"Afrodita criolla" -CC-



Le preguntaron qué estaba haciendo. Y él dijo “no lo sé”. En realidad Juan sabía qué era pero como no estaba tallada aun, quería representar lo mejor posible el sueño. El sueño. Tuvo hacía dos noches un sueño, la imagen de una mujer, y se puso a tallar con pasión.






Dicen que los escultores no crean sino que “descubren” sus obras dentro de la piedra, que las rescatan de ahí para que otros las vean. No iba a estar feliz si no resultaba algo cercano al sueño que tuvo lo que hiciera al final del día. Era una mujer con un vestido hasta los pies, con muchos pliegues y volados. El pelo largo y con algunos rulos rebeldes que acomodaba en la parte de atrás de las orejas sin mucha suerte: volvían a la frente. Su sueño de esa mujer fue en movimiento. O eso creía, porque el pelo de ella se movía, quizás la imagen tenía viento.






A los 15 días la figura tenía poco más de un metro y treinta centímetros. Ya era su obsesión a escala real. Le contorneó delicadamente la parte del cabello, con el pelo suelto como quien mira de frente el mar. La cara tenía el mentón algo elevado, la quiso retratar altiva, al fin y al cabo era su sueño, una Afrodita criolla. Terminó un martes. Otros trabajos pedidos la dejaron en un costado del taller pero no de su mente, todas las noches le mejoraba algo. A los tres meses la tapó con una sábana, sentía que ella lo miraba trabajar.






Fue al tiempo un hombre y curioso le preguntó qué era aquello tapado ahí atrás y Juan le contó que era su obra terminada, de lo que la había inspirado. “Si la imagen te tiene mal podrías venderla”, le dijo el hombre. A la semana fue a la casa de remates sobre Talcahuano. No era la primera vez que iba a un remate de alguna obra suya pero lo evitaba, sentía lo comercial que era todo. Gente de saco que levanta la mano, juegan con los montos. Mujeres que esperan su momento y dicen una cifra mirando de reojo. El rematador decide con su martillo. Vendido al señor de la segunda fila. La gente aplaude sin ganas. Juan miraba todo desde el final de la sala, apoyado contra una columna. No quiere ir a decirle que se lleva algo de su autoría, es tímido para esas cosas.






Salen todos a la vez de ahí, es ya de noche y el frio apura el paso. El comprador va rumbo a un bar, Juan también decide ir para ese lado. Los dos están solos en mesas algo cercanas, quizás el destino quiere que le termine diciendo que es el autor de lo que acaba de comprar. Pero el hombre saluda a alguien que entra. Una mujer muy alta con un tapado gris y un gorro. Se sienta y el hombre se va, cree Juan que al baño.






Ella se quita el gorro. Fue la imagen, fue el sueño. Era la mujer, su Afrodita criolla. Se acercó y la miró. Se lamentó que pareciera estar en pareja. “No quiero incomodarla, soy el autor de la obra que su marido compró”. Ella le dijo que no era su marido sino su hermano, y que por teléfono le había dicho que era una imagen tal cual de ella. Juan le dijo que primera vez estaba viendo a una musa, que su vida de ahí en más seguro iba a cambiar.



¿Qué es una musa?.



“Usted”, le dice él.



Y Afrodita y Juan, sueño y soñador, se fueron juntos de ahí.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Cuando una mujer es inspiración y una inspiración es musa, hecha realidad.