que me llamaron la atención porque hacía tiempo que no veía una.

No había otro objeto en cantidad, sólo ése. Me puse en campaña y en el kiosco amigo conseguí unas quince revistas de Patoruzito. No las quise leer para no marcar las hojas. Compré una caja color metal y le pegué unos stickers de unas flores. Luego la llevé a una librería y pedí que le pusieran un moño de color azul para que luzca más importante. Dos días antes ya tenía el regalo listo.

Esperé pacientemente. Y el quince por la mañana fui hasta la casa. Sabía que estaba en el colegio y no ahí. Saludé a los padres y sobre la cama de la habitación dejé la caja, además de una tarjeta con lindas palabras que sólo digo cuando estoy enamorado. ¡Difícil que me gusten leerlas en otro estado!.

Miré esa habitación siempre ordenada y con todo en los extremos, vacío al centro. Vi que las revistas ahora estaban sobre unas cajas cerca de la cama. Entendí que las estaba leyendo, mi regalo era genial.

Salía ella unos 20 minutos antes de yo entrar a mi colegio, así que fui a saludarla por su cumple ahí. “Tu regalo te lo debo”, le dije mintiendo. “¿A la tarde pasás por casa?”. Dije que sí. La saludé con esos besos largos eternamente queridos. Me di vuelta para irme, hice tres pasos. “Ay, no…mirá, le había dicho a mi viejo que ordenara de una vez sus cosas y lo hace hoy, si querés pasame a buscar y vemos para donde vamos”. Yo asentí. “Porque va a poner en cajas todo…hasta unas Patoruzito que juntan tierra en mi pieza, no sé qué hacen ahí”…

Yo abrí los ojos como quien lee la factura de teléfono de una casa con hijos…tragué saliva. Y pensé en la caja con el moño enorme azul en medio de la cama…en realidad pensaba ya en cómo deshacerme de eso. Me fui caminando y razonando opciones. Pensé en faltar a clases, buscar la caja antes que ella para luego ver un regalo de emergencia. Luego en llamar al padre para que saque la caja y la esconda. Finalmente fui al colegio. Grillito vio mi cara de espanto indisimulable y algo intuyó. Me fui maldiciendo el momento de haber decidido sin antes consultar. Un infortunio visto como un drama, ahora me reiría.

Estuve en la escuela pero con la mente sólo en esa bendita caja, aunque ya no podía hacerla desaparecer, la debió haber visto. Cuando salí caminé derrotado las 12 cuadras hasta su casa. Llego y saludo como si nada. La veo y me dice que podíamos quedarnos. Me hace pasar a su habitación, y en su cama la caja, aunque sin el moño. La miré y se sonrió. No sé por qué, pero me puse colorado. Me rasqué la cabeza y la miré algo desconsolado. Me dijo que cerrara la puerta. Detrás, pegó una hoja que decía “te amo” y unos corazones dibujados….

Como extraña moraleja diré que el padre, ella y yo nos turnamos en leer todas las revistas. La caja luego guardó cartas, y el moño terminó de vincha en la cabeza de un oso color blanco, también presente mío.

Fue mi último regalo sin avisar. Por suerte la pegué después con algunos, porque tenían más cariño que sorpresa. Mi intuición siempre está en crisis.
Merecería que me regalen una nueva.






Acotación al margen: Cuando alguien no sepa qué regalar, sugiero preguntar sin vueltas al interesado y no hacerse el original dejándose llevar. “Correrías de Patoruzito” para una novia de 17 años en ese momento, no era lo más recomendable.

3 comentarios:

Gabriel dijo...

Que este texto sea un regalo para quien siempre gusta de recibirlos...

Virginia del Rio-Romani dijo...

mmm me puedo contar afortunada entonces?? Excelente como siempre..

Gabriel dijo...

Bueno, gracias si te sentís afortunada en leerlo!!! si seguimos asi se viene el encuentro Grillito-Silvia y nos terminan de arruinar las historias jajaja besos.