"La paloma, los sueños" -Cuento Corto-



Quique después de lo de Miriam nunca tuvo ninguna historia que fuera seria. Miriam lo dejó pero él prefiere decir que fue de mutuo acuerdo y tanto le dolió que no quiso sentir más eso que ahora por la chica de la plaza volvía a pasarle. Le molestaba soñar, odiaba que lo llevaran de las narices, sentirse previsible, temía eso.






Durante cuatro días cruzó por ahí esperando ver a la chica de la plaza, sentada casi siempre en el mismo lugar dándole de comer a las palomas. Al quinto día, viernes, decidió pasar más cerca para que lo viera. Quique no tenía ni idea de cómo conquistar: al final eso lo terminan haciendo siempre las mujeres. Se acercó para quedarse parado a unos tres metros. Torció la cabeza para tratar de ver lo que ella a su vez miraba, se dio cuenta de eso y se puso colorado de vergüenza. Se tomó la cara y ella justo en ese momento lo vio. Más vergüenza, el doble.






Quique imploraba que el color se le fuera de su cara y parecer un hombre. Dios quiere que sueñe al parecer, aunque a él no le guste eso. La chica se hizo visera con la mano para verlo mejor porque el sol le daba de frente, Quique temblaba. Ella le dijo “¿Vos no sos el que me mira darle de comer a las palomas?”. Intentó negarlo, arrancó con un no…pero sí, le dijo que sí. “Me llamo Victoria”. Quique iba a decir “Quique” pero sonaba muy de confianza y dijo Enrique. “Como mi tio” le soltó ella, comentario que hizo que Quique se sintiera viejísimo. Le preguntó por qué le daba de comer a las palomas. Victoria explicó que le parecen seres maravillosos, libres, que las admiraba. “Tenés cara de solitario”. No quiero estar con nadie ni tampoco estar soñando que algo me salve, odio soñar, le dijo él, presumiendo seguridad. “Desengañado, entonces. Sentate, vení”.






Quique tardó dos segundos en sentarse. Ella lo miró a la cara, esperaron que una paloma se acercara por más galletitas. Victoria llenó la vida de Quique con esta frase: “¿Sabés lo que me gusta de las palomas? Que leí que son fieles. Tienen el instinto de irse a mejores lugares pero nunca olvidan el nido inicial de su viaje en invierno, siempre vuelven ahí. Si yo les doy galletitas todos los días, ellas vuelven. ¿Habrá alguna vez algo más fiel en nosotros que nos haga volver siempre a lo que somos?”. Quique la miró.



No sé, le dijo.



Ya no la escuchaba. Entregado, soñaba.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Negarse a un amor es primero negarse a estar dispuesto que suceda. Es poner una respuesta a la pregunta que nadie nos hizo y después sufrir. A la fiel paloma eso no le sucede.