"Crujido" -Cuento corto-

La vereda estaba algo rota por las raíces del tilo, esas veredas de color amarillo y gris cemento. El cerco era blanco y elevado unos veinte centímetros del piso. Las inundaciones en su momento eran habituales y había que tomar recaudos. Una puerta baja de reja color negro, el inicio de una serie de ruidos que en ningún otro lado se oirán. Un chillido particular al abrir. La entrada tiene un porshe en donde la persiana rectangular hace juego con la puerta, casi del mismo tamaño pero en vertical, toda en madera. Un farol con una cadena bastante larga se mueve peligrosamente de costado con el viento. Tiene vidrios trabajados de dos o tres colores aunque le falta uno de ellos. El picaporte de la puerta es amarillo y la vieja llave Trabex entra cansada, con facilidad. Hay que tener cuidado con la segunda elevación esta vez de goma, que tiene debajo el marco, contra el agua. De nuevo se escucha el segundo chillido particular. La cerradura hace crujir la madera de la puerta, y se abre. De frente la foto del abuelo, tan parecido al señor del pan dulce Musel que durante años creí que lo era. El piso es verde y amarillo en círculos, una especie de imitación de mármol. A la izquierda la mesa de madera oscura, tapada por un plástico transparente. Un cuadro de una cabaña con árboles detrás. Un hogar que fue verdadero pero de leños falsos, la llave de paso del gas disimulada detrás de un florero. Un tocadiscos de los años 40 que aun andaba, al menos las veces que el nieto lo prendió. De frente un mueble con dos cajones a los costados y una puerta en el medio. En el cajón de la derecha los juegos que abuela y nieto preferían: dominó, damas, algún rompecabezas. De pronto me doy vuelta y todo desaparece. Las cosas del comedor no están, queda completamente vacío, me toco el corazón porque me dio miedo. Ya despierto, me siento en la cama. A la misma hora en que todos los días dejo a ese sueño en el mismo lugar. Para volver por él.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

“Crujido”-Cuento corto. Viví de chico en mi casa con mi vieja y también en lo de mi abuela en San Isidro. Ya un poco más de grande iba todos los martes a verla, y cada vez que entraba al comedor sentía verme de chico, todo estaba igual en ese comedor. Pero era yo el que había crecido. Hoy extraño a mi abuela y a su casa, aunque con detalles no se me borra ni siquiera el crujido de la puerta de entrada. Con terco placer ejercito mi memoria.