"El Don" -CC-



Enzo Scafino tenía una habilidad. Sus padres desde que fue chico se lo dijeron, para que fuera practicando y de grande usarla en su beneficio. Consistía en poder decir lo que pensaba sin necesidad de expresarlo con palabras. Vale decir que la persona recibía la respuesta a una pregunta por ejemplo, sin que Enzo dijera palabra alguna. No era un mago pero sí alguien con mucha percepción, que captaba rápidamente la manera de hacerse entender.






Su pasión por la medicina le dio un título desde donde pudo hacer uso de su don, ya que remataba todas las consultas con un “usted ya sabe lo que tiene que hacer”, cuando en realidad en voz alta no había dicho nada. Pero jamás se jactó ni nadie supo que tenía esa particularidad, ni su esposa ni sus hijos siquiera. De adolescente recuerda haber aprobado en el colegio un exámen oral de Historia sin decir en voz alta una sola palabra, pero como estaba el docente y él, nadie más, jamás se supo cómo había sido y no era de los que se aprovechaban de una situación. Estaba feliz sabiendo administrar lo que en suerte le tocó.






Un día llega a su consultorio un hombre para hacerse ver porque decía tener un fuerte dolor de cabeza. No lo conocía asi que llenó la ficha del hombre con sus datos personales, se llamaba Tomás Rícori, y luego lo hizo recostar en la camilla. Lo auscultó, con su linternita dilató las pupilas del hombre, en apariencia no tenía ningún síntoma externo.






Le dijo usted no parece estar enfermo, amigo.






“Si, pero yo me siento bastante mal, creo que estoy resfriado y con dolor de cabeza”.






Mire quédese tranquilo que resfriado no está, le podemos hacer un chequeo si quiere. ¿Desde cuándo se siente asi?.






El hombre lo miró y ambos se sentaron. Juntó las manos, respiró profundo y le dijo “desde que soy chico me duele la cabeza”.






Enzo lo miró sorprendido y le preguntó si se había hecho ver y el hombre le dijo que no, porque de niño los padres ya le habían advertido que ese dolor de cabeza era en realidad lo que otra persona en el universo no estaba expresando y que él debía soportar eso. Que no tomó muy en serio lo que sus padres dijeron pero los dolores de cabeza se empezaron con el tiempo a hacer palabras, muchas, que no comprendía.






Enzo se sintió aliviado, feliz, sin poder explicárselo bien, había encontrado a quien guardó durante años todas sus palabras sin una sola queja esperando hallarlo. Lo abrazó e intentó decirle en voz alta que aun sin conocerlo lo quería mucho pero Tomás ya sabía lo que Enzo pensó y antes de que hablara le dijo “yo también”.






ando terminó su jornada Enzo Scafino, el del don del silencio, invitó un café a Tomás Rícori, el del don de la paciencia. Y tantos años después, juntos empezaron a ser mejores.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Una virtud no hace a una persona sino su práctica. Todo el tiempo. Que implique ser mejor.