"El trabajo de Sabrina" -CC-



Cuando estaba nerviosa siempre Sabrina movía su pie derecho, lo golpeaba contra el piso y hacía ruido. Para evitarlo cruzaba las piernas. El inconveniente es que para una entrevista laboral cruzar las piernas podría interpretarse de cinco mil maneras y seguramente ninguna sería de su agrado. Puso la espalda derecha, juntó las rodillas y las dos manos en la falda, una sobre la otra. La mano izquierda tenía los dedos cruzados y con la derecha tapaba la cábala.






Le habían dicho que la cabeza siempre debía estar de frente para escuchar. Inclinarse hacia uno de los oídos le dijeron que no era correcto, cuidó el detalle. Sentía que le iban a decir que sí pero su futuro jefe estaba con ganas de hablar. Sabrina pensó en el pasillo camino a la oficina: estaba en el final de una sala y parecía todo un avión por dentro. Filas de dos o de tres mesas una al lado de la otra.






El jefe (futuro) seguía hablando bien de sí mismo hasta que ella escuchó, por fin, la felicitación por haber sido elegida. Dijo “gracias”. Que era un honor, que…no la estaban escuchando, no pudo seguir y el jefe continuaba hablando.






Recordó Sabrina a su hermana. A los 20 años le había conseguido su primer trabaja. Separaba cartas simples de certificadas en la vieja E.N co.Tel y también vendía estampillas. En tres años la pasó dentro de todo bastante bien, salvo que su jefe cuando la miraba le molestaba bastante.






Luego trabajó en una perfumería. Ocho horas, seis días a la semana. Como era callada bajaba la cabeza y soportaba bastante. Piensa en Emilse, comprendiendo que para jefe déspota no hace falta ser hombre. La suspendieron tres días por plegarse a un reclamo: sillas para las chicas que atendían al público.






En el tercer trabajo fue donde más duró. Secretaria de un fulano, amigo de un mengano. Escribanía Costa Mendez. Todos de traje, todos hablando bajito, todos sospechosos. Pero pagaban bien. Funcionaban tipo logia. Sabrina miraba por televisión todas las noches la novela “El elegido” y los “Nevares-Sosa” le sonaban tan parecidos que a veces se reía. Después de cuatro años un día prendió la computadora y se negó a mover el mouse. Se fue. Estaba cansada de vestirse siempre igual, de verse como un robot. Harta de ser amable cuando no lo sentía. Con su hermana de chica soñaba ser pintora de cuadros. Pero los sueños que no dejan dinero son rápidamente desechados, sentía envidia de los realizadores. Aquellos que juntaban deseo con oportunidad.






Estaba ahora a punto de obtener algo por lo que no había luchado ni soñado. Aunque para variar iba a aceptar, otra vez, en silencio. El jefe (futuro) le siguió hablando y Sabrina volvió a la realidad cuando le preguntaron ¿podría empezar hoy mismo?.



Ella lo miró y le dijo lo que salió. “No, muchas gracias, ya tengo trabajo”.






Y esa tarde Sabrina se anotó en un curso de pintura.



Empezó a trabajar a los 31 años. Por ella.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Querer lo que uno hace a veces no es hacer lo que uno quiere. Nunca es tarde para saber la diferencia. Intentarlo ya es un buen trabajo.