"Luciana, a lo lejos" -Cuento corto-

El viento golpeaba haciendo ruido en sus oídos, ese persistente zumbido que no para. Luciana quiso quedarse un rato más mirando el final del cielo, confundido allá a lo lejos en un poco de nubes. La tarde del jueves se iba lento y desde el mirador del lago Traful ella se sentía tan chiquita como su ánimo.

Puso los dos brazos sobre el pasamanos, se sintió moverse al ritmo del viento y se alejó un poco. Descubrió que tenía miedo a las alturas. Con 20 años lo acababa de notar. Se paralizó: miró hacia adelante, vio al sol intentando pasar por entre las nubes y llegar al lago. Pensó en el Espíritu Santo aunque se acordó que ya no era católica. Que escapó desde chica de todo lo que pudo. De sus padres primero, luego de la religión, de su barrio, del colegio. De ella. Hacía tres años vivía ahí y seguía escapando. Estaba triste de descubrir lo que nadie le dijo. Que escapar de lo que no nos gusta a veces no es marcar un rumbo, sino directamente no tenerlo.

Temblaba, Luciana. Frio, miedo, las dos cosas quizás. Se tomó fuerte de la baranda y se puso a llorar recordando eso que le molestaba en su conciencia. Una vez, una sola vez alguien le dio una chance. Y ella la ignoró. Gritó algo fuera del diccionario pero desde su alma, sacó el dolor, se limpió las lágrimas. Bajó del mirador. Se sentía con un deber, el de encontrarla. Llamó por teléfono a los dos números que tenía pero ya no eran de esa persona. Sacó pasaje en micro y luego de tres años volvió a Buenos Aires. Con una mochila como toda compañía tomó el 132 hasta Flores. No recordaba cómo poner las monedas en la máquina y la ayudaron.

Se bajó y caminó tres cuadras hasta Yerbal, de memoria. La casa con la ligustrina al frente, entremezclada con el rosal, seguía frondosa. Tocó timbre con su dedo índice temblando, no había avisado que iba. Ladró un perro que no conocía, escuchó llaves detrás de la puerta y ahí la vio. “¡Luciana, mi amor!. ¡Qué sorpresa, nena!”. Se abrazaron y Luciana preguntó si recordaba qué le había dicho hace tres años cuando enojada vio que ella se iría. Y su tía le respondió: “Que acá estaba todo lo que vos ibas a buscar en otro lado, que tu destino era ir para volver”.

Luciana pudo alquilar su casa del sur, pudo encontrar trabajo acá: en una agencia de turismo vendiendo paquetes turísticos…al sur. Pudo también aprender a manejar la máquina en el colectivo y poner las monedas.

A los dos meses estaba sentada en el 132, volviendo de su trabajo, y abrió la ventanilla. El aire entraba y le hacía un poco de ruido en los oídos. Como alguna vez aquello que fue a buscar y tuvo ante ella. Un segundo antes de darse cuenta.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Una antihistoria. Alguien que vuelve del paraíso geográfico a buscar en la ciudad lo que tuvo que ver de lejos para entender. Para entenderse.