"Crónica de un adiós" -CC-



El anillo brillaba en la mano y Claudia agradeció el regalo por mensaje de texto. Él se lo había dejado a la chica de la recepción del trabajo de ella, y luego la llamó para avisarle que “una sorpresa” la esperaba ahí. Era el tercer regalo del mes que Oscar le hacía.






Cuando hay acumulación de regalos es porque algo raro está pasando y los dos lo sabían. Un regalo es un “gracias” y ocasionalmente un “por favor no lo hagas”, que tiene una carga de culpa importante. Oscar intuía que ya no era para ella. Tomar un café con alguien que mira pero uno siente que no escucha es muy deprimente y Oscar lo sentía hacía meses todas las tardes cuando se veían. Por eso tantos regalos.






Claudia no sabía cómo cortar con algo que le hizo bien durante un tiempo y ahora no, y a su vez el que no se resigna evita dar chances de ser rechazado. Los besos del “hasta mañana” eran más de protocolo y rara vez coincidían en la boca. Ella pensó que estaba claro para él el asunto.






La invitó esa noche Oscar a cenar. Pleno centro, a diferencia de otras veces. Tenía puestos los tres regalos de Oscar en el mes: los aros, la gargantilla y el flamante anillo. Miraban más sus platos que a sus caras, ese silencio que sólo se corta (justamente) con ruidos de cuchillos y tenedores. Claudia lo dejó hablar de sus cosas porque sintió que el protagonista del momento debía ser él hasta que se diera cuenta y decirle sin herirlo. Había estado en una etapa complicada de su vida y cuando empezó a ver todo en perspectiva descubrió que Oscar era más un amigo confiable que una pareja deseable. Como decía su mamá, ella estaba para otra cosa.






La conversación era sobre el trabajo y Claudia se cansó.



Te tengo que decir algo, le dijo.



“Yo también”, le empardó Oscar.



Ella se sorprendió y con un gesto le dijo que hablara él.



“Quería decirte la verdad: estoy saliendo con una compañera tuya de oficina”.



Claudia dejó caer los cubiertos en el plato. ¿Qué?. ¿Vos?.



“Si…es la recepcionista…la conocí cuando te dejaba los regalos y bueno…no sé, perdoname, sos tan buena”…






Claudia quedó pálida como el color del mantel. Pasó de la culpa al enojo en dos segundos. ¿Qué te hice para que me hagas esto, te dejé de querer acaso?, dijo ella. Sabiendo que sí.






Oscar pagó la última cena y casi sin saludarse se despidieron. En el juego de amar, pensó ella con dolor, ganar es dejar, y no que te dejen. Al otro día Claudia fue a trabajar y la recepcionista lucía, contenta, un anillo que brillaba en su mano.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Hay que saber decir a tiempo aquello que sentimos, antes de que nos ganen de mano...