"Sol de calefón" -CC-



Estaban las dos mirando el mar, de cara al sol del mediodía. De pronto la mamá la mira y pregunta ¿qué sentís que te falta por cumplir, Anita?. Y ella responde “no lo sé, creo que cumplí con todo lo que quiero. ¡Y callate, no me llames Anita! Soy Ana, mamá”.






Era imposible que dejaran de llevarse mal en todo momento, Ana era memoriosa o rencorosa, ya a esa altura le daba lo mismo, la cuestión es que recordaba muy bien su primer enojo con ella. A los 8 años no la dejó ir a la fiesta de cumpleaños de una compañera de colegio porque ambas madres estaban enojadas. Y ese fue el principio de una cadena de rispideces o para mejor decir, de recuerdos encadenados en donde las discusiones con los años fueron cambiando de color y estilo. La mira y se le viene a la mente el casamiento, de lo que padeció la última semana peleando con ella por pavadas.






Varias veces intentó dejar de hablarle pero no podía con la sangre familiar, era más fuerte que ella y volvía. Así fue la relación durante 25 años. Estaban ahora en Mar del Plata. Caminaron por la rambla y bajaron hasta la arena. El sol de agosto es tibio, el mar invita a la reflexión cuando no hace calor y nadie se mete en él. Ana veía bien a su madre, contenta. Un vestido entre gris y blanco, una bufanda de hilo gris a rayas, el pelo algo más largo y sobretodo serena, sin la intención de atacarla.






Se arrepintió enseguida de haberle dicho que se calle y lo quiso remediar poniéndole una mano en el hombro. La mamá en cambio la tomó de la mano y ambas caminaron. Ana no le decía nada pero la situación le parecía extraña, ¿Te acordás cuando ibas y venías del agua pensando que se pondría tibia?. Ana le dice que de chica creía en que el sol era algo así como un gran calefón que calentaba el agua del mar pero siempre estaba fría. Ambas rieron recordando lo mismo.






La madre en un momento se detiene y la mira, se saca la bufanda y quiere atarla en el cuello de Ana. El viento soplaba y lo sencillo parecía complicado pero al final pudo. La miró y le dijo ahora volvete a tu casa porque es tardísimo. “¿Y vos cómo sabés?” . Ana se da vuelta desatándose la bufanda, enojada para variar, la tira en la arena.






Pega un grito. Se despierta. Con un brazo golpea en la cama al marido, que también grita. ¿Qué pasa?, le dice. Ana intenta hacer pie con su mente, cosa difícil a la mañana. “¿Hace cuanto estamos acá?”. Desde que fue lo de tu mamá, hace dos días, le dijo el marido. Ella se pone lo primero que encuentra, se va a la playa, sale sin campera y tiene mucho frio.






Hay viento pero es dia de sol. Va hasta donde habían visto. Mira el mar, le grita y lo insulta, como testigo silencioso que no ayuda. Cuando se da vuelta camina, ve un hilo en el suelo, tira de él, es la bufanda gris a rayas. Le saca con la mano la arena y nota que está tibia.






Como ese mar que soñó que tenía un sol de calefón. Desde ese dia Ana no duerme. Sueña. Que volverán felices, ahí. Juntas.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Nunca es tarde para pelear, nunca es tarde para perdonar, lo bueno es saber la diferencia...