"El número" -CC-



La una de la tarde. Martes. El Banco estaba increíblemente vacío, los asientos desocupados y el cartel de llamado de los clientes fijo en el número 74. Titilaba esperando pero nadie aparecía. Ramón había aprendido en casi seis meses de trabajo ahí que su tarea no era sólo de “seguridad”, sino poco menos que de asesor en dudas y afines. Además de estar atento a todo debía responder preguntas bancarias que bien variadas eran.






Pero ese día todo estaba tranquilo, había una sola persona sentada esperando ser llamada. Como nadie aparecía y estando semi vacio el lugar, fue directo al hombre en cuestión. Un tapado gris, una gorra elegante, creía ubicarlo de verlo mes a mes. Tenía las manos cruzadas y miraba hacia adelante, parecía extraviado en algún pensamiento.






Ramón le toca el hombro al viejo, lo mira y sonríe. Señor…no hay nadie, puede usted pasar.






“No, tengo el número 75”, le dijo el viejo a Ramón, quien se rascó la cabeza para tratar de entenderlo.






-Mire…con el número ese lo van a atender igual, puede pasar…






”Soy paciente, espero mi turno”, dijo el hombre mirándolo a los ojos con cara de no querer ser más preguntado. Cuando comprendió que su explicación no era muy clara, a Ramón se le ocurrió algo. Fue al aparato, el de color rojo y pico negro de donde se sacan los números, y le iba a llevar alguno para que entienda la progresión, que ya podía pasar. Se llevó una sorpresa: todos los números eran el 75. Lo miró al letrero titilando en el 74.






Volvió a fijar la vista para asegurarse no estar del todo loco y empezó a tirar del rollo de números, todos eran el mismo. Se cayeron, desenrollados, al piso. Ramón se puso nervioso, nadie lo miraba. De nuevo los números en el aparato y fue adonde estaba el viejo, que seguía ahí. Siguió hasta las cajas, la gente de las ventanillas lo miraban sin entenderlo porque no le salían las palabras, se desesperó porque no podía expresar lo que le pasaba.






¿Y qué le pasaba?. Todos los números iguales y no había gente, o uno solo que no era atendido. Volvió cerca del viejo, que lo miró y le hizo un gesto con la mano. Ramón pegó un grito. Se despertó. Estaba agitado de haber corrido una especie de maratón mental en un sueño feo. Eran casi las siete. Preparó el desayuno, se puso el uniforme. Le sobraron diez minutos a su rutina y prendió la radio para dejar pasar el tiempo.






Cuando salió caminó encandilado por el sol de mañana. Se puso la mano arriba de las cejas para hacerse visera. En diagonal un hombre va a cruzar la calle por el medio, viene un colectivo. Ramón le grita pero el hombre mayor miraba para abajo. Se cruza y confía en que el chofer a tiempo parará, alcanza a tomar al viejo de uno de los brazos. Lo gira y ambos caen cuando justo el chofer frena. Se levantan los dos bastante doloridos.






El viejo, de tapado gris y gorra elegante, le agradece. Ramón abre los ojos como si hubiera visto lo que vio: una aparición. Por tercera vez tuvo un sueño premonitorio que se cumplió, pero para que no le digan loco no se lo va a contar a nadie. El colectivero la noche anterior también había soñado que en algún momento del recorrido tenía que frenar. Porque dos locos salidos de ningún lado se le iban a cruzar.






Satisfecho de haberle hecho caso al destino, el chofer de la línea 75 arrancó. Y también se fue.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Nunca hay que dejar de hacerle caso a lo que nos pasa. Sino, perdemos el turno.